Por qué podría desmoronarse la presidencia de Biden

La estrategia republicana de intransigente oposición a las políticas del presidente no ha cambiado

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29 de julio de 2021 a las 14:58

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Edward Luce

Los primeros seis meses de Joe Biden han sido dramáticos. Dos tercios de los estadounidenses están vacunados al menos parcialmente. La economía está disfrutando de su recuperación más rápida desde la década de 1980. Y, como lo han mostrado las encuestas, el mundo ya no ve a EEUU con el temor y la lástima que sentía durante los años de Donald Trump. Éste ha sido el mejor comienzo presidencial en la vida de la mayoría de los estadounidenses.

Pero, en la política, tales rachas son la excepción. Las tribulaciones que se le avecinan a Biden — la paralización de la mayoría de sus proyectos de reforma, la tenacidad de Covid-19, y la preocupación por la tasa de homicidios y los cruces fronterizos ilegales — están, en gran medida, fuera de su control. Es fácil olvidar que Biden parecía destinado a ser un ‘pato rengo’ hasta que los demócratas ganaron las elecciones especiales de Georgia en enero, dándoles el control del Senado. Las cosas pudieran haber sido mucho peores.

Sin embargo, Biden ahora está entrando en una fase mucho más difícil de su presidencia. Uno de sus problemas proviene de un error no forzado: la retirada de Afganistán. Es difícil entender por qué sintió la necesidad de retirar la esquelética fuerza estadounidense de 2,500 soldados antes del 20 aniversario del 11 de septiembre. Los costos de permanecer en Afganistán son mínimos, y en ese país no ha habido ni una sola muerte estadounidense en combate durante los últimos 17 meses.

En cambio, los riesgos de abandonar Afganistán son enormes. Es sólo cuestión de tiempo antes de que los talibanes recuperen el control. La caída de Kabul probablemente evitaría escenas de helicópteros Chinook sacando apresuradamente a los últimos estadounidenses, tal como ocurrió en Saigón en 1975. Pero, sin embargo, perjudicará el prestigio estadounidense. La señal de aversión al riesgo por parte de EEUU enturbiará las esperanzas de Biden de ganarse los corazones y las mentes en una contienda con China entre la democracia y la autocracia. Este contratiempo es de su propia creación.

El margen de oportunidad de Biden para promulgar su agenda doméstica se está reduciendo. Es mucho mejor tener 50 demócratas en el Senado que 49. Pero al menos dos de ellos, Joe Manchin, de Virginia Occidental, y Kyrsten Sinema, de Arizona, no son partidarios confiables de la agenda del presidente. Ninguno de ellos tiene intenciones de eliminar la regla del filibustero en el Senado, lo que le permitiría a Biden aprobar legislación por mayoría simple de votos. En cambio, esta técnica de obstruccionismo parlamentario obliga a Biden a buscar al menos 10 votos republicanos. Esto significa que la mayoría de sus proyectos de ley — como el fortalecimiento del derecho al voto, la amnistía para los inmigrantes ilegales y la facilitación de la organización de los sindicatos — no tienen casi ninguna posibilidad de ser aprobados. Incluso lograr un voto republicano sería un milagro, y mucho menos los 10 necesarios.

Senado de Estados Unidos

Es posible que Biden consiga que 10 republicanos voten a favor de su proyecto de ley de infraestructura bipartidista. Pero el costo de negociar con ellos es cada vez mayor. Después de negarse a considerar cualquier tipo de aumento de impuestos para pagar por el proyecto de ley, los republicanos ahora han torpedeado la financiación del Servicio de Impuestos Internos (IRS, por sus siglas en inglés), el cual se ha visto seriamente mermado por los recortes presupuestarios y por la reducción de personal durante los últimos 15 años. Biden pudiera haber aprovechado este momento para transmitir el cinismo republicano relacionado con el Estado de derecho. Lo único que él estaba pidiendo eran los medios para hacer cumplir las leyes fiscales existentes.

Biden está tan comprometido en su búsqueda de un momento bipartidista que hay muy pocas concesiones que no hará. Aun así, no hay garantía de que, a la larga, consiga 10 votos republicanos. Los ecos de 2009 — cuando Barack Obama desperdició el verano tratando de lograr acuerdos mutuos con los republicanos en conversaciones sobre asuntos de asistencia médica para que, al final, ellos terminaran rechazando unánimemente el proyecto de ley — son reales. Biden se ha librado en gran medida de la demonización a la que fue sometido Obama, quizá porque es de raza blanca. Pero la estrategia republicana de negarle cualquier victoria no ha cambiado.

La historia de Covid-19 es un microcosmos de la presidencia de Biden. En su período inicial, él fue tras lo que estaba fácilmente a su alcance con un rápido despliegue masivo de vacunas. Las tasas de mortalidad se desplomaron cuando el número de vacunaciones diarias superó los 3 millones. Lo que queda por hacer — vacunar a las decenas de millones de estadounidenses que desconfían de las vacunas o que se oponen políticamente a ellas — es difícil de lograr. Las vacunaciones diarias han caído significativamente, hasta llegar a poco más de 500,000, y los contagios están aumentando. Las empresas y las universidades están pasando por los mismos angustiosos análisis de costo-beneficio que enfrentaron el año pasado.

¿Hay algo que Biden pueda hacer al respecto? Pudiera copiar a Boris Johnson, del Reino Unido, y decir, en efecto, que se vayan al diablo las restricciones; o seguir el ejemplo de Emmanuel Macron, de Francia, y adoptar una política de vacunación más coercitiva. Ninguna de las dos medidas está completamente dentro de los poderes de un presidente estadounidense. En la práctica, Biden tendrá que arreglárselas, realizar lo que pueda y esperar que la tercera ola de Covid no sea lo suficientemente fuerte como para alterar la recuperación económica. Mientras Biden cuente con una economía fuerte y en crecimiento, su presidencia no se derrumbará.

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