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PDP: el dialecto peronista que habla Alberto

Los 30 años de Mercosur tuvieron una cumbre previsible y una respuesta argentina poco novedosa; no hay margen para dialogar en serio cuando se hablan idiomas distintos y el intérprete queda superado por la situación

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27 de marzo de 2021 a las 05:02

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Cuando se habla con idiomas diferentes, todo es un entrevero: falla la comunicación porque no hay diálogo. En sus viajes de exploración histórica, Colón sabía que tenía el riesgo de navegar mucho para encontrarse con otros con los que no pudiera comunicarse, por lo que en la carabela Santa María, además de los 8 oficiales, 8 marineros, 2 grumetes y otros seis tripulantes, sumó uno más, que tenía el oficio de intérprete. Era tan clave un buen traductor como un corajudo marinero

Luis de Torres dominaba además del español, el portugués, italiano, inglés, latín, griego, hebreo y el caldeo, pero cuando en aquel octubre de 1492 llegaron a una isla y se encontraron con los primeros lugareños, no hubo diálogo. De Torres probó con todo, y los indígenas miraban, escuchaban, y nada. Ellos hablaban y para el intérprete era ruido.

Había aprendido muchos idiomas, pero no el dialecto de la lengua taína que hablaba esa gente.

En el Mercosur se hablan idiomas diferentes, pero con un buen intérprete se asegura la comunicación.

Ahora, cuando aparece una barrera de idioma y no hay intérprete se acaba el diálogo.

Bolsonaro habla portugués, Lacalle Pou habla castellano, Benitez habla español y guaraní, pero Alberto habla una de las variantes de la lengua peronista: el dialecto “PDP” (popu-demagogo (pseudo) progre).

Y así no se puede.

Sólo con un esquema de razonamiento PDP, un gobernante podría haber hecho lo que hizo el presidente de Argentina en la cumbre aniversario del Mercosur: propuso la creación de “tres observatorios”, uno para monitorear “la calidad de la democracia”, otro sobre “la prevención de la violencia de género” y otro sobre “el medio ambiente”.

Propone más oficinas, más estructura, cuestiones ajenas a lo que es la organización, y todo eso, cuando hay otras ya dispuestas y que no tienen cumplimiento. Por ejemplo, el Parlamento del Mercosur (que nadie sabe para qué sirve como tal), no tiene sede, porque nunca se dispuso recursos para ello.

Lo que hizo Alberto no fue casual, fue un mensaje para “la tribuna” militante de su corriente y el cristinismo, pero fundamentalmente fue para desviar la atención.

Ante muchos problemas, distrae la atención sumando algo más.

No es que esos temas no sean importantes, sino que no tiene nada que ver con el Mercosur que es un acuerdo de política comercial, y que hay ámbitos para el abordaje de esos problemas que no son los de este bloque. La propuesta no era realmente para mejorar la democracia, ni el respeto a la mujer y al ambiente, porque Fernández sabe que ninguno de sus colegas le iba a tomar en serio ese planteo.

Es una distracción, que en el dialecto PDP es parte del juego de la política argentina, pero para reunión de mandatarios es una cachetada.

El Mercosur cumplió 30 años y no pudo festejarlo; la cumbre iba a ser presencial pero la pandemia y algunas declaraciones del presidente argentino sobre cuestiones internas de Brasil fuero suficientes para convencer a Bolsonaro que no debía viajar a Buenos Aires.

Aunque se hubieran juntado, una celebración hubiese sonado a falso.

Hace 30 años, los presidentes de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, sorprendieron a la región con la concreción de un acuerdo por el que había hablado mucho pero hecho poco, y se firmaba el acta de fundación de lo que primero sería una “zona de libre comercio” (sin impuestos para exportar entre los socios), luego una “unión aduanera” (con impuestos comunes a importaciones de fuera del bloque) y más tarde, como proyecto final, a un “mercado común”.

Hubo voluntad política y coraje para hacerlo en serio.

Pese a las dudas iniciales, las etapas se fueron cumpliendo y se avanzó en confirmación del bloque, con votación sucesiva de reglas, pero el proceso se interrumpió cuando la Argentina entró en recesión en la primavera de 1998 y no lograría salir de eso, y fundamentalmente cuando Brasil debió cesar el Plan Real y devaluar bruscamente su moneda. Con en el “Antón Pirulero”, cada país pasó a atender su juego.

Luego la versión K del peronismo siglo XXI destruyó casi todo, con violaciones groseras a las reglas técnicas, a los compromisos políticos, y al espíritu del acuerdo del Mercosur.

La zona de libre comercio no fue tan libre, la unión aduanera no fue tan unión y tuvo muchas perforaciones, el mercado común quedó más lejos, desdibujado, y el bloque perdió ventajas en el comercio internacional.

La crisis sanitaria y la crisis económica golpea tan fuerte a estos países, que hizo creer a los gobiernos de Uruguay y Paraguay, y en menor medida al de Brasil, que eso podía dar una chance para actualizar el Mercosur, para que fuera integración regional en serio, pero también integración al mundo en serio. O que al menos, si no se pudiera acordar en esa línea, al menos se dejara un espacio a cada uno para que así lo hicieran.

Pero en la mesa también se sienta la “Argentina-K”, la que habla el dialecto PDP:

i) populista, para dar épica a un discurso de retórica que distraiga la atención de los principales problemas:

ii) demagógico, porque implica la degeneración de la democracia, para endulzar sentimientos elementales de los ciudadanos, y tratar de mantener el poder; y

iii) pseudo-progre, porque quiere aparentar ser un movimiento de “avanzada”, como abanderado de progreso, y con sensibilidad de izquierda, pero el país que conduce no avanza, sino retrocede; no hay progreso sino deterioro económico y cultural, y … es un agravio para la izquierda, decir que eso es izquierda.

No cambiaba nada en la cumbre de ayer la forma en que el presidente uruguayo presentara el reclamo del país (que no nació en 2020, sino que hizo el gobierno del Frente Amplio desde 2005 hasta 2020), ni la palabra que usara para reflejar el obstáculo al comercio, fuera “lastre”, “corsé” o cualquier otra, más diplomática o directa, elegante o simple.

La respuesta hubiese sido en el mismo dialecto.

Y no hay mucha vuelta para el “cómo sigue”, porque es como el que tiene un vecino molesto, que hace ruido, ensucia y no limpia, es molesto, pero …  uno no tiene capacidad de mudarse.

Al comienzo de su discurso, el presidente argentino dijo que era el momento de hacer “un balance honesto”.

No hubo balance.

No hubo honestidad.

Y nada de es sorprende.

Tampoco hubo novedad.

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