Carlos Nuñez Cortés, el pianista de Les Luthiers al que le han pasado muchas cosas en la vida
Luego de su retiro de los escenarios, el integrante de Les Luthiers presenta un libro tan amable como entretenido, en el que cuenta sus otros intereses por fuera de la música y los peculiares acontecimientos en los que se vio envuelto (y cómo se desenvolvió).
Varias décadas de discos, actuaciones y reconocimientos sin par en todos los países de habla hispana —e incluso más allá— junto a Les Luthiers fueron el material principal para los dos primeros libros de Carlos Nuñez Cortés. La enorme mayoría del público lo identifica como pianista de formación clásica, compositor e ideólogo de los artefactos sonoros más curiosos del célebre “conjunto de instrumentos informales”, pero resulta que al "Loco" (así lo llamaban sus compañeros) le han pasado muchas otras cosas en la vida.
Por esto mismo es que, algunos años después de haberse retirado de los escenarios, Nuñez Cortés ha decidido compartir sus mejores historias en este libro que se titula precisamente así: Es que me pasaron muchas cosas en la vida… Las aventuras de un luthier, una autobiografía muy particular editada por Libros del Kultrum a fines del año pasado en España y que llega ahora a las librerías argentinas distribuido por Grupo Océano. De algunas de todas estas cosas que le pasaron y de sus muchos intereses por fuera de la música habló muy amablemente Nuñez Cortés en esta charla con El Observador.
Este nuevo libro no es una autobiografía convencional, sino más bien una colección de historias y anécdotas sin un orden particular. ¿Por qué eligió este formato?
Yo escribí tres libros a lo largo de mi vida, los dos primeros fueron específicamente sobre Les Luthiers. El primero podría decirse que fue un libro de investigación ludolingüística. Yo leí un libro muy interesante que se llamaba Verbalia, de un escritor español, Mario Serra, donde analiza los mecanismos de los juegos de palabras. Por qué nos reímos, por qué nos causa sorpresa un palíndromo, por qué somos tan adictos a las metáforas.
Cuando leí ese libro descubrí que Les Luthiers era prácticamente un apéndice de estas ideas, porque la materia prima que usó el grupo siempre fue los recovecos del idioma, los encuentros inesperados de palabras, de situaciones, además de la música, desde ya. Era tal la variedad y la cantidad de distintos mecanismos de juegos de palabras que nosotros incluimos en nuestras obras, que me propuse hacer un libro de análisis ludolingüístico. Llegué a contabilizar casi 40 artificios distintos del idioma que Les Luthiers empleó en sus guiones. Ese primer libro, casi de texto de investigación, lo llamé Los juegos de Mastropiero, salió en 2007 y tuvo muchísimo éxito, lo cual me envalentonó.
Diez años después escribí un segundo libro en el que me limité a responder una cosa que siempre nos preguntaban los periodistas: cómo se les ocurrió este tema, este instrumento musical, cómo armaron tal obra, tal parodia de las zarzuelas españolas, y cosas por el estilo. Este segundo libro se llamó Memorias de un luthier, y con él creo haber pagado en cierta forma mi cuota de pertenencia al grupo.
Pare este tercer libro me propuse entonces este ejercicio: ¿qué hacía Carlos Núñez Cortés cuando se bajaba del escenario? Entonces, Les Luthiers al margen, me puse a contar que soy egresado de la Facultad de Ciencias Exactas, químico-biólogo, amante del ajedrez, de los juegos de palabras, de los ideogramas mayas, del buceo submarino, de la malacología y el estudio de los moluscos marinos. Me encontré así con un enorme material que yo podía contar siempre con un costadito gracioso, porque una de las primeras cosas que yo quiero rescatar de mí es que soy un humorista.
El tono del libro es divertido y amable, pero al mismo tiempo permite entrever que usted no se toma nada a la ligera, que lleva estos intereses tan distintos al punto de la obsesión. ¿Esto es algo propio de usted o lo compartía con sus compañeros de grupo?
Soy efectivamente un obsesivo, pero no, no lo comparto con el grupo. Es más, cada uno de los luthiers teníamos un apodo y el mío era "el Loco", porque de pronto me veían inmerso en una actividad que no tenía absolutamente nada que ver con nada, ni con la música ni con el humor ni con ninguna de las cosas hacíamos juntos. Era una cosa totalmente privada. Yo podía pasarme por ahí 15 días en una isla desierta, buceando para encontrar moluscos marinos. Después los sacaba, los limpiaba, los llevaba a mi casa, los estudiaba, compraba textos para que me ayudaran a entender. Con todas las cosas que me gustan llego al punto de la obsesión. Los pajaritos también me gustan mucho.
