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Un espacio que vence cordilleras

El Museo Andes 1972, que homenajea a los sobrevivientes de la tragedia en el Valle de las Lágrimas, es producto de un emprendimiento familiar y figura en Tripadvisor como la atracción principal de Montevideo
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06 de junio de 2014 a las 20:52

Si a un montevideano se le preguntara cuáles son las actividades más destacadas para realizar en su ciudad, seguramente recomendaría entre otras, un paseo por la Rambla, la Ciudad Vieja o una velada en el Teatro Solís. No obstante, en Tripadvisor –considerado el mayor sitio web de viajes del mundo que se organiza a partir de las recomendaciones de los usuarios y cuenta con unos 260 millones de visitantes únicos al mes–, figura como la actividad más interesante en la capital ir a un lugar que gran parte de los uruguayos desconoce: el Museo Andes 1972.

Mientras que de acuerdo a la opinión de 133 extranjeros que llegaron al país la visita a este lugar es “imperdible”, “conmovedora” e “inolvidable”, la paradoja es que la fundación del museo, en octubre de 2013, pasó bastante desapercibida y es difícil encontrar a un uruguayo que haya visitado las instalaciones situadas en Rincón 615, a metros de la Plaza Matriz.

Detrás de este establecimiento se encuentra el empresario Jörg Thomsen, de 57 años, hombre de aspecto elegante, apellido y rasgos daneses, y dueño de una empresa de aislamiento térmico. Thomsen, quien tiene un contacto fluido con los sobrevivientes de la tragedia de los Andes, ya había hecho con anterioridad pequeñas exposiciones al respecto en Montevideo y Punta del Este.

“Ahí vi que el uruguayo o no quiere la historia o no la conoce. Está el tema subyacente de que fue la historia de ‘los pitucos de Carrasco’ y queremos demostrar que esto es una hazaña del ser humano única en el mundo”, comenta el empresario, hijo de una uruguaya y de un alemán.

Si bien la inauguración del museo contó con la presencia de diversas autoridades, el emprendimiento no recibe subsidios y es producto de la colaboración de Thomsen, su socia Andrea Prada y algunos familiares. El día de la entrevista se encontraban Harald Göeke, tío de Thomsen y uno de los dueños del local, de 86 años, y su hija Henriette. Ella y su primo funcionan como guías en el museo y ofrecen sus explicaciones a todo aquel interesado sin un costo extra.

El local tiene dos pisos y un sótano con pinturas alusivas a la tragedia llamado Espacio Cultural El Arriero. Este lugar fue inaugurado el 13 de mayo en homenaje al chileno Sergio Catalán, quien ayudó a Fernando Parrado y Roberto Canessa en su rescate, y cuenta con obras de sobrevivientes como Eduardo Strauch y José Luis Inciarte. La edificación está emplazada en un inmueble que pertenece a la familia del empresario desde 1887 y cuenta con paredes hechas con piedras que pertenecieron, de acuerdo a Thomsen, a la muralla de Montevideo.

En el lugar se suceden objetos de los sobrevivientes y paneles explicativos. “No hay mucho más original porque la gente tiró las cosas”, comenta el empresario. Entre las piezas rescatadas se encuentran la cámara fotográfica de Roy Harley comprada en 1969, el cinturón de Canessa, gorros y manoplas hechos con los forros de los asientos de los aviones, algún resto del vehículo accidentado y hasta un saco de Strauch que se encontró hace nueve años en la cordillera, todavía con dólares en los bolsillos.

En los paneles explicativos hay, por ejemplo, un cronograma de los 72 días que los 29 sobrevivientes pasaron en el Valle de las Lágrimas. También se puede ver un colector solar, que los uruguayos elaboraron con los asientos del avión para hacer agua. A su lado, se encuentra un reloj de arena de 45 minutos que marca la lentitud del paso del tiempo.

“Habría que darle vuelta 2.304 veces (para que se cumplieran los 72 días). ‘Coche’ Inciarte en la primera noche estaba ansiando que saliera el sol y buscó su encendedor para ver la hora pensando que eran las seis de la mañana, y eran las ocho y media de la noche”, comenta Thomsen.

El curador pretende que el museo haga énfasis en las durísimas condiciones físicas que los sobrevivientes tuvieron que atravesar en la montaña. “Quiero que la gente perciba que aquello no fue chiste. Vamos a tener dentro de un año un túnel de viento para que se vea lo que son menos 40 grados con vientos de 40 kilómetros por hora”, señala.

Pero sobre todo el hincapié del museo está en subrayar el valor, la humildad y el optimismo de los uruguayos que vivieron esta tragedia.

“Te estoy escribiendo en el interior del avión, nuestro petit hotel de momento”, lee Thomsen la carta que Gustavo Nicolich le escribió a su novia poco antes de morir y –como habrá sucedido tantas otras veces– su rostro refleja emoción.

La cordillera propia

El tour por el museo dura unos 45 minutos, pero hay gente que se queda mucho más. “El primer visitante que me llamó la atención fue un hombre que estuvo tres horas. Yo al final le pregunté, ¿cuál es su cordillera? Y el tipo me dijo, ‘mi hijo se suicidó hace tres meses y todavía no sé cómo llevarlo’. La gente viene acá por la historia, pero también por su propio drama. Y te das cuenta que le estás haciendo en cierto grado un favor, tratando de demostrar que lo que ellos pasaron es pequeño en relación a lo que (los sobrevivientes) sufrieron”, sostiene el curador.

Como todos, Thomsen también tiene su propia cordillera y varios motivos que lo llevaron a abrir el museo. Entre ellos, el empresario comenta que lo marcó el abandono del submarino ruso K-141 Kursk en el Mar de Barens en el año 2000, en el que luego se descubrió que varios tripulantes sobrevivieron atrapados bajo el agua por días.

Thomsen hace un paralelismo con la tragedia de los Andes. “Sentí que en la sociedad uruguaya habíamos sido omisos, los criticamos mucho (a los sobrevivientes) en su momento por la necrofagia, pero fuimos nosotros los que abandonamos la búsqueda”. Por otro lado, el padrino de Thomsen murió junto a su esposa en un accidente aéreo hace décadas y en 2007 un amigo falleció en el avión de TAM que se salió de la pista en San Pablo. Casualidad o no, Thomsen tiene un hijo que es piloto.

“Si esto hubiera pasado con la cuarta de Peñarol esta calle ya no se llamaría Rincón, sino Nando Parrado o Sergio Catalán”, concluye el empresario que dice haberse sentido “llamado” a abrir el museo porque después de 42 años nadie lo había hecho.

No obstante, la popularidad del establecimiento en internet no condice con el éxito. “Para que sea económicamente viable necesitaríamos de unas 120 personas diarias y estamos por debajo, con un promedio real de 16 o 17” (el valor de la entrada es de $ 100 para los uruguayos y US$ 10 para los extranjeros), reconoce Thomsen, quien alterna su trabajo en su empresa con su presencia en el museo.

“Esto es mi ‘baño del Papa’ porque la lógica dice que llegan miles de cruceros, pero este tipo de turista no gasta un peso porque tiene todo pago. Había una expectativa de que aquí iba a haber cola para entrar”, comenta.

Mientras conversa con El Observador, dos pilotos brasileños, que llegaron recomendados por otros colegas, recorren la muestra. Ya pasaron unos 45 minutos de la hora de cierre del museo, pero Thomsen comienza a charlar animadamente con ellos como si fuera un aviador más y como si con cada palabra estrechara la distancia que lo separa de su propia cordillera.

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