Panorama electoral desolador en la campaña presidencial de Brasil

Lula está preso; Bolsonaro, en el hospital, víctima de un atentado

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08 de septiembre de 2018 a las 05:00

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Cuando pensábamos que la política brasileña había tocado fondo y que lo peor ya había pasado tras el desenlace judicial del mayor escándalo de corrupción en la historia del Brasil, la realidad nos golpea con la constatación de que siempre puede caer un poco más bajo. 

El panorama electoral para los comicios del próximo 7 de octubre no podía ser más desolador. El político que encabeza las encuestas está preso —y no cuenta con la habilitación de la autoridad electoral para ser candidato—; y el que lo sigue, en el hospital.

Por si esto fuera poco, el primero es el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, condenado a 12 años de prisión por corrupción, implicado en el megaescándalo de Lava Jato, un gigantesco esquema de sobornos sin precedentes que extendió sus tentáculos por todo el continente. El otro es Jair Bolsonaro (63), un extremista de derecha nostálgico de la dictadura que el jueves 6 fue víctima del primer atentado contra un candidato presidencial en la historia del Brasil. Toda una metáfora de la crisis que atraviesa el sistema político brasileño desde hace al menos un lustro.

El atentado contra Bolsonaro, que fue apuñalado durante un mitin de campaña en una ciudad de Minas Gerais, ha puesto además de manifiesto dos problemas que se retroalimentan como virus infecciosos en el seno de la sociedad brasileña: por un lado, la polarización del país, que, lejos de cejar, se ha recrudecido desde los escándalos de corrupción, el impeachment a la expresidenta Dilma Rousseff y el encarcelamiento de Lula. Y por el otro lado, la violencia y la inseguridad rampantes, cuyas cifras alcanzan hoy los 60 mil homicidios por año.

La corrupción inenarrable que jalonó los gobiernos del PT y la inseguridad pública que se ha apoderado de las calles han provocado la corrida de sectores otrora políticamente moderados hacia posiciones extremas. De otro modo no se explica que un candidato como Bolsonaro, conocido por sus exabruptos racistas y homófobos, cuente hoy con el 22% de la intención de voto. Entre sus seguidores hay brasileños de todos los sectores, desde ultraconservadores religiosos y gente de clase media harta de la corrupción política y la delincuencia, hasta habitantes de las favelas, hastiados de la violencia de las bandas que asuelan los típicos cinturones de pobreza de las ciudades del Brasil.

Es en ese caldo de cultivo que la imagen de Bolsonaro, un oficial de reserva retirado del Ejército, ha crecido como la espuma, como el candidato que promete mano dura y cortar de raíz con la corrupción; ya que también lo ayuda el hecho de no haber estado implicado en ningún caso de corrupción en los 27 años que lleva como legislador. A menudo se lo suele comparar con Donald Trump, por su carácter extravagante, sus salidas de tono y su apelación al mensaje divisivo de la llamada derecha alternativa. 

En Brasil las cifras de la violencia y la inseguridad se reflejan en 60.000 homicidios por año, un problema que Jair Bolsonaro promete cortar de raíz con mano dura

La comparación de Bolsonaro con Trump parece, en líneas generales, bastante acertada. Sin embargo, la extrapolación que han ensayado algunos analistas regionales con el auge de los movimientos nacionalistas y populistas de la derecha alternativa en los países centrales, en el sentido de que esa corriente se estaría ahora moviendo hacia América Latina, no tiene, al menos de momento, correlato en los hechos. No hay ningún otro país latinoamericano donde la extrema derecha crezca como en Brasil. Y aun allí tiene sus diferencias no menores con el fenómeno que llevó al triunfo de Trump en Estados Unidos, del brexit en el Reino Unido y de Matteo Salvini en Italia, o al ascenso de otros candidatos populistas en otras partes de Europa. 