Bueno, en el libro cuenta hasta qué punto llegó a analizar el canto de los zorzales, por ejemplo. Y cómo sucedió que un amanecer lo sorprendieron en el techo de su casa, grabando esos cantos.
Todas esas historias tienen trasfondos graciosos, o interesantes, porque hay algunas otras que no son graciosas ni pretenden serlo, son simplemente caprichosas. Pero sí, yo me pasé dos o tres años grabando zorzales y transcribiendo sus sonidos en partituras. Después me puse a jugar y a ponerles letras a esas partituras, les ponía nombres también. Eso no le sirve absolutamente a nadie, porque está todo estudiado sobre el zorzal. Pero ese desvío mío gracioso, casi romántico, eso fue lo que yo volqué en el libro.
Con este mismo tono ligero o despreocupado usted cuenta también aventuras increíbles, en las que incluso su vida corrió serios riesgos. Como cuando quedó atrapado en el huracán tropical en México junto a uno de sus compañeros de grupo, por ejemplo.
Sí, bueno, nosotros no fuimos en busca del huracán, sino que el huracán nos sorprendió. Teníamos tres días de descanso por delante y estábamos en Huatulco, sobre los bordes occidentales del país, cerca del Pacífico. Tomamos un avión, llegamos y yo pensaba en hacer buceo, sacar unos cuantos caracoles y volver para la siguiente actuación. Pero no, en el segundo días nos encontramos con el huracán Paulina, un desastre que dejó como 80 o 90 muertos en la zona.
luthier
Claro que corrimos peligro, y serio. Cuando empezó a ponerse fulera la cosa, nos escapamos hacia la selva. Yo sabía que en el interior de una selva el huracán no nos podía causar daño, lo había leído por ahí, salvo árboles caídos y demás. Nos metimos en la selva de Oaxaca y tardamos tres días en salir. Además, la única ruta que había que unía Huatulco con Oaxaca se rompió en varios tramos, se lo llevó todo el barro. Así que tuvimos que caminar días por la selva y sin parar de llover. Era terrible. En ese momento uno se sentía muy desgraciado, pero ahora yo siento que me encantó haber pasado por eso, haber salido vivo.
Leyendo su libro llama mucho la atención esta diversidad de cosas que le interesan. Y más quizás en esta época en donde no parece haber tanto lugar para los generalistas, sino más bien para los hiper-especialistas. Y esa diversidad también era propia de Les Luthiers, que sabía combinar música y humor, géneros populares y clásicos.
Sí, de pronto se me cruzó la figura de Leonardo da Vinci a propósito de esto, alguien que sabía un poquito de todo, y en algunos casos mucho de todo, de todo lo que se sabía en su época. Hoy en día es imposible encontrar un Leonardo porque la especialización y el conocimiento humano ha dado una acelerada tan violenta que nos ha dejado a todos medio como analfabetos. La ciencia se ha disparado de una manera impresionante. O sea que ya no parece haber lugar para un Leonardo.
Entonces cabe preguntarse ¿qué hago? ¿Me pongo como Leonardo a tratar de absorber todo antes de que me muera, aunque sea un poquito, o me dedico a estudiar —digamos— la expresión del gen R3-51 del ratón colilargo del sur, que te puede llevar toda la vida? Eso es medio dramático, porque la disyuntiva está realmente ahí. En cualquier caso, en este libro yo me propuse simplemente relatar este aspecto más juguetón de mi personalidad combinado con un profundo amor por la ciencia y la naturaleza. Leonardo es justamente una de las figuras más representativas de esto. El niño curioso con todo, absolutamente con todo. Todo le llama la atención, todo lo asombra y de todo quiere saber un poquito.
Usted empezó a estudiar piano desde muy chico, de hecho ganó un concurso televisivo a los 12 años. Pero puesto a elegir una carrera universitaria, prefirió una carrera en ciencias exactas y naturales.
Es queel triste destino de los pianistas clásicos muchas veces es terminar enseñando piano en un conservatorio. Porque la carrera de un pianista virtuoso es muy sacrificada. Es como el tipo que gana la maratón, no puede hacer otra cosa en su vida que correr, correr y cada vez más, y entrenarse desde que se levanta a la mañana hasta que se acuesta a la noche, llevar una vida absolutamente sana, y correr y correr y correr.
Para un pianista hacer eso, llegar a tocar por ejemplo el concierto número 5 de Beethoven para piano y orquesta, requiere una preparación tremenda. Yo me preparé durante mucho tiempo para ese concierto y nunca lo llegué a tocar. Yo pude pellizcar un poquito eso, el placer increíble e inenarrable que significa tocar en un teatro importante acompañado por una orquesta sinfónica. El único concierto para piano y orquesta que yo pude tocar, que es terriblemente difícil, fue el de Edvard Grieg. Pero eso me esperaba a mí si yo seguía la carrera de pianista: esa entrega total como la del tipo que se prepara para una maratón. Y yo no sentí que tuviera esa vocación, era muy difícil.
