Una buena oportunidad

Andrés Manuel López Obrador (AMLO, como le llaman) no solo obtuvo una victoria arrolladora en México, con más de 53% de apoyo en las urnas y una diferencia de más de 20 puntos porcentuales respecto al segundo postulante presidencial en las elecciones del pasado domingo 1°, sino que además tuvo el mérito de llevar a la izquierda al poder, que le había sido esquivo hasta ahora. Algo a contracorriente a los procesos políticos "progresistas" del Cono Sur –con la única excepción de Colombia–, que hoy están en franco declive ante el derrumbe del llamado "socialismo del siglo XXI", pergeñado por el extinto mandatario venezolano Hugo Chávez en la época dorada de petróleo a US$ 100 el barril.

AMLO enfrenta enormes retos no solo para lograr que su programa de gobierno de izquierda, nacionalista y populista no lleve al despeñadero a la buena marcha de la economía mexicana, y que podría ahuyentar las inversiones privadas tan necesarias para consolidar el crecimiento económico, sino que deberá cumplir con ambiciosas promesas electorales. Nada menos que acabar con la corrupción –un lastre histórico del país– y solucionar los graves problemas de seguridad pública –asociados a los carteles del narcotráfico– que parecen más propios de un estado fallido.

El presidente electo mexicano cargará en sus espaldas con la responsabilidad de demostrar que es posible llevar adelante una gestión con ideas de izquierda, pero sensatas y responsables, como en algún momento tuvo la exConcertación en Chile, de la mano de liderazgos como el del expresidente Ricardo Lagos, y que de algún modo se esfumaron bajo la dirección de Michelle Bachelet.

Pero AMLO, que asume el próximo 1° de diciembre, tiene la ventaja de haber visto con sus propios ojos el fracaso de buena parte de la izquierda de la región que hizo añicos una ilusión del excanciller uruguayo Reinaldo Gargano de que los gobiernos "progresistas" desembocarían en un "círculo virtuoso" en América Latina. La corrupción rampante, políticas fiscales irresponsables y la permanencia de problemas estructurales son una prueba viva de que la región sigue inmersa en un "círculo vicioso" del que le cuesta salir.

Las primeras señales del gobernante electo de respetar la Constitución, las reglas de juego democrático y un llamado a la concordia, han sido bien recibidas tanto por el mercado bursátil como por los principales empresarios que han dejado atrás los quiebres y enfrentamientos ocurridos durante la campaña electoral, extendiendo la mano al mandatario entrante.

El fuerte respaldo electoral, que refleja el hartazgo popular con los partidos tradicionales que han dominado la política mexicana desde el siglo XX, y también la instalación de un ambiente de cambio, han convertido a López Obrador en el presidente con más poder en México en más de 30 años. Pero las mayorías holgadas que tendrá en el Congreso –que le permitirían hasta cambiar normas constitucionales y manejar su agenda a su antojo– pueden ser un arma de doble filo para un político con fama de autoritario.

Casi nadie cree que AMLO emule el modelo chavista. Algunos opinan que gobernaría como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva o como los uruguayos José Mujica o Tabaré Vázquez. Pero faltan cinco meses para poder comprobar el talante propio del presidente electo mexicano. Mientras tanto seguirá reinando cierto clima de incertidumbre y será importante que AMLO reafirme su prudencia inicial.