Vázquez en el fango venezolano

Ambigüedad ante una situación imposible

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02 de febrero de 2019 a las 05:00

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Es probable que el ruinoso gobierno de Venezuela viva sus horas de agonía, que, sin embargo, pueden prolongarse. Y cuando acabe, más por su incompetencia y crueldad que por la acción de sus enemigos, se abrirá un tiempo cargado por igual de esperanzas y suspicacia.

El desastre venezolano es tan completo que no habrá salida perfecta. ¿Cuánta legitimidad tendrán los nuevos gobernantes, que deberán surgir de elecciones auténticamente libres? ¿Cuán aptos serán para reconstruir el país y, a la vez, mantener una cuota apreciable de soberanía? ¿Cómo dejará atrás la oposición venezolana su propia responsabilidad en la larga historia de malos gobiernos e injusticias? Al fin, en cierta medida, el chavismo fue una reacción a muchas décadas anteriores de monocultivo, caudillaje, clasismo y corrupción.
Típicamente Nicolás Maduro y los suyos vaciaron el sistema democrático de contenido, falsearon sus principios y se apropiaron de todos los mecanismos económicos y políticos. Es el libreto clásico de los populismos autoritarios; una variante de socialismo tropical y chanta. Las sociedades, postradas, deben comer de la mano del amo carismático, que, como si fuera poco, habla todo el tiempo.

El petróleo ha sido la cruz de Venezuela: no solo por las apetencias e intrusiones de su principal cliente, Estados Unidos, sino también por la desidia que su posesión provocó en los propios venezolanos. 

En América Latina no se termina de comprender que el desarrollo es privilegio de sociedades educadas y productivas, más que de la posesión de recursos naturales.

Mientras se libra una cruda lucha por el poder, con un nuevo baño de sangre en las calles y medio mundo alineándose con uno u otro bando, el gobierno uruguayo busca una “tercera posición” neutral. 

Uruguay es uno de los pocos países que no cuestionó las elecciones de mayo de 2018, cuando Nicolás Maduro anuló a sus principales opositores para ganar fácilmente su reelección. 

Ya en 2012 el gobierno de José Mujica había aceptado la suspensión de Paraguay del Mercosur, después que el Senado destituyera al presidente Fernando Lugo. Trascartón, acompañó a Dilma Rousseff y Cristina Fernández para darle ingreso a Venezuela, hasta entonces impedida por la falta de aprobación del parlamento paraguayo. Luego, en 2016, el gobierno de Tabaré Vázquez fue forzado por Brasil y Argentina a aceptar la suspensión de Venezuela del Mercosur, debido a la notoria incompatibilidad de sus reglas económicas y políticas.
Ahora el gobierno de Vázquez convoca al diálogo y a una reunión en Montevideo el 7 de febrero, a riesgo de que sea fantasmagórica, apenas testimonial, pues la sangre ya llegó al río. Muchos temen que la convocatoria a un diálogo sea un nuevo salvavidas para el régimen: una forma de ganar tiempo. 

El gobierno de Donald Trump se propone ahogar económicamente al chavismo y derribarlo. Este tiene sus últimos soportes internacionales significativos, más verbales que sustanciales, en China y Rusia, con quienes está fuertemente endeudado.

¿Qué puede obtener el pequeño Uruguay con su tercerismo? Tal vez, en el mejor de los casos, cierto prestigio por la defensa a rajatablas de los principios de autodeterminación y no intervención, aunque con ello le haga el juego a un régimen particularmente odioso y ridículo. 
El gobierno uruguayo está condicionado por el respaldo al chavismo del MPP, el Partido Comunista y otros sectores decisivos en el aparato partidario. 

Para oscurecer aun más el panorama, desde hace más de una década proliferan las denuncias de cobro de comisiones ilegales en los negocios de empresas uruguayas con Venezuela. Desde 2006, cuando los inicios del Fondo Artigas-Bolívar, parece que siempre hay funcionarios venezolanos de alto rango a ambos lados del mostrador: como compradores, y como socios ocultos de los proveedores. 
También se ha denunciado que el chavismo respaldó a sus socios políticos extranjeros con dinero en efectivo. La valija de Guido Antonini Wilson en Buenos Aires en 2007 era solo cambio chico de un fenómeno muchísimo mayor.

Una parte del drama es que el gobierno de Vázquez se ha tomado demasiado en serio a los líderes chavistas. Estos, a cambio, juegan con la buena voluntad y las expectativas económicas de los demás, o recurren al chantaje y al insulto liso y llano. 

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