En el medio también me tocó estudiar ciencias exactas, que me gustaba muchísimo la química, y también yo dije ¿qué destino me toca por este lado? Y el rayo que cayó del cielo y que me tocó así fue meterme un día en el coro de la Facultad de Ingeniería, donde había un montón de pibes y pibas que eran como yo, hacían una carrera universitaria y al mismo tiempo les gustaba la música y querían cantar música en serio, porque el coro de la Facultad de Ingeniería cantaba madrigales, conciertos, cantatas, La Pasión según San Mateo, ese tipo de cosas. Y de esa feliz conjunción en ese lugar nació Les Luthiers. Marcos Mundstock dijo una vez: "Les Luthiers no podría haber nacido en otro lugar que en un coro universitario".
Éramos todos jóvenes, bastante leídos, éramos todos fanáticos de la música, de la música coral y de la música “seria”. Y además nos encantaba joder, hacer chistes, nos juntaba el humor. Y de esa feliz conjunción de todos esos elementos, de un grupito chiquito de seis o siete personas, de ahí salió Les Luthiers.
Bueno, hay mucha gente a la que le encanta Les Luthiers antes que nada por la música. Y quizás no haya llegado a tocar Beethoven al piano con una orquesta sinfónica, pero sí tocó con el grupo en el Teatro Colón y con su sinfónica el “Concerto grosso alla rustica”.
Sí, justamente una obra mía. En una etapa de mi vida me gustaba muchísimo Vivaldi, me encantaba, recordaba “Las cuatro estaciones” de la primera nota a la última. Y un día, jodiendo en el piano con eso, empecé a tocar y salió el “Concerto grosso”. Y se me dio por pensar que aquella melodía podía funcionar también con quena, charango y bombo, y entonces así salió la combinación.
Y es cierto, muchas veces me han dicho: "¡Pero ustedes hacían música en serio!". Y sí, tomá por ejemplo el cuento sinfónico “Teresa y el oso”. Lo escribió Ernesto Acher con una maestría increíble. A Ernesto le gustaban mucho los cuentos sinfónicos, pero medio raros. De pronto le gustaba Pedro y el lobo de Prokofiev, las sinfonías de Scriabin. Entonces, por un lado estaba el libreto de Marcos Mundstock, que era un oso que perseguía a todos los animales por el bosque desesperado de amor, el oso libidinoso. Y Ernesto, que no había estudiado mucha música hasta ese momento, se fue urgente a ver a un profesor de música sinfónica. Y después de mucho estudio y trabajo terminó escribiendo un poema sinfónico que hay que sacarse el sombrero. Si vos le sacás el texto de Marcos y dejás solamente lo que suena, te queda un poema sinfónico bellísimo, pero bellísimo. De vez en cuando aparecen sonidos raros, porque lo tocamos con nuestros instrumentos informales, pero la música en sí es música absolutamente en serio y hermosa.
Usted cuenta que dejó los escenarios en 2017. Más allá de la escritura de este libro, ¿cuáles son sus intereses actuales, a qué le dedica su tiempo?
Sigo tocando el piano. Para poder seguir tocando bien el piano, hay que mantener el ejercicio de tocar el piano. Rescatar el estudio de Chopin, la Fantasie-Impromptu, que es endemoniadamente difícil. Y me acuerdo de una época en que yo la tocaba, volaba sobre el teclado. Hay un video que anda por ahí, está en YouTube.
Embed - Fantasie Impromptu by Carlos Nuñez
Y hace un tiempo yo lo recordé y dije: “Qué lindo era esto, por Dios”. Me senté al piano a tocarla y fue imposible. Y entonces me puse a estudiarla, como cuando la estudiaba de joven. Me senté a tocarla despacio, a ver la digitación. Y estuve unos 15 días así, y ayer o anteayer la toqué como nunca, ni siquiera como aquella vez, la toqué mejor. Y a tempo, la toqué a tempo. Y me dio tanto placer. De vez en cuando se asomaba Valeria, mi mujer, y en un momento me dice: "La estás tocando cada vez mejor". Y claro, porque al piano no lo podés dejar, ¿viste? Se enoja después el piano y no te deja tocarlo otra vez. Así que ésa es una de mis principales ocupaciones ahora.
Eso y leo mucho, estoy leyendo cosas que siempre quise leer. En busca del tiempo perdido, por ejemplo. Cosas que siempre quise leer y no pude, entonces me pongo a leer esas cosas. No quiero morirme de ningún modo sin antes leerlas.