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19 de marzo de 2021 a las 22:00

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El 30º aniversario de la creación del Mercosur, que se cumple el próximo viernes 26, es un momento más que oportuno para pasar raya y reflexionar acerca del destino de un bloque comercial inconcluso y, peor aún, distorsionado en relación con sus objetivos fundacionales. Nunca funcionó como una unión aduanera, sigue teniendo barreras a la libre circulación de bienes y servicios, y un arancel externo común tan perforado como desproporcionado en términos de tarifas que impiden transitar el camino del libre comercio.

El bloque llega a las tres décadas lejos de políticas de complementación productiva y de promoción del comercio intrazona, como era de esperar de un ambicioso proyecto de integración, y, además, de espaldas al mundo, una fortaleza inexpugnable contra el libre comercio, que es lo que más necesita un país como Uruguay.

En verdad, el balance negativo no cambia demasiado respecto a los males diagnosticados en cada década de existencia del Mercosur. Pero el paso del tiempo tiene consecuencias cada vez más nocivas, a lo que se suma los permanentes problemas políticos y económicos de los dos principales socios que ocasionan más inestabilidad e incertidumbre al proceso de integración.

El canciller Francisco Bustillo, en un panel sobre los 30 años del Mercosur, organizado por el Centro de Estudios para el Desarrollo (CED), en el que participó junto a los expresidentes Luis Alberto Lacalle y Julio María Sanguinetti, la semana pasada, dio datos muy elocuentes sobre la caída del bloque como herramienta económica. En 1990, las exportaciones intrarregionales representaban 8,9% del total de las exportaciones de los países socios; en 1998, saltaron a 25,3%; y entre 1999-2002, en el contexto de la crisis de las monedas locales, hubo una baja muy importante y nunca más recuperó el flujo comercial del inicio de segunda mitad de la década de 1990.

La película del Mercosur no puede ser más desalentadora: Brasil y la Argentina, dos de las economías más cerradas del mundo, tienen una estructura arancelaria obsoleta, que se refleja en más de una decena de alícuotas, y una práctica común de excepciones que distorsionan aún más el comercio. Como dijo recientemente el economista Marcel Vaillant, en una entrevista con La Nación, el Mercosur tiene “una telaraña de regímenes especiales” (industria automotriz, zonas francas, admisiones temporarias, entre otros) y, por si fuera poco, tiene en el debe aspectos importantes, como la liberalización de los servicios, del comercio electrónico, de la inversión, las contrataciones públicas, sin considerar todo lo relacionado con la propiedad intelectual.

La fragilidad del comercio intrarregional y la desestimación del regionalismo abierto como instrumento de desarrollo son dos caras del fracaso de un Mercosur que hoy a impulso de Brasil y Uruguay podría reinventarse, si Argentina finalmente aceptara una baja de aranceles y dejara de poner reparos a que los países miembros avancen por sí solos en acuerdos comerciales con terceros mercados.

Sería un gran regalo de cumpleaños que, en su 30º aniversario, el Mercosur pudiera dar pasos concretos hacia una zona de libre comercio. Uruguay tendría más libertad para proyectar con autonomía su inserción internacional y acelerar procesos de negociación en curso.

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