El año 2000 marcó el comienzo de una de las negociaciones comerciales más largas y complejas entre bloques regionales: la creación de un área de libre comercio birregional entre la Unión Europea y el Mercosur. Desde entonces, el acuerdo atravesó más de dos décadas de avances, retrocesos y bloqueos, en su mayoría de naturaleza política, que impidieron su aprobación definitiva. Hoy, por primera vez, ese proceso parece acercarse a su desenlace.
A partir de este miércoles, el Consejo Europeo debatirá el texto final consensuado entre ambos bloques en diciembre de 2024, que incorpora las modificaciones introducidas por las instituciones comunitarias, entre ellas el mecanismo de salvaguardas agrícolasaprobado por la Eurocámara esta semana. Para que el acuerdo avance, se requiere una mayoría calificada: al menos 15 de los 27 Estados miembros, que representen como mínimo el 65% de la población total de la Unión.
Si Bruselas da luz verde, el paso siguiente será político y simbólico. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, António Costa, viajarán este sábado a la Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur en Foz do Iguaçu, Brasil, donde ya está confirmada la presencia de los cuatro mandatarios sudamericanos del bloque.
La imagen buscará cerrar un ciclo de negociaciones iniciado hace casi 25 años. Sin embargo, un obstáculo persiste y tiene nombre propio: Francia. El gobierno galo insiste en postergar la definición hasta 2026 y mantiene una oposición frontal al acuerdo, incluso después de los cambios incorporados al texto original. Busca sumar aliados a la petición, y en este punto pisa fuerte Italia, que si acompaña, la aprobación del acuerdo sería imposible.
¿Por qué ahora y no antes? La ventana política que destrabó 25 años
El acuerdo UE–Mercosur llega a una semana decisiva impulsado por un factor que, según los especialistas, siempre estuvo ausente: la voluntad política. Para Ignacio Bartesaghi, doctor en Relaciones Internacionales y director del Instituto de Negocios Internacionales de la Universidad Católica de Uruguay, el cierre no responde a avances técnicos sino a una definición política del lado europeo. “Los acuerdos se cierran cuando hay voluntad política, y eso es lo que faltó estos 25 años”, sostiene.
En esa línea, subraya que el centro de la negociación nunca estuvo en el Mercosur sino en Bruselas. “El acuerdo se cierra porque la Unión Europea quiere. Lo sustancial es lo que pasa allá”, afirma. Durante años, explica, Europa estuvo absorbida por crisis como el Brexit, la migración, el avance de la extrema derecha y la guerra en Ucrania, lo que volvió inviable que prestara atención al Mercosur. Ese escenario empezó a cambiar cuando la UE percibió que Estados Unidos comenzó a ir en contra de los principios que decía defender. “El verdadero click fue Trump”, resume.
Esteban Actis, especialista en integración y comercio, coincide en que el contexto internacional es el catalizador central. A diferencia de otras etapas, sostiene, el acuerdo hoy se analiza desde una lógica geopolítica: la Unión Europea busca un golpe de efecto y de reputación en un escenario adverso, y el Mercosur aparece como una pieza clave para reforzar su autonomía estratégica.
Las resistencias políticas y el rol de Francia
El principal foco de tensión en la recta final del acuerdo UE–Mercosur sigue siendo Francia, el país más reticente dentro de la Unión Europea por el impacto del tratado sobre su sector agrícola, una resistencia histórica que atravesó toda la negociación.
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Esteban Actis señala que, en esta etapa, la Comisión Europea decidió avanzar aun sin consenso pleno y priorizar el capítulo comercial del acuerdo. En ese marco se inscribe la salvaguarda aprobada por la Eurocámara, un mecanismo unilateral pensado para ofrecer garantías adicionales a los países más resistentes. Para el especialista, se trata de una concesión política destinada a contener a Francia sin reabrir la negociación de fondo.
Ese movimiento, advierte Actis, deja al descubierto una fractura inédita en el núcleo duro europeo: por primera vez, una decisión comercial estratégica podría avanzar sin el respaldo conjunto de Francia y Alemania, lo que abre interrogantes sobre la aplicación futura del acuerdo y el rol del Parlamento francés en el pilar político.
Ignacio Bartesaghi coincide en el peso simbólico de esa resistencia. “Es incómodo para la Comisión Europea y para Ursula von der Leyen ir contra Francia, porque es Francia”, señala, y advierte que la salvaguarda puede restarle ambición a las concesiones agrícolas obtenidas por el Mercosur. Aun así, ambos coinciden en que Bruselas parece dispuesta a asumir ese costo político para cerrar un acuerdo que considera estratégico.
