Tiempo detenido en las alturas

Machu Picchu es uno de los últimos vestigios de belleza construida por el ser humano en este planeta

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08 de agosto de 2020 a las 05:01

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Siempre he evitado visitar sitios históricos que congregan a miles de turistas, no por los lugares en sí –no soy un talibán– sino por las multitudes que congregan y que me generan claustrofobia al aire libre. Ver a cientos de semejantes luchando por conseguir un lugarcito en un espacio atiborrado para poder sacar una foto que posiblemente no verán más de una vez al regresar a su país, me produce una especie de íntimo pánico. La primera vez que fui al museo del Louvre debí esperar varias horas para poder ver a La Gioconda debido a la enorme cantidad de turistas que había sacándole fotos. Después de eso, dije ya no más. De ahí que hoy algunos se sorprendan cuando les digo que en lugar de visitar la Gran Muralla o la Ciudad Perdida, tal como lo habían planeado los organizadores del festival literario al que asistí invitado, me fui a caminar por las calles de barrios de Pekín que no aparecen en las guías turísticas. O que me quedé en una cafetería leyendo el diario y comiendo un croissant en lugar de visitar el Palacio de Versalles. Sin embargo, un lugar que no estaba en mis planes visitar, ahora lo está, a raíz de la muerte días atrás de un amigo, no de covid-19, sino de cáncer. Pocos días antes de fallecer hablé con él por teléfono y me dijo, “Espina, no haga lo que yo hice, me voy a morir sin conocer Machu Picchu”. Estoy seguro de que esa frase va a acompañarme el resto de mi vida. Machu Picchu ha pasado a ser ahora un destino obligatorio. Tal vez debería visitar el sitio cuanto antes, antes de que el mundo vuelva a llenarse de gente sacando fotos.

Construidas a 2.430 metros sobre el nivel del mar, están más cerca de la altura del asombro que de las circunstancias. Son su propio tiempo, aunque desde hace más de cien años es el tiempo de los turistas que las visitan y que terminarán desgastándolas. Machu Picchu es uno de los nombres que el mundo entiende en todos los idiomas. Si hubiera que elegir una postal del pasado de la humanidad podría ser esa, con fondo de majestuosidad verde y piedra infinita. Ciudad entre las nubes. Dicen que Pablo Neruda cuándo las visitó por primera vez dijo: “Lindo lugar para comerse un asado”. Al poeta chileno le gustaba comer bien y en abundancia (lo dicen las fotos y sus amigos), y podía hacerlo en cualquier parte, incluso donde el pasado puede convertirse en asado. Pero no se quedó en ese comentario de pícnic, hubo más en quien cruzó a caballo la cordillera de los Andes. Escribió uno de los poemas más conocidos de la lengua –no es el mejor de Neruda– que se llama “Alturas de Machu Picchu” y que está traducido a tantos idiomas como misterios guardan sus ruinas.

Cuando a Jorge Luis Borges le informaron que Neruda había escrito un poema sobre Machu Picchu respondió: “¿Ah, sí?”, y pidió enseguida el desayuno, consistente de un café con leche y dos medialunas (la historia me la contó el profesor que lo acompañaba). Para Borges, América y su posible marco de identidad significaban otra cosa, algo más cercano a la pampa y al primer europeo que quiso parecerse a los gauchos, pero solo consiguió serlo en la forma desafinada de tocar la vihuela. No obstante, Borges escribió “Las ruinas circulares”, que bien podrían estar situadas en el altiplano peruano, cerca de algún río imaginario que como todos los ríos va a dar a alguna parte. Escribió también un cuento breve, muy bueno, “El etnógrafo”, cuyo protagonista, tras descubrir con los indios el secreto de la vida, se casa, se divorcia y termina trabajando en la Universidad de Yale.

En esa universidad, justamente, enseñó el historiador Hiram Bingham III, explorador y legislador estadounidense (fue gobernador del estado de Connecticut por un día y luego senador por el Partido Republicano), cuyo mayor aporte a la humanidad fue haber descubierto Machu Picchu. El 24 de julio de 1911, siendo director de la Expedición Peruana de Yale, el Indiana Jones nacido en 1875 halló las ruinas de la ciudadela y localizó la última capital del imperio incaico. En misión para el National Geographic, entre 1912 y 1915 Bingham siguió explorando territorios incas. Su libro más importante se llama Lost City of the Incas (La ciudad perdida de los incas), de 1948. Murió el 6 de junio de 1956 sin haber resuelto los principales enigmas que esconde la gran ciudadela imperial. Sin embargo, su nombre se quedó a vivir para siempre entre incas, pues ocho años antes de morir el camino a Machu Picchu fue nombrado en su honor. A pesar de esto, nuevas y peruanas versiones consideran que el verdadero descubridor de las ruinas fue Agustín Lizárraga, en 1902, quien tiempo después se ahogó en el río Urubamba, tratando de llegar otra vez a Machu Picchu.

