Opinión > EDITORIAL

Terror en el Pasteur

Se llegó tarde, otra vez, a los incidentes que se dieron en el hospital
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24 de enero de 2019 a las 05:03

Algún día, académicos o periodistas serios y con tiempo investigarán en qué momento de la historia reciente Uruguay perdió la brújula de la convivencia y el respeto elemental para poder vivir en sociedad. Tal vez entonces por fin aceptemos que el país que construyeron nuestros abuelos no era tan malo y que la construcción de una sociedad es una cuestión mucho más compleja como para explicarla en clave dicotómica de buenos y malos.

El triste y preocupante episodio ocurrido en el hospital Pasteur la madrugada del lunes no hace más que confirmar que hay bastiones urbanos en la capital donde el imperio del derecho y las normas básicas de convivencia han desaparecido. Allí sobreviven tribus de personas ilegales libradas al destino, conviviendo con la violencia y sin el más mínimo apego a respetar nada ni a nadie. Se trata de núcleos de poblaciones marginales que viven al desamparo de las autoridades y padecen la brutalidad por omisión de un Estado administrado por un gobierno que tras quince años de bellos discursos sobre políticas sociales ha fracasado con total responsabilidad.

Los episodios del Pasteur rápidamente tomaron estado público. Imágenes de policías fuertemente armados ingresando desordenadamente al hospital público. Enfermeras en estado de shock tras la toma por asalto de un grupo de exaltados al CTI donde había muerto un joven tras un accidente de tránsito. Doctores golpeados.

El muchacho de 17 años había ingresado horas antes con varias fracturas en brazos y piernas e incluso de cráneo. El accidente ocurrió cuando era perseguido por la policía tras cometer un robo en la zona de Malvín Norte. Tras intentos de recuperación, el chico murió de un paro cardiaco.

La imagen fue más o menos así. Pasadas las nueve y media de la noche un malón de enajenados ingresó a golpes, gritos y empujones al CTI del primer piso del centro asistencial. Fueron breves instantes de locura. Rompieron vidrios, patearon computadores, monitores y hasta arrojaron al suelo el cardiodesfibrilador de una de las salas.  Una veintena de pacientes en estado grave, peleando por su vida, sedados y entubados asistían desde sus camas al bochornoso espectáculo de una sociedad partida.
No hubo seguridad en la puerta, ni disuasión que surtiera efecto. Familiares, vecinos y amigos del fallecido ladronzuelo ya muerto amenazaban sin rodeos: “Si no se salva los matamos a todos”.

Todo demasiado triste y tarde. Luego de los tenebrosos incidentes se anuncian medidas inmediatas para impedir la entrada a los CTI. Se habla de reforzar las puertas de entrada, de protocolos de asistencia sicológica a las víctimas. La policía reconoce que falló en no asignar custodia a la ambulancia que trasladaba el herido rumbo al centro asistencial. 

Nuevamente medidas que llegan tarde. Una noche de terror en el hospital Pasteur que deja un sabor muy amargo. Uruguay no puede seguir el camino de la desintegración total. Más que nunca hay que conectar puentes y que por ellos circulen normas de convivencia ciudadana. 
Somos un país chico, aun manejable, sin grandes problemas… no puede ser que al final el enemigo sea el que tenemos adentro, conviviendo a pocas cuadras de donde creemos que dormimos tranquilos. 

 

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