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Las memorias del Estadio Centenario: anécdotas del icono uruguayo

"El Estadio Centenario. Templo del Fútbol" es el libro de Alberto Magnone y Mario Romano que rescata y ordena la historia del emblema de la cultura uruguaya
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30 de octubre de 2019 a las 05:02

“Si Uruguay entero desapareciera, el mundo lo notaría muy poco”, dicen con picardía desde el prefacio de su libro –El Estadio Centenario. Templo del Fútbol (Planeta, $990)–, Alberto Magnone y Mario Romano. “Sin embargo, hay un área en la que la cicatriz que dejaría la ausencia de Uruguay se notaría de inmediato y se trata del fútbol”, indican después.

A partir de la génesis de una cultura arraigada a la pelota, el músico, productor y escritor (Magnone) y el abogado (Romano) trazan la historia del “templo” más sagrado del fútbol –y, por qué no, de la historia popular uruguaya–: el Estadio Centenario.

Ni datos sueltos ni información banal, el libro recientemente publicado (Planeta, $990) reconstruye, rescata y ordena el valor de uno de los lugares más integradores del sentimiento de nacionalidad y pertenencia de los uruguayos. Y todo el trabajo en sí mismo supone –además de una preciosa edición– la materialización de todas las memorias que alberga el Centenario y que, durante años, estuvieron dispersas en distintas publicaciones.

Tribunas Olímpicas y Amserdam

“El Estadio  se construyó en un momento muy especial en el que Uruguay estaba  acabando de configurar su identidad. De hecho, la última gran oleada de inmigrantes se estaba integrando al país en ese momento. Eran expulsados de su propia tierra y llegaban a un país que les daba trabajo, dignidad y educación para sus hijos. Y que, además, era campeón del mundo dos veces. El fútbol fue un gran factor de integración”, reflexionó Magnone en diálogo con El Observador.

Se incia la construcción de la Torre de los Homenajes en abril

Una torre de Babel, la lluvia y el centenario que inauguró el Centenario

El estadio tuvo peripecias curiosas incluso antes de colocar los primeros cimientos. El libro convoca el testimonio de Juan Antonio Scasso – arquitecto uruguayo creador del proyecto– quien consideraba la labor de construcción del estadio como una “torre de Babel”. Y es que, los obreros que trabajaron en la obra, eran yugoslavos, griegos y europeos que en su enorme mayoría no hablaban español. Entonces, las directivas de cómo proceder por momentos se tornaban caóticas y las paralizaciones eran bastante usuales. Pese a todo eso, los trabajadores lograron levantar el templo en un tiempo récord de 9 meses. Aunque los esfuerzos no fueron suficientes, porque las lluvias que atormentaron Montevideo en el medio del proceso atrasaron la construcción y el Mundial de 1930 necesitó del Gran Parque Central y el Estadio Pocitos para jugar sus primeros partidos.

Inicio del engramillado del campo de juego. Abril de 1929.

En el libro se hace todo un recorrido cronológico por el proceso de construcción del estadio, que pasa por enclaves como la colocación de la piedra fundamental el 21 de julio de 1929, las negociaciones por la financiación de la obra, los estudios del terreno, los problemas salariales que surgieron con los trabajadores y el bautismo de las tribunas hasta llegar a su broche de oro. El 18 de julio de 1930, cuando Uruguay festejaba el centenario de la primera jura de la Constitución, se inauguró el Estadio Centenario y la Selección Uruguaya de Fútbol debutó ante Perú.

Tribunas Olímpicas y Amserdam

El mundial de 1930

Fue el primero de la historia y fue acá, en Uruguay. Aunque hoy un poco deslucido ante el Maracanazo –el verdadero rey del marketing histórico-deportivo oriental– el mundial de 1930 marcó un hito para el fútbol uruguayo, sudamericano y mundial. Uruguay demostraba con su victoria ante Argentina que la Suiza de América todavía mantenía su mística triunfal y que la historia del fútbol, si se quiere, se empezaba a contar en la penillanura suavemente ondulada. Fue el primero y fue nuestro. El Centenario no podría haber tenido un mejor debut.

