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Una noche de clásicos de la mano de una leyenda en la batería

Carl Palmer, exbaterista de Emerson, Lake & Palmer, dejó una noche cargada de virtuosismo en La Trastienda, con una interpretación instrumental de los temas que definieron el rock de los años 1970
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09 de abril de 2013 a las 19:12

"Necesito más bombos”, se excusó Carl Palmer –en un más que entendible español– ante una Trastienda llena tras tocar el primer movimiento de Karn Evil 9, la épica pieza que cierra Brain Salad Surgery, uno de los discos más importantes de Emerson, Lake & Palmer (ELP). Como si haber golpeado la batería como un verdadero animal no alcanzara. Así se puede ilustrar el grado de compromiso de un artista que demostró estar a la altura de su legado el domingo pasado en La Trastienda, en un show que duró más de dos horas. Como bien dijo un espectador al salir: “De acá te vas empachado”.

La noche (como en todas las presentaciones de su gira, en la que celebra el legado de ELP) comenzó con Peter Gunn, un tema compuesto por Henry Mancini para una homónima serie de televisión. La melodía, irónicamente, es más conocida que la serie misma.

Y si bien Palmer fue el activador y el porqué de la noche del domingo, ya en una de las primeras canciones apareció en todo su esplendor la más grata sorpresa de la noche: el guitarrista Paul Bielatowicz.

Pelo largo y rubio, look de adolescente que acaba de terminar el liceo –una suerte de Macaulay Culkin roquero–, su tarea no era sencilla: emular los teclados de Keith Emerson en Hoedown, todo un clásico de ELP. Pero Bielatowicz estuvo a la altura, como en casi toda la velada. Tan brillante como Simon Fitzpatrick y su bajo de seis cuerdas, que por momentos sonaba casi como una segunda guitarra a su costado.

Un párrafo aparte merecen la anacrónicas presentaciones proyectadas en la pantalla gigante. A modo de ejemplo, durante Knife-Edge se mostraba una especie de Powerpoint con fotos de cuchillos y personas gritando, entre las que se encontraba Jack Nicholson en el fotograma más famoso de El resplandor. Resabios de otra época, sin dudas, como todo lo que allí sonó.

Tras algunos clásicos de ELP y The Nice (la primera banda de Emerson), llegó el primer estallido potente de las más de 500 personas que se encontraban en el recinto cuando Palmer anunció Tarkus, otra suite emblemática del power trio inglés.

Bielatowicz y Fitzpatrick se alternaron para solear y así suplir, lo mejor que pudieron, los teclados de Emerson. Quizá en este tema se extrañó por primera vez la suave voz de Greg Lake, pero el público presente ya sabía que venía a escuchar versiones instrumentales.

Fue entonces cuando se produjo el momento mágico de la noche. Palmer y Fitzpatrick se fueron detrás de escena y dejaron solo a Bielatowicz. Parado allí solo, como un niño frágil e indefenso, el guitarrista hizo una versión del Clair de Lune del compositor francés Claude Debussy.

Un par de pifias no opacaron en absoluto un arreglo de una belleza abrumadora. Y, por un instante, dio la sensación de que el mundo se detenía.

Tras esto y un arreglo del Carmina Burana de Carl Orff, le tocó el turno de brillar al bajista con una gran interpretación –aunque no tan conmovedora– de Stairway to Heaven de Led Zeppelin. Palmer optó por no entrometerse: no era su momento.

La gran ovación de la noche para el baterista apareció cuando, otra vez frente al micrófono, Palmer dijo que iban a interpretar “una pieza maravillosa que escuché por primera vez cuando tenía 6 años”: Pictures at an Exhibition de Modest Mussorgsky, uno de los discos favoritos de los fanáticos de la banda. Originalmente de más de 30 minutos, la versión duró no menos de 20. Otra vez se extrañó la voz de Lake, especialmente en la dulce balada The Sage, aunque la interpretación fue de todos modos poderosa.

Para el final, dos perlas: Fanfare for the Common Man (con un larguísimo solo de batería en el cual Palmer hizo gala de todo su virtuosismo, haciendo malabares con los palillos y tocando unos patrones de batería tan complicados como impresionantes) y Nutrocker, la versión rockera del Cascanueces de Piotr Ilich Tchaikovsky. Tal como dijo a la salida aquel espectador: fue una noche como para irse empachado de buen rock.

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