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Viejos economistas pueden enseñarnos nuevos trucos

Es hora de que las empresas y el gobierno de EEUU adopten el enfoque pragmático de Galbraith

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06 de junio de 2019 a las 14:42

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Rana Foroohar

La reputación de los economistas, al igual que el largo de las faldas, se pone y pasa de moda. En los últimos 10 años, a John Maynard Keynes se le ha reconocido nuevamente y Hyman Minsky ha tenido sus momentos.

Creo que es hora de que John Kenneth Galbraith tenga su momento. El "concepto del poder compensatorio" del fallecido economista liberal, presentado en su libro El Capitalismo Americano de 1952, es una crítica de la opinión de que "el mercado sabe qué es lo mejor" que ha prevalecido en la economía política estadounidense desde la era de Ronald Reagan. No podría haber un mejor momento para releerlo.

A pesar del muy discutido auge de los millennials "socialistas" (en mi opinión, no lo son), los estadounidenses siguen aceptando fundamentalmente la idea de que el sector privado siempre asigna los recursos de forma más eficiente que el sector público. Es un concepto casi imposible de eliminar, incluso en medio de lo que parece un bombardeo de escándalos en juntas directivas, una explosión de la deuda corporativa improductiva y una curva de rendimiento invertida para los títulos del Tesoro que sugiere que los inversionistas temen que se avecine una recesión.

Los encargados de políticas de todo el espectro político coinciden en lo que necesitamos para crear un crecimiento real y duradero: una infraestructura sólida, un sistema educativo propio del siglo XXI y una reforma del sistema de salud.

Sin embargo, éstas son cosas que el mercado privado se ve muy poco incentivado a abordar. Construir carreteras y administrar escuelas y hospitales (al menos en el caso de las organizaciones sin fines de lucro) simplemente no es tan lucrativo como desarrollar condominios de lujo o involucrarse en especulaciones financieras.

Seguramente Galbraith habría estado de acuerdo en que los mercados privados tampoco están bien configurados para abordar las amplias externalidades económicas y sociales del cambio climático o los efectos de la desigualdad de ingresos.

Un ejemplo obvio es que la creciente deuda estudiantil se ha convertido en un obstáculo para el crecimiento económico general. Los precios del mercado no pueden capturar el costo total de estos problemas.

Galbraith también habría alegado que las corporaciones pueden ser igual de burocráticas y disfuncionales -si no más- que el propio gobierno. En su libro de 1967, El Nuevo Estado Industrial, exploró cómo a las grandes compañías las impulsa más su necesidad de sobrevivir como entidades organizacionales que las señales de la oferta y la demanda.

Predijo que la innovación y el empeño empresarial disminuirían conforme surgieran esas organizaciones. Eso es exactamente lo que sucedió cuando nuestra economía estuvo dominada por compañías superestrellas.

Analice cualquiera de las grandes compañías en apuros -desde GE hasta Kraft Heinz y Boeing- y es difícil no ver exactamente lo que Galbraith predijo. En una búsqueda interminable de ganancias, muchas compañías simplemente mueven el dinero por todos sus balances, creando un ‘empujón financiero a corto plazo sin una verdadera innovación.

Vivimos en un mundo en el que los mercados no pueden manejar ni siquiera un pequeño aumento en las tasas de interés sin colapsar, y donde los ahorros provenientes de los recortes fiscales no se destinan a nuevas inversiones de capital sino a recompras de acciones, las cuales también se vieron impulsadas por la deuda emitida a esas mismas tasas bajas. ¿Puede alguien realmente alegar que los mercados privados asignan los recursos de manera eficiente?

No digo que necesitemos una planificación centralizada. Galbraith lo expresó muy claramente: "Yo reacciono de manera pragmática. Donde funciona el mercado, estoy a favor. Donde el gobierno es necesario, estoy a favor. Me es profundamente sospechoso alguien que dice: 'Estoy a favor de la privatización', o 'Estoy profundamente a favor de la propiedad pública'. Yo estoy a favor de lo que funcione en cada caso en particular".

Los políticos y los encargados de las políticas de ambos lados del espectro político deberían grabarse estas palabras en sus mentes. Los estadounidenses realmente no entienden los matices ni las sutilezas. Nos gustan las afirmaciones rotundas y simples, como la observación de Reagan de que: "El gobierno no es la solución a nuestro problema; el gobierno es el problema".

Pero el argumento de que "lo privado es bueno, lo público es malo" simplemente no es cierto. ¿De qué otra forma podemos explicar el auge de China? No sólo ha demostrado que la planificación gubernamental y la competitividad económica no sólo pueden ir de la mano, sino que, en la era actual de disrupciones y desigualdades basadas en la tecnología, puede necesitarse del apoyo del sector público para que el sector privado prospere.

Es hora de que los políticos conservadores, los neoliberales económicos y los presidentes ejecutivos adopten esto. Me resulta infinitamente frustrante escuchar a tantos líderes corporativos estadounidenses quejarse de que el gobierno no puede hacer nada, incluso aunque pagan costosos contadores para mantener la mayor riqueza posible fuera de las arcas del estado.

Es hora de admitir que los innumerables recortes fiscales no han puesto más dinero en la economía real, a pesar de las afirmaciones frecuentes e incorrectas de las empresas de que crearían un crecimiento duradero superior a la tendencia. Más bien, han causado las malas condiciones de las autopistas y los puentes que compiten con los que se pueden encontrar en cualquier país mucho más pobre. EEUU se ubica en la posición 31 entre 70 países en la prueba PISA de la OCDE de matemáticas, ciencias y lectura.

Intentemos algo nuevo. Dejemos de suponer que los mercados siempre saben qué es lo mejor. Paguemos nuestros impuestos, modernicemos nuestras redes de seguridad social, regulemos adecuadamente a los mercados, apliquemos la ley antimonopolio para proteger el ecosistema económico en general y no sólo a las empresas más grandes, y reinventemos nuestro acuerdo social.

Eso no es socialismo. Eso es un capitalismo más inteligente. Quizás la mayoría aún no lo crea. Pero como dice la famosa cita de Galbraith: "En la economía, la mayoría siempre está equivocada".

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