7 de septiembre 2024 - 17:15hs

En diciembre de 1978, Argentina y Chile estuvieron al borde de un conflicto armado que podría haber sido el más sangriento del siglo XX en América del Sur. Durante años, una disputa territorial sobre las islas Picton, Nueva y Lennox, ubicadas en el Canal de Beagle, tensó las relaciones entre los dos países. A pocos minutos del inicio de las hostilidades, la intervención del papa Juan Pablo II logró evitar una guerra que habría tenido consecuencias devastadoras para ambos pueblos. Esta es la historia de cómo la mediación papal, los esfuerzos diplomáticos y la prudencia lograron evitar un cataclismo regional.

La disputa territorial entre Argentina y Chile no comenzó en 1978. Desde fines del siglo XIX, las diferencias en torno a la delimitación fronteriza en la zona austral se habían convertido en una fuente constante de tensiones. En 1971, los presidentes de ambos países, Alejandro Agustín Lanusse, de Argentina, y Salvador Allende, de Chile, firmaron un acuerdo en Salta en el que se comprometían a someter la disputa sobre la soberanía de las islas a un tribunal internacional de arbitraje. Este tribunal, compuesto por jueces de cinco países (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Suecia y Nigeria), dictó su fallo el 2 de mayo de 1977, otorgando la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox a Chile.

Este fallo fue recibido con indignación en Argentina. Aunque el gobierno de Jorge Rafael Videla había aceptado el arbitraje, la decisión de la corte fue rechazada por la junta militar. El 25 de enero de 1978, el gobierno argentino declaró el fallo "insanablemente nulo", argumentando que afectaba los intereses nacionales y que comprometía su proyección al Atlántico. Este rechazo formal fue el primer paso hacia una escalada diplomática y militar.

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La relación entre ambos países, ya tensa, se deterioró rápidamente. La dictadura argentina, confiada en su poderío militar, comenzó a planear una operación para recuperar las islas por la fuerza. Esta iniciativa, conocida como Operación Soberanía, fue concebida como un ataque militar sorpresa para tomar el control de las islas y forzar a Chile a negociar en términos más favorables. El periodista argentino Bruno Passarelli, en su libro El delirio armado, señala que en Argentina el clima era de euforia. En 1978, Argentina había ganado el Mundial de Fútbol y gran parte de la población, ajena a la represión del régimen militar, vivía una etapa de orgullo nacional exacerbado.

La historiadora chilena Patricia Arancibia, en su libro La escuadra en acción, indica que el conflicto parecía inminente, y aunque las fuerzas armadas chilenas carecían de equipamiento moderno debido a un embargo internacional de armas por violaciones a los derechos humanos, el ejército estaba altamente motivado. Arancibia sostiene que "hubo mucha motivación, dado el convencimiento de que las islas en disputa eran chilenas". Este sentimiento patriótico, junto con un entrenamiento sólido, habría hecho que cualquier enfrentamiento fuera extremadamente costoso para ambas partes.

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El embajador de Estados Unidos en Buenos Aires, Raúl Castro, también advirtió del riesgo. Según Passarelli, Castro le dijo al general argentino Carlos Guillermo Suárez Mason, uno de los principales defensores de la guerra, que "no va a ser una guerrita circunscripta a la posesión de las islas, sino una guerra total en la que los muertos de ambas partes, sólo en la primera semana, se ha calculado que serán unos 20.000". Esto da una idea del nivel de destrucción que se avecinaba si el conflicto se materializaba.

Preparativos militares y movilización

El plan argentino contemplaba un ataque simultáneo en varias zonas clave, incluyendo las islas en disputa y zonas estratégicas del sur chileno, como Punta Arenas y Puerto Williams. La Armada argentina, respaldada por un importante despliegue de tropas y equipos, se preparaba para ejecutar la invasión. Según se supo después, el ataque debía comenzar el 23 de diciembre de 1978.

En Argentina, la población participaba activamente en la preparación para el conflicto. Se realizaron ejercicios de oscurecimiento en varias ciudades para simular apagones en caso de ataques aéreos, y los ciudadanos despedían a los soldados que se dirigían al sur con entusiasmo patriótico. Los medios de comunicación, controlados por la dictadura, también contribuyeron a crear un clima favorable al enfrentamiento, omitiendo cualquier información sobre las posibles consecuencias de la guerra.

