Juegos Olímpicos de Berlín 1936. No solo el velocista y saltador en largo estadounidense Jesse Owens humilló a Adolf Hitler.
También lo hizo la selección de fútbol de Noruega que en cuartos de final eliminó a la tosca Alemania (2-0) que en primera fase había despachado con un auspicioso 9-0 a Luxemburgo.
Hitler sabía del éxito conquistado por Benito Mussolini dos años atrás en el Mundial de 1934 donde el juez sueco Ivan Ekman le arbitró a Italia en semifinales y final saludando al Duce desde la cancha como un enardecido Paolo Di Canio. E Italia fue campeón.
La Italia amiga ganó la medalla de oro en Berlín derrotando a Austria en la final 2-1, tal como lo había hecho en semifinales de 1934 por 1-0.
En los austríacos jugaba Matthias Sindelar, el Mozart del fútbol, como lo recuerda la eternidad. Enjuto, hábil, señorial, las imágenes de la era romántica del balompié hacen patente su apodo: El hombre de papel. Pero había fuego en su caracter.
Hitler invadió Austria en marzo de 1938 y dispuso que la selección de fútbol que iba a participar en el Mundial de Francia sumara a los ahora oprimidos al equipo.
La cortesía nazi (perdón el oxímoron) les ofreció un ambiguo partido de bienvenida-despedida que se jugó el 3 de abril.
El palco oficial estaba repleto de oficiales nazis. Había una fuerte presión para que Austria -que sin Sindelar había perdido el tercer puesto ante Alemania en el Mundial de 1934- cediera ante el invasor.
Pero el Wunderteam ganó 2-0. El segundo lo hizo Sindelar que festejó el gol 60 años adelantado: bailó desafiante frente al palco nazi. Se le rió en la cara a los genocidas.
Después se negó a jugar por Alemania el Mundial. Dejó el fútbol y defendió como amigo al presidente de su club, Austria Viena, removido del cargo por el pecado de ser judío.
El 23 de enero de 1939 fue hallado muerto junto a su novia italiana Camilla Castanola.
La Gestapo, que lo investigaba celosamente, informó que se trató de una intoxicación de monóxido de carbono, emanado de una estufa.
Pero para el pueblo de Austria fue el asesinato de un ídolo. Del tipo que como Owens con su triunfo en salto largo de 1936, humilló a Hitler.
Quince mil personas lo acompañaron en su funeral. Sus restos descansan en Zentralfriedhof, quebrando mágicamente la cintura al ritmo de Beethoven, Brahms, Schubert y Strauss que andan siempre en la vuelta. Aunque Sindelar hincha por Mozart.
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá