LENNART PREISS / AFP

Un año de pandemia

No sabemos cuánto va a demorar la victoria, pero llegará

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14 de marzo de 2021 a las 05:00

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A mediados del siglo XX la humanidad intentaba recuperarse del trauma de la segunda guerra mundial. Probablemente el episodio más traumático del siglo XX. Campos de concentración, bombardeos aéreos, bombas atómicas.

Uno de los resultados de ese período dramáticamente oscuro de la humanidad fue la irrupción del pacifismo como activismo político. Haz el amor y no la guerra. Cuán efectivo haya sido es cuestionable. Por un lado, la relación entre vecinos de Alemania y Francia es indudablemente abismalmente mejor que la que hayan tenido nunca. Pero por otro lado la prédica del pacifismo no parece estar cerca de llegar a tantas zonas del mundo, desde Medio Oriente a Birmania.

Sin embargo ese pacifismo contenía el embrión del ecologismo. Rachel Carson había publicado en 1962 Primavera silenciosa, uno de los libros sobre ciencia más populares de todos los tiempos que advertía por la muerte masiva de aves e insectos como consecuencia de la aplicación masiva de pesticidas no selectivos y en particular del DDT (popular en Uruguay como Gamexane aún en los años 70.

Carson era limnóloga y oceanógrafa y ya había publicado libros de ciencia de alto impacto, pero La Primavera Silenciosa fue una revolución conceptual que llevó a la creación de la Agencia de Protección del Ambiente de EEUU.

Un cambio cultural trascendente estaba ocurriendo. Llegó Woodstock y la música canadiense Joni Mitchell no pudo ir. Pero lo vio por televisión. Un recital que se convirtió en una movilización masiva de jóvenes soñadores en un campo. Publicó un disco simple muy influyente. En un lado su canción Woodstock reclamaba que “debemos volver al jardín”. La canción del otro lado, Big Yellow Taxi, pedía: “Oye granjero, granjero, guarda tu DDT, No me importan las manchas en mis manzanas, Déjame los pájaros y las abejas, por favor.

Hey farmer, farmer, put away your DDT

I don’t care about spots on my apples,

Leave me the birds and the bees

Please.

La pandemia nos dejará seguramente varias enseñanzas, de distinto tipo, como todo evento altamente traumático. Recordarenos que hay una minoría de virusplanistas que no son distintos de los que niegan el cambio climático y que encontrarán a algún médico o agrónomo que acompañe aberraciones como la oposición a la vacuna. Eso es poco trascendente, aún cuando un  agrónomo anti vacunas esté instalado en el  Poder Legislativo.

Una enseñanza más importante es la que deja la experiencia práctica de la importancia de tener un sistema científico nacional sólido. Y la enseñanza complementaria: que desconocer lo que los científicos estudiosos, serios  nos aconsejan lleva a desastres gigantescos.  Basta ver lo que pasa en el Brasil de Bolsonaro el de la gripezinha.  No hay poder político que pueda modificar a las fuerzas de la naturaleza. Una epidemia no se firma con discursos. No hay retórica que frene  al calentamiento global. Hay que tomar acciones. En una pandemia las acciones que recomienden los médicos especialistas. En materia climática lo que climatólogos y científicos relacionados analicen y deduzcan. Allí reside el mayor riesgo para Uruguay en este momento en que estamos como en el desembarco de Normandía, las vacunas van llegando pero la guerra está en todo su fragor y el caos de Brasil puede significar variedades mutantes peligrosas como la P1. No podemos saber cuánto va a demorar la victoria, pero llegará y dejará una sociedad que –ojalá- sea distinta.

Hemos aprendido también que para una parte de la fuerza laboral, el trabajo podía ser mucho más móvil de lo que parecía. Para muchos trabajar desde su casa o desde donde elijan es una opción que antes se remitía a  una oficina.  Y como consecuencia, que nuestra casa, nuestra cocina  y nuestro jardín o balcón eran más importante de lo que creíamos.

Aquel regreso al jardín que pedían los jóvenes rebeldes hijos de la Segunda Guerra Mundial parece estar sucediendo. Los viveros han vendido en 2020 como nunca. Los diseñadores de jardines han tenido más tarea de la habitual. Las plantas nativas se agotaron. El sustrato para Cannabis agotado. Los jardines que apelan a reconstruir la naturaleza, la permacultura, las huertas urbanas se multiplican en todo Uruguay desde los barrios más pudientes a los más humildes. Algo ha cambiado. La misma gente que gastaba sus ahorros de un año en tomarse un avión para ir a un shopping de Miami está ahora plantando arazás, guayabos y pitangas.

Tal vez sea algo circunstancial. Tal vez una vez obtenida la inmunidad de la manada, nos volvamos a enfrascar en las pantallas y volvamos a la insensibilidad frívola de otrora.

Sea o no el origen de la pandemia un animal silvestre que pasó por un mercado de animales infame, como dice la Organización Mundial de la Salud un año después de declarar la pandemia, la enseñanza más importante a tomar de lo  sucedido es la necesidad de replantearnos la relación con la naturaleza. Solo el amor a la naturaleza y la actitud de restaurar la diversidad nos permitirá superar los desafíos pendientes.

Recuperar una vida normal tras superar a la pandemia será con un enamoramiento de la naturaleza o  padeceremos disrupciones cada vez más marcadas. Y aunque lo que haga cada uno será insignificante, actitudes mínimas como compostar los residuos orgánicos, andar más en bicicleta,  evitar prendas derivadas del petróleo y compradas por frívolas modas pasajeras, pueden generar una re evolución que nos evite el abismo al que por ahora seguimos yendo. Dos tercios de las florestas del mundo han sido taladas o degradadas. Para nuestros vecinos que siguen quemando selva, las miradas de indignación y crítica se harán más fuertes. Y no valdrá el argumento de que otros antes talaron sus selvas.

Para el Uruguay en el que las áreas silvestres siguen siendo importantes, y el área de monte nativo crece, la oportunidad de ser un país ejemplo es evidente. Solo el amor a la naturaleza puede salvarnos. El respeto reverencial a los animales silvestres que no merecen terminar en una jaula de un mercado. El cariño incondicional a los espacios silvestres que son reliquias de tiempos lejanos en los que los humanos ni siquiera estábamos en América. Una agricultura que incorpore la sensibilidad a aspectos que van más allá de los kilos por hectárea. Un turismo que aprenda a respetar la integridad de los lugares bellos. Alcanzar la neutralidad en gases de efecto invernadero para que el clima, hoy tan amenazante no se despatarre del todo.

El covid ha de enseñarnos que somos parte de la trama del gran árbol de la vida y que no podemos sentados en su copa serruchar el tronco. La fragilidad de nuestra situación en el planeta, la importancia de restaurar el jardín que habitamos, usar el conocimiento científico para llegar a las soluciones posibles..

Esto no solo tiene que ver con un rediseño de los sistemas de producción de alimentos o una revalorización de sistemas productivos que en Uruguay ya conviven con la vida silvestre. Será un rediseño de los sistemas de transporte, de las ciudades, de las finanzas y los sistemas de créditos,  el principio de un nuevo mundo que será más disfrutable cuando las vacunas hayan vencido al virus.

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