Chile, por su parte, mantenía una estrategia de contención. La calma con la que el gobierno militar de Augusto Pinochet manejó la situación fue clave para evitar un pánico generalizado. Según Patricia Arancibia, esta decisión de mantener la tranquilidad fue una de las mejores medidas del gobierno chileno, ya que evitó que se generara miedo entre la población y permitió que la diplomacia continuara trabajando en una solución pacífica. Además, Chile logró mantener el apoyo de los medios, tanto de gobierno como de oposición, lo que contribuyó a una sensación de unidad nacional en un momento de crisis.

El desequilibrio de fuerzas entre ambos países era evidente. Mientras que Argentina tenía acceso a un suministro de armas más estable, Chile se encontraba en una situación delicada debido a un embargo de armas por parte de la comunidad internacional, en gran parte debido a las violaciones de derechos humanos perpetradas por la dictadura de Pinochet. Aun así, Chile logró adquirir armamento en el mercado negro y reforzar sus defensas en la zona austral. Ambos países se preparaban para un enfrentamiento que, según los analistas, habría sido devastador.

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La mediación papal y el cardenal Samoré

Cuando las tensiones llegaron a su punto más alto, la comunidad internacional intentó intervenir para evitar una guerra. La ONU había fracasado en sus intentos de mediar entre los dos países, y las negociaciones bilaterales no habían dado frutos. Fue en ese momento cuando el papa Juan Pablo II, recientemente elegido, ofreció su mediación. El líder de la Iglesia católica envió al cardenal Antonio Samoré como su emisario, un hombre con gran experiencia en la diplomacia internacional y una figura de confianza tanto para Videla como para Pinochet.

La oferta de mediación del papa fue aceptada por ambas partes el 22 de diciembre de 1978, apenas horas antes del inicio programado de la invasión argentina. Passarelli destaca que la autoridad moral del papa fue crucial para evitar el conflicto. Aunque las juntas militares de ambos países no eran particularmente religiosas, no podían ignorar el peso que tenía el papa en la opinión pública, especialmente en un país católico como Argentina. El rechazo a la mediación habría sido impopular y difícil de justificar ante la sociedad.

Samoré llegó a Buenos Aires el 26 de diciembre de 1978, iniciando un proceso de negociación que se extendería por varios años. Durante estos primeros días de conversaciones, se logró desactivar la Operación Soberanía y se acordó el retiro de las tropas de las zonas fronterizas en conflicto. Samoré actuó con gran habilidad para calmar los ánimos y establecer una hoja de ruta para las negociaciones de paz.

El tratado de paz de 1984

Después de años de intensas negociaciones y de varios incidentes diplomáticos, en 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad entre Argentina y Chile. Este tratado, mediado por la Santa Sede, puso fin a la disputa del Canal de Beagle y resolvió las diferencias en torno a la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox. Según el tratado, Chile mantendría la soberanía sobre las islas en disputa, pero se limitaba su proyección marítima en la región, asegurando que Argentina conservara el acceso al Atlántico.

El tratado también estableció un mecanismo de cooperación entre ambos países, incluyendo acuerdos sobre derechos de navegación y la creación de una comisión binacional para resolver futuras controversias de manera pacífica. Ambos países renunciaron al uso de la fuerza para resolver conflictos, comprometiéndose a resolver cualquier disputa a través de la diplomacia.

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La histórica firma del tratado de amistad entre Argentina y Chile que puso fin al conflicto sobre el Canal de Beagle, en 1984, ante el papa Juan Pablo II

La histórica firma del tratado de amistad entre Argentina y Chile que puso fin al conflicto sobre el Canal de Beagle, en 1984, ante el papa Juan Pablo II

El impacto del Tratado de Paz y Amistad fue más allá de la resolución del conflicto del Beagle. La paz entre Argentina y Chile ayudó a estabilizar la región y evitó una guerra que, según Arancibia, habría condenado a ambos países a un siglo de pobreza e incapacidad para salir del subdesarrollo. La destrucción de infraestructura, la pérdida de miles de vidas y la creación de un resentimiento duradero entre dos pueblos hermanos habrían sido inevitables si el conflicto se hubiese desatado.

Además, el conflicto del Beagle amenazaba con regionalizarse. Perú y Bolivia, países que habían sido derrotados por Chile en la Guerra del Pacífico de 1879, podrían haber apoyado a Argentina en el conflicto, creando una guerra mucho más amplia en América del Sur. Ecuador, por su parte, podría haber aprovechado la situación para disputar territorios a Perú, lo que habría sumido a toda la región en una serie de conflictos armados.

La paz también permitió que ambos países continuaran su desarrollo económico y social. Tras la firma del tratado, Argentina y Chile lograron establecer una relación de paz y cooperación que perdura hasta el día de hoy.

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