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El cepo de la inclusión financiera y otras mentiras

La abolición del papel moneda es una imposición digna de la época de los reyes
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03 de abril de 2018 a las 05:00
La reciente norma que obliga a pagar los salarios de las domésticas a través de un depósito o transferencia a una cuenta bancaria muestra la prepotencia del supuesto beneficio de gozar de la inclusión financiera, denominación marketinera con la que los gobiernos intentan seguir engañando a la sociedad. De paso, tortura un poco más con burocracia a un sector que no necesita más trabas ni obstáculos.
Pero no se debe culpar al Frente Amplio por este nuevo ataque a las libertades personales. Algo parecido está ocurriendo en todo el mundo. En Argentina, que suele ir a la vanguardia de las inutilidades, el presidente del Banco Central y su pintoresco vice vienen predicando la abolición del papel moneda y lo mismo ocurre en otros países más poderosos y desarrollados. Se trata de una tendencia mundial que se inició hace unos 35 años, y que creció a medida que la tecnología hizo cada vez más visible que se podía prescindir del billete. Lo que ahora ocurre es que en vez de que esa posibilidad sea opcional se vuelve una imposición digna de la época de los reyes, que fueron los que acuñaron moneda con valor intrínseco, luego la devaluaron con aleaciones y finalmente la reemplazaron por monedas fiduciarias.
Hace unos 20 años, el ministro de Economía argentino, Domingo Cavallo, evidentemente una reencarnación de Colbert, emitió una bula por la que todo pago superior a cierta cifra debía hacerse por medio de bancos o en su defecto carecería de poder cancelatorio. Una joya del derecho monárquico.

Curiosamente, la norma aún sigue en pie, ya que no fue derogada. Es procedente, ya que seguramente en poco tiempo será de plena aplicación, pero sin tope mínimo.
El Estado moderno da un paso más. Nombra a los bancos gendarmes de la conducta financiera de sus clientes, que pasan a ser sus vasallos por delegación. En esa nueva función, las entidades bancarias primero redujeron al mínimo el servicio, luego establecieron un sistema de comisiones cada vez más abusivo –muchos bancos en el mundo están cobrando por la mera tenencia de los fondos y otros pagan ya intereses negativos, un eufemismo por cobrar por el ahorro. En la vida cotidiana se puede advertir la impunidad con la que actúan en el caso de los cajeros automáticos: ante los robos, simplemente se cierran una buena parte del día, o simplemente se eliminan. ¿Tal vez otra manera de dificultar el uso de efectivo?

¿Por qué este cercenamiento de la libertad? Habrá que partir de un fenómeno patológico. A los gobernantes les molesta la fungibilidad y anonimato del papel moneda. Como les molesta la libertad del individuo y su privacidad. Ahora han encontrado el modo de eliminar libertad y privacidad, con las facilidades que da la tecnología. Lo que intuitivamente advertía Orwell en su novela-ensayo 1984, en ese momento contra el comunismo, hoy se aplica a la sociedad global. Ahora que Facebook está en los titulares por manipular datos de sus usuarios, habrá que recordar que desde 2010 circulan los comentarios y varios elementos probatorios –no desmentidos– de que uno de sus "ángeles" fue el fondo In-Q-Tel, creado por la CIA. Por supuesto que en la explicación política se ata esta medida a la necesidad de mejorar el control del lavado de activos, la evasión y la corrupción. Suponiendo que los ciudadanos no se hayan dado cuenta de que esas intromisiones y limitaciones se suelen aplicar mucho más a los honestos que a los grandes delincuentes.

En la OCDE –uno de los entes ineficaces que se entromete en la vida de los países sin ninguna autoridad jurídica para hacerlo– y en el G20, se habló en sus recientes reuniones en Buenos Aires de la posibilidad de que los bancos centrales creen sus criptomonedas. Este tipo de numerario, con su tecnología blockchain, permite hoy el seguimiento de cada transacción que se haga con ellas y mañana permitirá saber el nombre de quien hace esa transacción. Lo que abona la teoría del odio ancestral a la privacidad y la libertad que han heredado los políticos modernos de sus antepasados. Y abre la puerta a la aplicación de impuestos individuales sobre determinados consumos.

Interesante que, mientras los iluminados miembros de la OCDE y el G20 discurren estos nuevos cepos, la criptomoneda por excelencia, el Bitcoin, es transada en más del 80% de los casos en el mercado negro, en la internet profunda de Thor y sirve como medio de pago del hampa, incluyendo el pago de rescates y sobornos. Mientras, las mucamas uruguayas tienen que salir a abrir cuentas de ahorro para poder cobrar el sueldo y luego ir a penar por un cajero automático en Rivera o en Canelones para poder hacer sus tres extracciones permitidas. (Y habrá que lidiar con el problema de los robos a la salida de los cajeros.)
Hay algunos aspectos técnicos importantes de considerar. Si se elimina el billete se deberán establecer pautas de control y transparencia de la "emisión" monetaria virtual, emisión que ya hoy es misteriosa y obedece a mecanismos que ningún banco central explica. Hay quienes dicen que, al contrario, una criptomoneda permitirá establecer un algoritmo de emisión que impida la exageración y consecuentemente la inflación. Los políticos en el gobierno no suelen hacer lo que más le conviene a la sociedad, sino lo que más les conviene a ellos. Habrá entonces que temerle a la emisión de criptomonedas como cuando los reyes bajaban el contenido de oro de las piezas que acuñaban. Con la diferencia que el control será imposible. Igualmente incierto es lo que ocurrirá cuando toda la población sea obligada a colocar su dinero en bancos. Esto aumentará la capacidad prestable y la oferta de crédito. Por la aplicación del multiplicador keynesiano se podría producir un efecto inflacionario importante, que a su vez forzaría a una mayor restricción en la emisión, para evitar las fuertes presiones inflacionarias.
Y el punto central: una vez que todos estén en el cepo financiero y nadie pueda huir de él, vendrá la tentación de la rapiña impositiva de los gobiernos desesperados por encontrar algún lugar del que sacar algo para poder gastar, como lo puede ejemplificar el impuesto a los débitos y créditos bancarios de Argentina, una de las aberraciones tributarias más destacadas desde la monarquía de Luis XIV.

En otro ángulo, en muchos países existe una economía marginal relevante. Esta economía, como describiera tan bien Hernando de Soto en El otro sendero, no puede ser formalizada, porque justamente existe como último mecanismo de supervivencia ante el avance del estado con la carga impositiva y otros requisitos costosos. Con lo que simplemente desaparecerá. Más allá de las consideraciones legales, como los factores de ese mercado no serán absorbidos por la actividad formal, la economía toda podría sufrir.
Los países deberían ser muy cautos en aplicar estas recetas sugeridas o impuestas por los ente-siglas que rigen al mundo que se deja regir. Porque las implicancias son muchas y diversas. Para dar un solo ejemplo, basta pensar que al obligar a cada habitante a tener una cuenta bancaria, deberá existir una garantía estatal por el 100% de los depósitos, ya que se le estará obligando a elegir un banco cuando tal vez no quiera elegir ninguno. Esta inclusión financiera –que debería llamarse intrusión financiera– es uno de los cuatro cepos en que está atrapado el ciudadano global, y debe analizarse en conjunto con los otros tres: las reglas del lavado de activos, la eliminación del secreto bancario y tributario y la transnacionalización del derecho. Los cuatro cepos conducen a un destino inevitable: el saqueo impositivo.

La columna continuará analizando estos cepos en las próximas entregas.

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