Ronaldo SCHEMIDT / AFP

Vivir con el virus

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26 de junio de 2020 a las 05:00

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Si, como decía Hegel, la única lección de la historia es que nunca nadie aprende las lecciones de la historia, podría decirse que hasta ahora, la única lección del coronavirus es que nadie aprende las lecciones del coronavirus.

A esta altura la humanidad ya debería haber entendido que hay varias bibliotecas para combatir una pandemia; y sobre todo, que en lo que hace específicamente a este coronavirus, no hay expertos. Nadie tiene la última palabra. Se trata de lo que el filósofo e investigador libanés Nassim Taleb llama un “cisne negro”; es decir, un evento absolutamente impredecible que en un momento dado toma al mundo totalmente por sorpresa. Aunque el propio Taleb niega que el coronavirus sea un cisne negro. Pero si esto no es un “cisne negro”, que venga Juvenal y lo diga, que es en definitiva el autor del concepto y quien hace más de dos mil años acuñó el término con el que Taleb tituló su famoso libro en 2007.

Pero a pesar de que desde todas las instancias de gobierno a nivel mundial y desde la OMS nos han dado todo tipo de recomendaciones y exhortos contradictorios -que el tapabocas no, que el tapabocas sí; que cuarentena total no, que cuarentena total sí; y hasta que pandemia no y luego que pandemia sí-, la gente se sigue peleando por lo que cada quien ha decidido es más conveniente; el tema insólitamente se politiza y el debate alcanza por momentos unos extremos de ridiculez insospechados.

Sin valorar el hecho de que en plena era de las supercomputadoras, los robots y la inteligencia artificial, se haya recurrido a una solución medieval como la cuarentena, convirtiendo a poblaciones enteras del siglo XXI en los Lazaretos de Dubrovnik, ha resultado bastante llamativo ver a personas que tienen la vida resuelta y un sueldo a salvo provisto por el Estado, pedirles a otras –a veces no precisamente de buenas maneras— que se queden en sus casas, sin la menor consideración por quienes viven al día y necesitan salir a ganarse el pan.

En ese sentido, y para recurrir a otra idea de Taleb, sería bueno que esas personas, y los políticos en general, tuvieran lo que él llama “skin in the game” (literalmente, piel en juego), o sea que se jugaran algo en esas decisiones y opiniones, así como aquellos jornaleros y trabajadores independientes que se juegan el sustento en cada día de cuarentena.

También vemos a menudo que los más acérrimos predicadores del tapabocas en la televisión son los que menos lo usan. El caso más notorio ha sido el del gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, pero es algo que se da entre varios políticos y comunicadores de todo el mundo. Así como en los años setenta y ochenta los liberales franceses bromeaban que los socialistas de Mitterrand eran “socialistas para los demás, pero no para ellos” (la famosa “gauche caviar”), ahora parece haber muchos fanáticos de la mascarilla, pero para los demás, no para ellos.

Y así sucede con infinidad de sinsentidos que ha traído esta pandemia. Lo mismo que la manía de comparar país por país, como torpemente suele hacer el presidente argentino Alberto Fernández, o noticieros y periodísticos que hasta llevan un ranking de países por número de muertos, o de contagiados. Como si fuera lo mismo un país con 300 millones de habitantes que otro de 10 millones. Dejémonos de pavadas; no podemos seguir comparando peras con platos voladores. Si acaso, la comparación debería ser por cada millón de habitantes; y ni así sería una muy feliz o siquiera útil.

Luego cuando se discute el tema de flexibilizar la cuarentena, en varios países se plantea –como también lo hace Fernández en Argentina-- en términos de “salud versus economía”, lo que Vaz Ferreira llamaría un dilema de falsa oposición. No se puede dividir a una sociedad de ese modo, como si estos fueran términos antagónicos, o fuerzas contrapuestas. En todo caso, la discusión debería ser “salud con economía”, o “salud y economía”; pero nunca versus. Tal vez la simple idea de las “perillas” que introdujo el presidente Lacalle sea la mejor manera de definir ese balance que se ha de dar en la toma decisiones. Y tal vez el modelo uruguayo de combate a la pandemia, con aislamiento flexible y responsabilidad individual, sin forzar a la población ni medidas draconianas, sea en un futuro objeto de un estudio en profundidad.

Como sea, y ya hablando en un plano más global, el mundo va a tener que vivir con el coronavirus. Acaso sea esta la lección no aprendida más urgente. No se puede seguir eternamente esquivándole el bulto y encerrándonos hasta que por fin aparezca la vacuna. Para lograr la tan mentada inmunidad de grupo, lo primero que hay que hacer es volver a comportarse como un grupo; esto es, como una sociedad. Y la nuestra es hace tiempo una sociedad global.

Hay que reabrir la economía mundial cuanto antes, hay que retomar la actividad comercial a pleno y volver a la normalidad; desde luego que con los debidos cuidados y protegiendo -y aislando cuando sea necesario-a la población vulnerable. Pero cuanto antes.

El mundo no puede seguir jugando a las escondidas ad infinitum con un microbio. Sería como si la diosa Gea le anduviera permanentemente huyendo a un bichito de su ecuménico dominio. 

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