Un mamarracho muy popular

La segunda temporada de Hache es peor que la primera, y más exitosa en cuanto a audiencia

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13 de marzo de 2021 a las 05:00

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Los canales de cable premium, pioneros en su rubro, HBO y Showtime, como asimismo las plataformas de streaming que se han ido sumando al menú de ofertas de entretenimiento en años recientes, Amazon Prime, Disney+, Apple TV, basan su propuesta en la calidad de producción de las series, que por complejidad y elaboración de las tramas se distancian de las que han sido prototipo desde que el medio existe y caracterizan a los canales de televisión abierta, CBS, ABC, NBC y FOX. La empresa líder en la factoría de series en serie Netflix comenzó amagando convertirse en espacio distintivo separado del pelotón, dando cabida y siendo plataforma de lanzamiento de series comercialmente riesgosas, pero con indudable calidad artística. En este aspecto, son varias las que podrían utilizarse de ejemplo: Marco Polo, House of Cards y Sense 8 (antológica desde todo punto de vista), las más notorias. 

Sin embargo, en lo que podría considerarse un derroche de dinero y errores, cinco años atrás Netflix comenzó a producir series de manera compulsiva, dando cabida a un amplio abanico de mediocridades infumables que al primer capítulo nomás llevaban al espectador a preguntarse, ¿cómo es posible que hayan gastado tanto dinero en este mamarracho? Pero hay más. Netflix se dio cuenta que varios de esos productos sin certificado de calidad conseguían un volumen alto de televidentes, lo cual abrió las puertas para lo que sea y genere audiencia. Bienvenidos al Netflix actual. La hora del entretenimiento chatarra a escala universal ha llegado. Además, en ese manojo amplio de producciones de medio pelo para abajo se ha ido imponiendo una tendencia muy marcada: el regreso de los dramas asociados a la estética de la telenovela. 

En México y España encontró Netflix las maquiladoras ideales para producir a troche y moche series marcadas por la impostación, el facilismo, el golpe bajo y todos los clisés asociados históricamente al género que en televisión abierta sigue reinando en varios países de habla hispana.  Monarca, Alguien tiene que morir, La casa de las flores, Oscuro deseo, White Lines, Vis a vis, y Élite, son algunas de las series de esos países cuyo fondo dramático es una emulación del género telenovela (teleteatro, culebrón), el cual cuenta con un repertorio definido y no muy variado de tics dramáticos para conseguir una fácil devolución de emociones por parte de la audiencia. A ese grupo hay que agregar en primer plano al que con facilidad califica para ser considerado el mayor fiasco en la historia del streaming y cuya temporada 2 acaba de estrenarse. 

La primera temporada de Hache fue mala. La segunda es incluso peor. Pero antes de continuar conviene aclarar que es una de las series de Netflix de mayor popularidad y que son tantos sus fieles seguidores, que habrá una tercera temporada a estrenarse el próximo año. Capaz que me estoy perdiendo algo, o bien lo que el público mayoritario prefiere son series en las que las neuronas han tenido poca incidencia. Si la suerte acompaña, la tercera será la vencida y última, pero con las telenovelas con arrastre popular nunca se sabe en qué momento terminarán. Lo incomprensible, lo realmente incomprensible de Hache, es que la trama que la sostenía en la primera temporada era limitada a más no poder y el planteamiento, lo mismo que las inexistentes vueltas de tuerca, resultaba por consiguiente obvio y evidente. El televidente adivinaba con diez minutos de antelación lo que sucedería en la escena siguiente. Dicho y hecho. Y la ausencia de suspense, que para un drama de este tipo es grave, no era el único factor negativo. La artificialidad de la propuesta resultaba tan notoria que uno terminaba cuestionándose la enorme pérdida de tiempo que significaba cada capítulo. 