La Vuelta Ciclista en cancha

En 1946 se decidió –quién sabe por qué– que la Vuelta Ciclista terminara en la cancha del Estadio. La última vuelta se haría en torno al césped y terminaría frente al palco oficial. No fue la mejor idea: las ruedas de las bicicletas se trancaban en el pasto y el tumulto de ciclistas se hizo bastante denso. Igual hubo un ganador: Atilio François, el ciclista más prestigioso del país. La Vuelta mantuvo este cierre hasta el año 1954.

La Intercontinental, primero acá

El Estadio Centenario fue el primero en recibir una final Intercontinental de clubes. Fue en el año 1960 y el partido enfrentó al Real Madrid y a Peñarol, campeones de Europa y América, respectivamente. El día del partido llovió mucho, la cancha se embarró y la calidad futbolística se empantanó. Para el final del encuentro, las camisetas blancas del Madrid eran más bien marrones. El partido terminó en un deslucido 0 a 0, que complicó a Peñarol: en la vuelta, el Madrid le ganó 5 a 1. Los aurinegros tendrían revancha en el futuro.

El Papa en el Centenario

En su segunda visita al país, el papa Juan Pablo II ofreció una misa en el terreno del Monumento Histórico del Fútbol Mundial. Fue el 7 de mayo de 1988, y después siguió viaje por las ciudades de Florida, Salto y Melo. Dato: Juan Pablo II fue el único papa de la historia que fue a un partido de fútbol. Pero no, no fue en Uruguay.

Melodías que hicieron vibrar al estadio 

El Centenario, esa edificación que acapara todas las miradas desde el Parque Batlle, más que un estadio de fútbol se convirtió en todo un templo  cultural. Y más allá del raudal de anécdotas futboleras que se gestaron allí, fue escenario de grandes hitos de la historia de la música (y la política) uruguaya, como el regreso de Alfredo Zitarrosa y Los Olimareños en 1984, tras el exilio de la dictadura. También fue, más cerca en el tiempo, el lugar que albergó los mejores recuerdos de una generación reciente, que en 2016 pudo ver a los Rolling Stones y en 2012 a Paul McCartney.

Pa'l que se va

Era una noche gélida, bajo llovizna y un irreverente apagón que se instaló durante una hora. Pero las luces del estadio Centenario se volvieron a prender y la helada fue matizada por los 30 mil cuerpos que se instalaron en la tribuna Olímpica. Todos ellos esperaban escuchar a una de las voces uruguayas más vibrantes de todos los tiempos. Era 12 de mayo de 1984 y Alfredo Zitarrosa cantaba su regreso tras 11 años de exilio.

Personas cercanas a Zitarrosa contaron que antes de arribar a Uruguay, el cantautor tenía miedo de haber perdido popularidad y de que el público local no lo recordara. “La apoteósica bienvenida aventó cualquier resquemor. El aeropuerto estaba lleno de gente”, señala el libro. Resulta que, desde su aterrizaje en el aeropuerto hasta su primer destino en la Asociación de Empleados Bancarios de Uruguay (AEBU), los 18 kilómetros de recorrida necesitaron de varias paradas para responder a la euforia, los abrazos y los besos de todos los uruguayos que explotaban en emoción con la llegada del músico.

El espectáculo de Zitarrosa –que abrió con El violín de Becho y cerró con Adagio a mi país– marcó, además de un hito en la historia de la cultura local, un recuerdo imborrable para todos los que pudieron presenciarlo en carne propia.

Afiche del regreso de Zitarrosa

Los Stones, por primera vez en Uruguay

Entre amigos, compañeros de trabajo o familiares seguro se escucha cada tanto algún cuento de aquel día en el que los Rolling Stones tocaron en Uruguay. Es una anécdota reciente que dos por tres resurge entre fotos de alguna red social y charlas corrientes. Aquel 16 de febrero de 2016, cuando el calor invadía Montevideo, Mick Jagger, Keith Richards, Ron Wood y Charlie Watts convocaron 55 mil personas en el Centenario que agitaron con todo el entusiasmo acumulado cada una de las 19 canciones que la banda británica incluyó en su repertorio. Además de joyitas como la participación del coro uruguayo Rapsodia en You Cant Always Get What You Want y las intervenciones de Jagger contando que había escuchado candombe y comido chivitos y arengando que el próximo toque sería en Maracaná.

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