En Estados Unidos y en Europa, la derecha alternativa ha crecido como una respuesta a las élites liberales, a la burocracia internacional, a los vacíos sociales que produce la globalización y a la amenaza que perciben en el flujo migratorio que se disparó tras el recrudecimiento de los conflictos en Oriente Medio. En cambio en Brasil se ha dado, como va dicho, como respuesta a la corrupción y a la inseguridad que dejaron los gobiernos de izquierda. Y ahora mismo parece poco probable que el fenómeno se vaya a extender a sus países vecinos.

Y del otro lado está la popularidad de Lula, que con cerca del 40% en la intención de voto parece convocar, aun tras las rejas, a algo más que un mero ejército de incondicionales. Sus seguidores y la dirigencia del PT sostienen –ante la evidencia más palmaria en contrario– que el expresidente es en realidad un perseguido político, un “preso político”, como sostiene Dilma en las numerosas conferencias que ha emprendido últimamente por varios países donde ha conseguido apoyos nada desdeñables para la causa de su mentor político. Y toda la maquinaria del PT ha estado abocada estos meses a conseguir apoyos internacionales, y populares dentro de Brasil, para una candidatura írrita, cuya nulidad volvió a ser sancionada esta semana por el Supremo Tribunal Electoral.

La derecha que representa el favorito en las encuestas ha crecido  como respuesta a la corrupción y a la inseguridad que dejaron los gobiernos de izquierda 

En medio de ese clima de polarización, tozudez y fanatismo a un mes de las elecciones, no se podía esperar ningún desenlace muy auspicioso. Pero la violenta entrada en escena de Adélio Bispo de Oliveira, el radical antisistema de 40 años de edad –admirador de Nicolás Maduro y atormentado por teorías conspirativas sobre los illuminati y la derecha masona– que  apuñaló a Bolsonaro, no la esperaba nadie. Y sin embargo, a tenor de lo narrado, tampoco parece un hecho de otro país.

Lo que viene no aparece como mucho más halagüeño. Habrá que ver en caso de que Bolsonaro se recupere a tiempo y reanude su campaña, si el atentado no lo termina favoreciendo en las encuestas. Aunque hasta ahora los sondeos lo daban como ganador en primera vuelta pero perdiendo el balotaje contra cualquiera de sus inmediatos seguidores: el laborista Ciro Gomes, la ecologista Marina Silva y el socialdemócrata Geraldo Alckim.

Por lo demás, con Lula ya oficialmente fuera de carrera, y así con un candidato del PT menos que potable en la papeleta, como sería el exalcalde de San Pablo Fernando Haddad, quien podría llevar las de ganar en segunda vuelta sería Gomes, el otro que crece en las encuestas además de Bolsonaro y que ya acapara el 12% de las preferencias con la izquierda partida en tres.

Aunque con la política del Brasil nunca se sabe. Siempre hay lugar para estar un poco peor. 

La pobreza aumentó 33% en tres años, según estudio

Un total de 23,3 millones de personas vivían bajo la línea de pobreza en Brasil a fines de 2017, 6,27 millones más (+33%) que a finales de 2014, según un estudio de la prestigiosa Fundación Getúlio Vargas (FGV). En ese período, la proporción de brasileños que sobrevivían con menos de 232 reales mensuales (unos US$ 55) subió de 8,38% a 11,18%, en un país de más de 200 millones de habitantes. “El desempleo fue el principal responsable de la caída de poder adquisitivo de las familias brasileñas”, dice el estudio del Centro de Políticas Sociales de la FGV. “Es una señal de desajuste del mercado de trabajo y de frustración. La mayoría de los ocupados empiezan a temer quedar desempleados y por precaución reducen su demanda de bienes y servicios”, agrega. Según datos del instituto oficial de estadísticas IBGE, unos 12,9 millones de personas están desempleadas actualmente en Brasil (12,3% de la población activa) y otras 4,8 millones entran en la categoría de “desalentados”, que desistieron de buscar empleo ante las dificultades del mercado laboral. 

Fuente: AFP

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