The Crown se mete en su quinta temporada en la década de 1990

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The Crown: la quinta temporada de la serie de Netflix rompe el hechizo, pero tiene crédito de sobra

La serie de Netflix mantiene la atención de sus seguidores de cara al final, pero falla en aspectos que, antes, eran puntos fuertes
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25 de noviembre de 2022 a las 05:00

La reina Elizabeth II le comenta a su nieto William, al inicio del octavo capítulo (Pólvora) de esta quinta temporada, que el televisor arcaico que apenas le alcanzaba para sintonizar la televisión abierta y, en particular, a su predilecta British Broadcasting Corporation (BBC) era una metáfora del estado de la cosas en la Casa Real durante ese tiempo, la tumultuosa década del 90.

Como algunos de los diálogos que constituyen el guion de la nueva temporada de The Crown, la acotación de la reina peca de un innecesario grado de explicitud para una serie que ha exhibido figuras retóricas con elegancia a lo largo de cuatro temporadas. No hace falta llegar al final para saber que el buque Britannia ya no puede navegar o que la familia Windsor se está incendiando al igual que uno de sus castillos. 

La puja entre statu quo y revisión, entre conservadurismo y modernidad es un diálogo tenso que tiene lugar desde el primer capítulo de la serie. Pero es en esta quinta temporada en la que se pone la lupa sobre la capacidad de la monarquía británica de adaptarse a un mundo nuevo.

Hace una semana, la querida colega Pía Supervielle puso su atenta mirada a la serie en su columna en No toquen nada y planteó la pregunta al aire. Por mensaje privado le respondí que sí, que creía que esta entrega estaba a la altura de las anteriores. Pero para ese momento solo había visto los primeros cuatro capítulos y la cosa no venía mal. 

En buena medida ya había reconocido los defectos que hemos visto todos: Dominic West es un príncipe Charles vigoroso, estratégico, determinado y buen mozo, es decir, impensado; Elizabeth Debicki haciendo una interpretación tan mimética de Diana que terminaba por exponer el artificio; Imelda Staunton representando a una Elizabeth II algo más dubitativa e insegura que la que nos propuso Claire Foy en las dos primeras temporadas.

Diana, Carlos y sus conflictos son el centro de la nueva temporada

Pero al margen del casting y la dirección actoral, el planteo inicial traía momentos que aparentaban que la quinta entrega retomaría el pulso de las anteriores. Entre el síndrome de la reina Victoria y la historia de los Fayed, Peter Morgan había logrado que recordáramos por qué decidimos renovar a ciegas el compromiso con una de las mejores series de la historia. Sin embargo, a medida que transcurren los capítulos la temporada se desinfla y The Crown adolece de varias de las razones que nos llevaron a esperarla con tanta ansiedad: reconstrucción de época, diálogo histórico, drama político y, sobre todas las cosas, un criterio justo para contar y para la elipsis, para el diálogo y para el gesto. 

No todo es responsabilidad de sus guionistas. La realidad de los 90 en el Reino Unido les dejó poco margen a los pensadores de esta ficción y eso es notorio si se compara con los acontecimientos de las décadas precedentes. Cuando Elizabeth II heredó el trono en 1952, el Reino Unido ya había perdido su lugar imperial hacía décadas, aunque aún conservaba un espacio de preponderancia en el ordenamiento global. Las cuatro temporadas anteriores tienen suficiente argumento para contar el drama político internacional de un poder en declive. La peripecia de Winston Churchill, de Gamal Abdel Nasser, de Margaret Thatcher o de los Kennedy, entre tantos otros, marcaron el pulso de una historia que traía sus propios elementos para cautivar a los espectadores. 

Pero los 90 ya no ofrecen la distinción de otras décadas. Como único consuelo, la temporada ofrece en su sexto capítulo una mirada irresoluta al vínculo entre los Windsor y los Romanov, desenterrando una historia de 1917 en el marco de la visita de Boris Yeltsin a Londres y de la reina a Moscú. Además de hacer una interpretación laxa del no rescate del zar Nicolás II por parte de su primo Jorge V, en este capítulo dedicado a la casa Ipatiev también incurre en diálogos innecesarios y escenas que agregan poco, más allá de la evidente intención de subrayar los problemas que el presidente de Rusia tenía con el alcohol.

Elizabeth Debicki como Diana

En la última década del siglo xx, la principal y casi única historia relevante que se puede contar es la de una familia en decadencia. Una corporación que se pregunta cómo ejercer su rol en la nueva era, que cree interpretar el sentimiento popular desde su torre de marfil y que tímidamente se interpela por la necesidad del cambio para justamente procurar cambiar lo menos posible.

La de 1990 es la década en la que florecen las críticas más feroces para Elizabeth II. La monarca, muy a pesar de sus convicciones, entiende que su buque requiere arreglos para seguir andando, aunque eso signifique que la cabeza de la Iglesia de Inglaterra acepte el divorcio de un futuro rey, que se expresen emociones en un discurso público o consumir televisión satelital y engañar esporádicamente a su BBC para ver carreras de caballos en vivo. O si no puede serguir navegando lo mejor quizás sea el retiro del yate real. Las disonancias están en cada esquina.

La gloria del reino no es eterna y, voluntaria o involuntariamente, la última temporada de The Crown nos recuerda eso. Pero no hay que ser malagradecidos: la serie tiene crédito de sobra y, por eso, ya estamos esperando la sexta.

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