Aficionada a las telenovelas argentinas de Nené Cascallar y Alberto Migré, mi abuela tenía una expresión genial para referir a aquellas que eran malas. Decía: “Esta no me gusta, es de pum y cachiporra”. Sin embargo, se las veía completas.  Las telenovelas son como la comida chatarra; indigesta, pero popular. Lo bueno de la segunda temporada de pum y cachiporra de Hache es su brevedad; son apenas seis capítulos (dos menos que la primera), los cuales vuelven a girar en torno al personaje principal, Hache/Helena (interpretada por la dubitativa y monótona Adriana Ugarte, quien nunca consigue dar pie con bola), una bella mujer de treinta y pico, con experiencia en la vida, empoderada por el dinero heredado de un narcotraficante, en fin, una dama de baja cuna “capaz de domar a un tigre”, como dice uno de sus súbditos en el cabaret que regentea. No es de esas féminas del populacho que viaja en tren de pie. 

Ambientada en la Barcelona de principios de la década de 1960, la serie cuenta la historia de Hache (ninguna relación de parentesco con Martín Hache), mujer atractiva y con influencias en las altas esferas del poder político (la corrupción era galopante en la España franquista), muy mala madre que pasa las noches en vela y que cuando se aburre tiene sexo con el primero al alcance de su cuerpo. Drogas, amor libre, mucha pachanga nocturna, ¡caramba!, los españoles de entonces eran más liberales de lo que uno suponía. La recreación de época es suntuosa, precisa, no obstante, la melosa banda sonora, saturada de canciones que resulta imposible saber por qué y para qué están, termina ocasionando grandes daños colaterales sin aportar nada. Así pues, este plomazo tiene ínfulas de convertirse en melodrama musical,  pero también en ese rubro fracasa. Nada que pretenda ser entretenimiento digno puede funcionar bien cuando la receta incluye la cursilería y lo ilógico como principales ingredientes. 

Hache, la serie, no es la historia de Herodes y Salomé, pero por ahí anda. Hay varias cabezas masculinas sobre el plato (mueren más los hombres que las mujeres, ¿será que hay un alegato feminista de fondo y no me había dado cuenta?), pues los libretistas, en decisión nada salomónica, cuando no consiguen que el personaje crezca en dramatismo y credibilidad, lo liquidan. Balas y puñaladas. El primer capítulo de esta telenovela creada por una mujer, Verónica Fernández, era llamativo, contenía cierta intriga, un final de capítulo difícil de predecir, y más de una vuelta de tuerca (repito esta expresión pues es uno de los elementos esenciales del género ‘serie’). En este culebrón todo comenzó con una historia de frente y fondo tan vieja como la caspa. Un hombre mayor, traficante adicto a la morfina, se enamora de una mujer hermosa y más joven, y ambos entablan una relación tórrida, esto es, con alta temperatura amorosa capaz de incendiar la alcoba. Por lo visto, en la industria del entretenimiento el sexo sigue siendo un juguete infantil para entretenimiento de adultos. Es fue el primer capítulo de Hache, la carnada mayor. Lo que vino luego fue puro desmoronamiento, la debacle de las expectativas que habían quedado ilesas y comenzado el periplo con interés y entusiasmo. El entusiasmo duró poco.

El problema de la serie, que tiene muchos, es la deriva dramática y los diálogos pueriles que la caracterizan y que en ningún momento la convierten en espectáculo disfrutable. Hache es una antología –muy imperfecta– de lugares comunes fácilmente reconocibles, los cuales hoy en día resultan imperdonables, considerando la cantidad de series con originalidad incluida que se han estrenado en la última década. La presencia para mejor de la imaginación, ha sido indiscriminada y constante en casi todas las series inglesas, alemanas y escandinavas.  Y es precisamente eso lo que le falta a Hache. La carencia de imaginación es alarmante, y superlativa también resulta la ausencia de sofisticación intelectual para otorgarle un mínimo de credibilidad a una historia que parece traída de los pelos. Otro ejemplo de telenovela blanda se ha unido al catálogo cada vez más amplio de series innecesarias estrenadas en Netflix.
 

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