Sí, es natural ser perezoso

Un estudio comprueba que la tendencia a la vagancia obedece a motivos físicos y que despreciarlos va contra la salud

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01 de octubre de 2016 a las 05:00

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Imagine que, antes de dormir, programa una alarma para tener tiempo de salir a hacer algo de deporte antes de entrar a la oficina. Luego, cuando ya son las 6 de la mañana y es hora de levantarse, el abrazo de las mantas es tan cálido que usted solo llega a abandonarlo cuando se hace tarde para ir a trabajar.
Incluso aquellos con las mejores intenciones a menudo luchan contra la pereza y deben encontrar motivación para hacer ejercicio. Casi siempre hay una poderosa tentación de hacer algo (o nada) aparte de una sesión de running.

Esto puede sentirse como un fracaso personal, como si la decisión de no ejercitarse fuese un signo de debilidad, o al menos de poca fuerza de voluntad.

Sin embargo, es posible que sólo se trate del instinto evolutivo de los seres humanos a ser perezosos.
Al menos esa es la teoría de un profesor de Harvard que cree que nuestros antepasados gastaron tanta energía en la caza y la recolección que buscaban descanso siempre que podían. Los seres humanos están, por tanto, predispuestos a querer conservar la energía.

Daniel Lieberman, un experto en biología humana evolutiva, planteó en un documento académico publicado en 2015 –bajo el nombre de ¿El ejercicio es realmente medicina? Una perspectiva evolutiva– que el ejercicio no es una inclinación natural del ser humano.

Lieberman explicó que los antepasados del hombre luchaban para acumular la suficiente cantidad de alimentos como para compensar las calorías que quemaban al rastrear esa comida. Por lo tanto, necesitaban conservar su energía siempre que tenían la oportunidad. La mayoría de los humanos modernos que hacen ejercicio no necesitan preocuparse de si, después de un entrenamiento, serán capaces de compensar el déficit de calorías.

El experto enfatizó que la retención energética va más allá del deporte en sí y aludió que se trata también de un fenómeno cultural del mundo moderno. El científico utiliza como ejemplo el uso de escaleras mecánicas en un centro comercial: al momento de elegir, la mayoría de las personas optará por las máquinas que realizan el esfuerzo por ellas.

"La gente a menudo se siente mal por no hacer ejercicio y sus médicos se lo remarcan con saña, yo creo que eso es igual de irresponsable que avergonzar a la gente por su sobrepeso", dijo Lieberman. "No es nuestra culpa que seamos físicamente inactivos y que vivamos en un mundo que incita al sedentarismo en la gran mayoría de sus ámbitos. Necesitamos ayuda y debemos cambiar esos hábitos desde lo saludable".

El doctor insistió en que educar a las personas sobre los beneficios del movimiento no es suficiente para anular el instinto. Debe haber un cambio cultural sobre qué prioridad se le da a la actividad física en las escuelas y el trabajo. Es necesario que existan incentivos para moverse –como los tenían nuestros antepasados– que vayan por el lado del juego y la satisfacción de superarse.
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