El Observador Argentina | Juan Adaro

Por  Juan Adaro

Director de Pulso Research
20 de noviembre 2025 - 11:15hs

Sin embargo, a casi un mes de la elección todavía quedan dando vueltas interrogantes que buscaremos contestar desde estas líneas. Indagaremos en el significado de la elección, en buscar las causas de por qué se dio el resultado que se dio, quiénes fueron efectivamente los que respaldaron al gobierno y reflexionar respecto a cuál es el mandato de gobierno estos dos próximos años.

Para ello, nos apoyaremos en dos grandes insumos centrales: Nuestra Brújula Social, un estudio nacional mensual que realizamos desde Pulso Research, con 2.000 casos relevados online, y focus groups nacionales, realizados durante la campaña 2025 en distintas provincias del país.

La primera gran pregunta a responder es la de ¿Qué significó la elección? Aquí nos encontramos con una de las primeras certezas. La Libertad Avanza sigue monopolizando un sentimiento ordenador: la esperanza. En un país marcado por la incertidumbre y un malestar económico extendido, no hubo otro espacio que logró apropiarse de las emociones positivas vinculadas al futuro.

Además, el oficialismo logró re-legitimizar su gestión y el mandato electoral original de 2023. A su vez, y a pesar del extendido malestar y pesimismo emocional respecto al futuro, su representación resultó fuertemente atomizada entre distintas ofertas opositoras. No hubo un espacio de representación opositor lo suficientemente convocante e igualmente monopolizador de las emociones negativas como sí logró LLA respecto al optimismo y la esperanza. La oferta electoral siempre termina ordenando la demanda.

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Sin embargo, la esperanza no fue percibida de manera unívoca. En los focus groups durante la previa a la elección se observaban dos esperanzas muy distintas que finalmente terminaron confluyendo en el voto al gobierno. Por un lado, aquellos esperanzados convencidos, que representan el núcleo duro de LLA, y por el otro un grupo de esperanzados resignados. Que ven esta experiencia gubernamental como la última oportunidad para lograr un cambio en la Argentina y eligen creer a pesar de la incertidumbre que también sienten.

El patrón común que los unía estaba claro, la sociedad siente que se comenzó un camino y que ahora necesita ver a dónde lleva. “Hay que seguir hasta ver dónde termina todo esto”, repetían los participantes de los estudios cualitativos. El voto fue, en buena medida, la expresión de esa necesidad de estabilidad pero, sobre todo, de resolver la incertidumbre.

Un participante de un grupo en Córdoba decía lo siguiente: “Yo opino al mal paso darle prisa, ya estamos metidos en un barco en este momento con un cambio totalmente de dirección. Si vamos a un lado y vamos a chocar, chocar zigzagueando o chocar de una, vamos de una, así de acá a unos años, si es que cambia, se cambia definitivamente, que se termine de definir para qué lado va.”

Segundo gran interrogante ¿Por qué se dio entonces este resultado? Una primera explicación es estructural: el hartazgo con la política tradicional se mantiene intacto. Las identidades partidarias históricas continúan en crisis y casi cuatro de cada diez argentinos no se sienten representados por ningún espacio. La oposición, por su parte, no logró construir un liderazgo claro ni una interpretación convincente del mandato social. La mitad de los argentinos no reconocen que haya alguien liderando a la oposición o no saben quién es.

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En ese sentido, observamos también cómo se revalidó la campaña electoral como tal. El oficialismo ofreció algo que el resto no pudo: una razón de voto nítida. Donde otros espacios ofrecieron rechazo, enojo o miedo, LLA ofreció convicción, un enemigo claro —el pasado kirchnerista— y un objetivo simple de comunicar: gobernabilidad para completar el cambio. Su campaña fue coherente, nacionalizó la discusión y convirtió la votación en un plebiscito entre mantener el rumbo o volver al pasado. Esa claridad contrastó con la desorientación del resto de las fuerzas políticas, muchas de las cuales hicieron de la “no estrategia” una estrategia en sí misma. De ahí, el meme que no fue.

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En cuanto a quiénes apoyaron al gobierno, el retrato es consistente: el votante libertario se compone principalmente de varones, jóvenes menores de 25 años y, la novedad acaso es que logró convencer adultos mayores de 50, con predominancia en niveles socioeconómicos altos y medios-altos, quizás aquellos huérfanos cambiemitas. Se trata de un electorado que, lejos de retraerse, se expandió y mostró cierta estabilidad respecto de los últimos ciclos electorales. Incluso con variaciones, el oficialismo logró sostener un núcleo duro que se mantiene convencido y motivado.

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Finalmente, el mayor interrogante que aparece es que podemos esperar hacia el futuro, o al menos cuáles son las demandas de la opinión pública de cara a los próximos dos años. El mandato quedó claro, la sociedad quiere que el gobierno complete el cambio, pero no a cualquier precio. Existe un acuerdo mayoritario en que la Argentina necesita reformas estructurales, aunque por supuesto hay matices de cómo se deben abordar, pero lo cierto es que el gobierno logró imponer esa agenda. Un dato no menor que aparece en el relevamiento realizado post elecciones tiene que ver con que más de la mitad de los argentinos considera que estas reformas deben realizarse con consenso y diálogo, incluso entre quienes votaron al oficialismo.

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La elección del 26 de octubre dejó un mensaje claro: una gran porción de la sociedad eligió continuar el camino iniciado, otorgó crédito político al gobierno y reafirmó su rol como motor del cambio. Pero también dejó advertencias: la confianza no es ilimitada, el humor social y las percepciones económicas siguen frágiles y la demanda de resultados concretos crecerá a medida que avance el tiempo. El desafío para el gobierno será transformar ese crédito en capacidad de gestión, sostener la esperanza que lo trajo hasta aquí y ofrecer, a base de resultados, certezas en un país que lleva años navegando entre expectativas y desilusiones.

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