29 de septiembre 2024
30 de agosto 2024 - 20:35hs

Luis Fernando Iribarren, también conocido como el “carnicero de Giles”, quien fue condenado en 2002 a la pena de reclusión perpetua y accesorias por matar y enterrar a toda su familia, se fugó en las últimas horas durante una salida transitoria y era ahora intensamente buscado por la policía.

“Maldito el momento en el que vi la carabina”, dijo años atrás uno de los asesinos más escalofriantes de la Argentina. No había nada que alertara sobre su personalidad cuando cometió la masacre que lo volvería tristemente célebre.

Según publicaron los medios locales de la época, había cursado sus estudios en el Colegio Nuestra Señora de Luján y sus compañeros lo veían como un chico normal. En la misma línea, sus allegados lo describían como alguien “educado, muy amable y una excelente persona” que hasta formó una familia y tuvo dos hijos.

Más noticias
carnicero.jpg
Luis Fernando Iribarren es intensamente buscado después de fugarse de la cárcel de La Plata.

Luis Fernando Iribarren es intensamente buscado después de fugarse de la cárcel de La Plata.

Sin embargo, los peritos psicológicos que trabajaron con él y declararon en el juicio revelaron la verdadera cara del criminal y lo definieron como una persona “omnipotente, narcisista y paranoide” que, a fines de julio de 1986, fue capaz de asesinar a su papá, Luis Juan Iribarren, de 49 años; a su madre, Marta Langebbein, de 42, y a sus hermanos Marcelo, de 15, y María Cecilia, de 9.

Corría el año 1995 cuando Alcira, una tía de Iribarren que vivía en una casa a metros de distancia de la de su sobrino, se enfermó de cáncer y fue él quien se ocupó de acompañarla a los médicos y a las sesiones de quimioterapia. Hasta que de un día para el otro nadie más la vio.

Cómo fueron los crímenes

“Está muy enferma y la llevé a un hospital de Buenos Aires”, respondía el Chacal cada vez que alguien le preguntaba por ella. Poco después, tuvo que reconocer que su tía estaba muerta y se lamentaba, cuando tenía “público”, porque no había podido ganarle a su enfermedad. Sin embargo, la gente ya no se convenció tan fácil esa vez al escucharlo y el 31 de agosto de 1995 un llamado al 911 comenzó a sacar a la luz el oscuro pasado de Iribarren.

El olor nauseabundo que golpeó a los efectivos apenas atravesaron la puerta de la casa ubicada en la calle Cámpora anticipó la escena sangrienta con la que se encontraron unos pasos después: Alcira estaba muerta, pero no la había matado el cáncer. Tenía dos hachazos en la cabeza.

Acorralado por la policía, Iribarren, único apoderado de la víctima, confesó con frialdad: “Quería ayudarla a terminar con su sufrimiento y procedí a asfixiarla, pero como no pude, busqué otra forma. Recorrí la casa y encontré el hacha. Le pegué dos golpes en la cabeza”. Esa misma frialdad le había servido para seguir cobrando la jubilación en nombre de ella durante meses, hasta que el engaño fue descubierto.

Pero entonces, los investigadores repararon en otra frase que intentó pasar desapercibida en medio de la declaración del asesino serial: “No tuve el coraje de dispararle a mi tía con el arma porque me acordé de lo que les había hecho a mis padres y a mis hermanos, y no soportaría hacerlo de nuevo”.

Tan evidente había sido esa segunda confesión camuflada que los investigadores dudaron de su veracidad. Por el contrario, creyeron que se trataba de una estrategia para ser declarado inimputable por el crimen de su tía. Más allá de las especulaciones, los dichos del detenido obligaron a iniciar la búsqueda de los cuerpos.

Tres meses después, en una fosa común, a metros de un chiquero, en una casa de campo que la familia tenía en San Andrés de Giles, encontraron la verdad enterrada. Allí estaba lo que quedaba de los padres y los hermanos del asesino. Los restos de la nena todavía permanecían abrazados a un osito de peluche.

“Todos se habían puesto en contra mío. Vivíamos en un clima de tensión y distanciamiento”, declaró tras el macabro hallazgo Iribarren ante el juez de instrucción Eduardo Costía sobre ocurrido con su familia. Y siguió: “Esa noche se sentaron a la mesa para cenar menos yo, porque había discutido con mi papá. Entonces, salí a la puerta a fumar y pensar como hasta las tres de la madrugada”.

“Maldito el momento en el que entré, ahí vi la carabina”, exclamó. Fue entonces cuando Iribarren, sin pensarlo, según sus propias palabras, agarró el arma cargada, entró a la pieza de sus padres y su hermana, cerró los ojos y disparó “dos o tres tiros” contra cada uno.

Después, entró en el dormitorio en el que estaba su hermano y antes de que el chico pudiera reaccionar, lo mató. “Después del disparo, mi hermano tenía los ojos abiertos, no sé si se despertó cuando le disparaba o por qué. En este momento ya comenzaba a clarear y se veía luz por la ventana”, aseveró. También reveló que después se acercó al cuerpo, le cerró los ojos y le dijo: “Negro, por qué te hice esto si yo te quería”.

En 2002, Luis Fernando Iribarren fue condenado a reclusión perpetua por los cinco crímenes. En la cárcel, se recibió de abogado y también se casó. Es uno de los criminales argentinos que más años llevan detenidos en el Sistema Penitenciario Bonaerense (SPB), luego de Robledo Puch.

Sin embargo, este jueves salió de la cárcel con el permiso para ir a realizar un curso de extensión en la Facultad de Ciencias Económicas (FCE), pero no regresó a la Unidad N° 26 en la que cumple su condena.

Iribarren contaba con el aval del Juzgado de Ejecución N° 1 del Departamento Judicial de Mercedes para realizar el curso que, según indicaron fuentes de la UNLP al portal 0221, él mismo pagó.

Por estas horas, el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) busca determinar qué fue lo que falló y dar con el paradero de Iribarren, que hasta el momento permanece prófugo.

Temas:

motivos de crimenes

Seguí leyendo

Más noticias

Te puede interesar

Más noticias de Uruguay

Más noticias de España

Más noticias de Estados Unidos