No se sabe todo lo que se quisiera sobre la construcción y trayectoria del histórico emblema del pasado americano. Sitio precolombino ubicado a 80 kilómetros al nordeste de Cuzco y a 600 metros sobre el Urubamba, los 13 kilómetros cuadrados de la ciudadela presentan terrazas edificadas alrededor de una plaza central, y conectadas por numerosas escaleras. La construcción demuestra una sofisticada ingeniería en la cual resaltan detalles arquitectónicos deslumbrantes. El hombre podía pensar sin depender de Europa.

En un gesto rimbombante, como queriendo destacar el fin de la dependencia con el poder extranjero, el 30 de julio de 2001 el entonces nuevo presidente peruano Alejandro Toledo realizó en Machu Picchu una inauguración simbólica de su presidencia. Un cable informativo de Reuters informó del acto de esta manera: “Dos sacerdotes descalzos, vestidos con ponchos rojos decorados y chullos blancos, gorros de lana de llama con orejeras y pompones, pidieron permiso al señor Toledo para quemar hojas de coca, grasa de llama, azúcar, quinua y flores. Mientras los sacerdotes levantaban dos paquetes de ofrendas al cielo y los quemaban fuera de la vista de alrededor de 250 invitados reunidos, se le puso a Toledo un collar de oro con la cruz inca o chakana, y se le entregó un hacha de oro”. El entonces flamante presidente utilizó el momento para intentar destacar el “nuevo” comienzo de la historia de su país, tras los desastres políticos previos. El mucho simbolismo sirvió de poco. El 9 de febrero de 2017, un juez peruano ordenó el arresto de Toledo por acusaciones de que recibió US$ 20 millones en sobornos de Odebrecht a cambio de la adjudicación de contratos de obras públicas. Hoy reside en Estados Unidos, donde luego de haber estado preso por unos meses se encuentra en libertad condicional. Pasó de las alturas de Machu Picchu a la realidad al ras del presente. Difícilmente su imagen logre algún día despegarse de donde ha quedado hundida.

Lo mismo que otras ruinas ubicadas en diferentes partes del continente americano por las cuales el tiempo y los turistas han pasado haciendo estragos, las de Machu Picchu tienen su futuro arruinado. Uno de los sitios en el planeta Tierra que recibe mayor cantidad de turistas, Macchu Pichu vive en constante peligro de derrumbe. A comienzos de este siglo, un estudio publicado en la revista New Scientist de Londres advertía sobre la situación de deterioro que acecha al declarado patrimonio cultural de la humanidad en 1983 por la Unesco. Más de un siglo recibiendo turistas le ha pasado factura. En ningún aspecto de la vida los excesos son buenos. En la actualidad, el número sigue siendo alto, ya que 5.940 turistas, divididos en dos turnos, pueden visitar las ruinas por día, un exceso, considerando que algunos expertos dicen que lo ideal sería no más de 500 diarios. Exhippies, japoneses, europeos que se sienten culpables de serlo, místicos de la new age, veganos, nuevos geek, seudo intelectuales, y todo tipo de turista capaz de sacar fotos con su teléfono celular, pululan en la mística ciudadela que una vez, mucho tiempo atrás, fue zona sagrada y difícilmente penetrable. Los incas sabían practicar un camuflaje divino.

El aventurero Hiram Bingham III sospechaba que Machu Picchu había sido el último refugio de los incas del Cuzco que escapaban de los invasores españoles. Sin embargo, la ciudadela no aparece mencionada en la crónica de los conquistadores. Ahora nadie, ni siquiera los peruanos, llenos de historia inca, puede garantizar al mundo que las ruinas seguirán existiendo como tales dentro de unos años. Poco sabemos de nuestro futuro y si las cosas siguen como ahora, las futuras generaciones menos podrán saber de nuestro pasado. l
 

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