Impacto real en la diaria del Mercosur
Más allá del peso geopolítico del acuerdo, el impacto del UE–Mercosur en la vida diaria del ciudadano promedio será limitado y gradual. Esteban Actis es contundente: los estudios disponibles muestran un efecto positivo, pero marginal, sin cambios perceptibles inmediatos en el día a día. Tampoco se espera una “inundación” de productos europeos en los mercados del Mercosur, a diferencia de lo que ocurre con bienes provenientes de China.
Ignacio Bartesaghi coincide en que los beneficios no son directos ni instantáneos. “Los acuerdos comerciales no te sacan de pobre”, señala, pero sí funcionan como una herramienta de política pública que permite reducir costos de importación, abrir nichos en el comercio de servicios y mejorar el clima para la inversión.
En la práctica, los efectos se concentrarán en operadores económicos específicos y sectores con capacidad exportadora. Para el consumidor común, el cambio será más indirecto: más competencia, mejoras de calidad y, sobre todo, reglas de juego más previsibles y alineadas con estándares internacionales.
Qué gana y qué pierde cada bloque: sectores, ganadores y perdedores
En el balance sectorial, ambos especialistas coinciden en que el Mercosur gana más que la Unión Europea en términos generales, aunque con impactos desiguales. Bartesaghi destaca que en agricultura “se gana más de lo que se pierde”, aunque reconoce subnichos sensibles —como vinos y quesos— que enfrentarán una competencia más intensa con productos europeos de alta calidad.
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La Unión Europea, en cambio, concentra sus mayores beneficios en sectores industriales y tecnológicos, como químicos, medicamentos y manufacturas de valor agregado. Actis señala que el acuerdo profundiza el patrón de especialización existente: Europa refuerza su perfil industrial y el Mercosur el de proveedor de alimentos y recursos, con oportunidades crecientes en servicios.
Bartesaghi advierte que no todas las empresas sobrevivirán al proceso de apertura. Las que dependen exclusivamente de aranceles altos o de la protección logística deberán reconvertirse, asociarse o salir del mercado. “Los procesos de apertura siempre dejan gente en el camino”, remarca, y subraya el rol clave del Estado para gestionar esa transición.
En la misma línea, Actis apunta que muchos productores del Mercosur carecen hoy de la capacidad necesaria para acceder al mercado europeo, no solo por aranceles sino por exigencias regulatorias y ambientales. Sin embargo, sostiene que esos estándares elevados pueden actuar como un incentivo para mejorar competitividad, incluso para quienes no exporten directamente a la UE.
Qué cambia hacia adelante: Mercosur 4.0, imagen internacional y nuevos acuerdos
Donde ambos expertos ubican el mayor impacto del acuerdo es en el plano estratégico y dinámico, más que en sus efectos comerciales inmediatos. Bartesaghi lo resume con una frase contundente: el Mercosur pasa de “jugar en la liga C a jugar en la liga A”. El tratado funciona como una carta de presentación internacional, difícil de cuantificar, pero clave para reposicionar al bloque en el sistema global.
Actis coincide en que el acuerdo aporta cohesión interna a un Mercosur que hoy carece de una hoja de ruta común. Más allá del comercio, ofrece un norte compartido y una señal política hacia inversores y socios externos. En ese marco, Bartesaghi señala que no es casual que, tras el avance con la UE, se hayan destrabado acuerdos con Singapur, el EFTA y reaparecido el interés de países como Canadá o Japón. “Eso se llama Trump, Unión Europea y el resto”, sintetiza, en referencia al nuevo reordenamiento global.
Ambos proyectan que, si se consolida, 2026 podría marcar un relanzamiento del bloque, una suerte de “Mercosur 4.0”: más flexible, menos atado a una unión aduanera rígida y con mayor apertura a múltiples vínculos comerciales. El acuerdo con la UE no soluciona todos los problemas del Mercosur, pero redefine su imagen, su disciplina normativa y su lugar en el tablero internacional.
En definitiva, el UE–Mercosur no promete cambios inmediatos en la góndola ni en el salario, pero sí un cambio profundo en el marco de decisiones económicas y políticas. Para los especialistas, ese es su verdadero valor: menos visible en el corto plazo, pero potencialmente decisivo.