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Cada vez queda menos salame

El documento del MPP, la promesa de paraíso y la financiación con fondos de ricos y empresarios
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05 de junio de 2018 a las 05:02
El documento aprobado por el plenario del MPP para llevar al debate de propuestas electorales del Frente Amplio no contiene elementos originales, lo que no significa que no revista gravedad. La línea económica es idéntica a la que viene agitando el trotskista PIT-CNT, aunque con una más elaborada base épica de conquistas, promesas y objetivos de bienestar y felicidad que nadie se atrevería a disputar, salvo en el modo de lograrlos.

En lo económico –único coto de caza del populismo– insiste en el impuesto a la herencia, el aumento del impuesto al patrimonio y la elevación de la tasa del IRAE a 30%. Además, agrega la idea de una revisión conceptual, puntual y retroactiva de las exoneraciones a las radicaciones.

Como es habitual, todo el ataque tributario se justifica con la promesa de financiar grandes proyectos de crecimiento, transformación, empleo y progreso, como educación y seguridad (siempre la inseguridad es, de paso, culpa de la sociedad en esta concepción). Se agregan las infaltables apelaciones al desarrollo de tecnología, y de una nueva industria vagamente descripta, que va a reducir la dependencia de las exportaciones agrícolas, de las que el populismo se nutre.

En un apéndice más jocoso, propugna la apertura a todos los mercados, y la integración regional, que no tiene posibilidad alguna de concretar, ni en lo económico ni en lo político, cortada toda empatía con Brasil, Chile y Argentina tras el silencio cómplice sobre la barbarie venezolana y otras actitudes.

Nada de esto exuda creatividad. No es nada más que lo que Fredrik von Hayek describiera con precisión en Camino de servidumbre. El socialismo siempre promete un mundo feliz, objetivos de igualdad, bienestar, salud, educación, seguridad, soberanía, desarrollo y fortaleza de nación. Al mismo tiempo, propone para conseguir esos logros la gestión excluyente del estado, o sea de los políticos y funcionarios socialistas, que son –según su visión– los más capacitados para lograr esos objetivos.

Finalmente, para coadyuvar al pleno empleo, propone aumentos masivos de salarios y ventajas laborales, en una muestra de su visión voluntarista de los mercados de trabajo mundiales.
A fin de financiar los costos de esa transformación, se ocupan de confiscar los ahorros y ganancias de un sector de la sociedad, arrogándose también la potestad de definir qué es lo que le conviene a cada individuo, para lo que se considera más capacitado que el propio interesado.

Y, por último, cuando falla por su inherente incapacidad en obtener los resultados prometidos, lo achaca a la insuficiencia de recursos y entonces vuelve a acelerar su mano para nuevamente esquilmar a cualquiera que cometa el error de tener aún algún ahorro o ganancia. Y así sucesivamente. Lo que se llama jocosamente la teoría del salame. O sea, ir sacándole fetas a los patrimonios, de a poco, disimuladamente, hasta que se acaban. El problema es que cada vez queda menos salame. O menos salames, se diría en lunfardo porteño (esto no lo dijo Hayek).

El socialismo que tan bien simboliza el MPP, suele comenzar con propuestas que parecen modernas y abarcativas, pero que tienden siempre al estatismo extremo y a la confiscación de los medios de producción por algún mecanismo. Vuelven a la fuente. En este caso, con una maniobra de pinzas. Por un lado, se atribuye la capacidad de formación educativa, en la que fracasa sistemáticamente, al igual que en su concepción de la seguridad. Lo mismo que ocurre en todas las áreas que pretende promover, como el comercio internacional, la reconstrucción de un modelo productivo, pretensión en la que fracasa por sistema.

Por el otro, gravando con ensañamiento cualquier manifestación de ahorro o ganancia, empobrece al que algo tiene, mientras que por incompetencia y desconocimiento del comportamiento del consumidor no son capaces de beneficiar con ese apoderamiento a los sectores más pobres. Esa mezcla de saqueo tributario e incapacidad fue la que exasperó a Stalin hasta hacerlo eliminar a millones, porque creía que eran los viejos hábitos los que torpedeaban el éxito de la fórmula socialista. De eso también se ocupó Hayek.

El documento del MPP tiene aspectos más dañinos aún. La propuesta de revisar las exoneraciones otorgadas para la radicación de empresas es un torpedo bajo la línea de flotación al único proyecto de crecimiento del presidente Vázquez, la nueva planta de UPM, junto a las concesiones de infraestructura relacionadas que se quieren financiar por el sistema de PPP. Siendo el partido de Lucía Topolansky un referente importante del Frente, difícilmente algún directorio aprobaría una inversión en Uruguay hasta conocer el resultado de las próximas elecciones, ahuyentado por estas ideas. Un sabotaje desde adentro al PE –deliberado o no– que como siempre pagará la sociedad oriental, no los políticos.

Esa misma idea de revisar las exoneraciones otorgadas, de prosperar, originaría una importante cantidad de juicios, cuyos montos caerán sobre los gobiernos y las generaciones futuras, un costo hundido que los políticos irresponsables suelen ignorar alegremente. El presupuesto suele ser irrelevante para el populismo.

Esta columna ya ha analizado los efectos negativos sobre la inversión de los aumentos de impuestos al patrimonio y las ganancias. Al igual que el impuesto a las herencias, otra bandera demagógica que no tiene valor presupuestario, ya que las muertes de ricos no se pueden presupuestar, a menos que se resuciten los métodos estalinistas y se sacrifiquen por sorteo los ricos necesarios cada año. Lo que significa que, de prosperar, esta norma tendría el doble efecto de ahuyentar las inversiones y el ahorro, (simétricos) y al mismo tiempo aumentar el déficit, ya que los gastos serían ciertos y los ingresos imposibles de prever.

Sin embargo, en términos estrictamente políticos, no habría que descartar que estas propuestas terminen plasmándose en la plataforma del Frente Amplio, que se ha quedado sin ideas en una economía que sufre las inexorables y sabidas consecuencias de su ideología y su progresismo. Nada mejor que prometer el paraíso y al mismo tiempo, asegurar a sus adeptos que la gloria se financiará con fondos extraídos a las familias ricas, los empresarios explotadores y los odiados enemigos del campo.
Y tampoco habría que descartar que este discurso llevara al Frente a volver a imponerse en 2019. El populismo facilista en todas sus formas, por su inherente complacencia, suele ganar elecciones, como se ve en Italia o España, o Grecia antes. Lo que no suele ganar es el bienestar que promete, ni el crecimiento, ni la grandeza de las naciones.

Por estas razones la discusión política va a profundizar la grieta. Como sostiene esta columna, grieta se llama a la lucha final entre la mitad de la sociedad que quiere vivir, sin esfuerzo y sin riesgo, con lo que produce la otra mitad y la reacción de esta última, que no sólo se defiende, sino que tarde o temprano, deja de producir.

Este tipo de propuestas también debe hacer pensar a la oposición si, además de elucubrar mecanismos para crear alguna suerte de contra-frente para la elección de presidente, no hay que extender esa alianza para colocar los mejores candidatos en la disputa por las bancas parlamentarias, que es donde verdaderamente se jugará la suerte de Uruguay. El socialismo manoteador de riqueza, esfuerzos y ahorros y la democracia no son compatibles. Pero la solución a esa incompatibilidad debe ser democrática.

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