Opinión > ANÁLISIS / DARDO GASPARRÈ

El mundo retorna a la realidad, ¿y Uruguay?

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10 de julio de 2018 a las 05:00
Es común leer que muchos de los males que afectan a las economías más frágiles se deben al cambio de las condiciones internacionales. Eso es, hasta cierto punto, cierto. Pero se podría ver de otra manera.

Se podría poner de otro modo: por unos pocos años, muchos países financiaron sus déficits y su crecimiento gracias a la política laxa de la Reserva Federal americana, inducida al Banco Central Europeo, que tapó la burbuja delictiva de su sistema bancario con otra burbuja que de tan grande no se nota.

Esa segunda megaburbuja no ocasionó inflación americana ni europea –por lo menos en los índices– y bajó la tasa de interés mundial, con lo que resultó fácil para todos, desde Estados Unidos para abajo, financiar y aumentar los desequilibrios y no tener que encarar la antipática tarea de limitar sus despilfarros y su populismo, ya que a muy bajo costo se podía conseguir fondos baratos para pagar la fiesta.

Si a eso se agrega el regalo del precio bajísimo del petróleo disparado por el boom del fracking, el escenario resultó perfecto para enmarcar la irresponsabilidad fiscal y la algazara de la justicia social facilista e instantánea y las conquistas sin esfuerzo previo reclamadas por tantas sociedades. Cualquier parecido con la realidad cercana es pura coincidencia.

Luego de que el gobierno de Barack Obama duplicara la deuda americana, que ya asciende al 103% de su PIB, la Fed consideró que había cumplido la primera cláusula de su mandato, que es la de generar empleo. Ciertamente lo logró, a costa de ese endeudamiento peligroso, de emisión y fundamentalmente porque el nivel salarial promedio se mantuvo bajo. Tanto que su actual 4% está por encima de lo que se considera un desempleo sano, que es el que garantiza la eficiencia. Eso se nota, sin demasiado esfuerzo técnico, cuando se es víctima de la pobre atención actual en muchas tiendas americanas.

Ante la constatación de que la economía de pleno empleo podía recalentarse y llevar la inflación por encima de la franja de meta de 2 - 2.5 % , la Fed recordó la segunda cláusula de su mandato y comenzó a desprenderse de las acciones y bonos estatales que había comprado al mercado y a reducir el relajamiento monetario (Quantitative easing) o sea la emisión. Simultáneamente, decidió aumentar la tasa de interés de corto plazo, lo que repercutió moderadamente en la tasa de 10 años, que es la referencia para los costos de endeudamiento globales. Lo mismo hará el Banco Central europeo.

Esa suba leve de la tasa a diez años es la que complicó la situación de las economías menos sólidas, más dependientes de la deuda, o más necesitadas de inversión. El ejemplo argentino es tal vez el más dramático, aunque no el único, ya que tarde o temprano pasará algo similar en todos los países con igual adicción.

Entra en escena Donald Trump. Un aumento del gasto, empezando por el militar. (Aplaudido por la billonaria comisión de armamento del Senado & asociados), una batería de aumentos de tarifas (recargos de importación) y una reducción drástica en los impuestos a empresas, sobre todo destinada a competir con los menores impuestos de algunos países de Europa que se habían transformado en sedes de sus grandes compañías.

Ninguno de esos efectos ha comenzado a notarse aún. La baja del desempleo por ejemplo, tiene que ver con la inercia de las políticas previas, no con ninguna medida del republicano. Al contrario, hay muchas dudas sobre el resultado de su experimento. El déficit, que es parecido al uruguayo en términos de PIB, está creciendo. Probablemente siga ese ritmo. El aumento de gastos decretado no tiene compensación del lado de los ingresos. Al contrario. La baja de impuestos a las empresas no está todavía generando inversión. Hasta ahora, las megacompañías están usando el capital que repatrian para recomprar sus acciones, lo que da cierto impulso a Wall Street, pero no genera ni más actividad ni más empleo.

Los analistas avezados recuerdan cuando Ronald Reagan bajó los impuestos a las empresas esperando compensarlos con una gran inversión y un crecimiento concomitante. Y terminó triplicando la deuda americana, record absoluto en la historia. No hay ninguna señal todavía de que no vaya a ocurrir lo mismo ahora, donde el mercado es universal. El proteccionismo que se esboza, casi infantil, está ya provocando quejas en las propias empresas americanas, que ven encarecida su producción por el efecto del recargo en sus insumos, y también porque sufrirán los efectos de la retaliación en sus exportaciones. La integración global es mucho más amplia de lo que Trump imagina.

Ese efecto combinado de déficit creciente, pérdida de la capacidad competitiva, reducción del intercambio comercial, inflación latente exacerbada por los aumentos tarifarios y pérdida de recaudación, es el indicador de que Estados Unidos aspirará más fondos del sistema. El aumento de la tasa de interés, por encima de las expectativas del modesto 0,25% cada cuatro o seis meses que prevé la Reserva Federal, es de una probabilidad muy alta. Tal presión tomadora no se limitará al gigante americano. El resto del mundo también plantea un escenario de apetito de endeudamiento público y privado, que empujará las tasas a otra dimensión.

El panorama es entonces muy complicado para los países emergentes, sobre todo los que están al borde de caerse de esa condición. En el aspecto comercial, deberán reacomodar sus objetivos y estrategias, alianzas, tratados, aún la producción o la prestación de servicios y tratar de reducir sus desbalances en cuenta corriente (Balanza comercial). En el aspecto financiero, deberán reducir sus déficit y su requerimiento de endeudamiento, e incorporar el concepto de que toda renovación devengará intereses mucho más caro que la deuda original. Los productores de materias primas agrícolas deberán entrenarse para vivir una gran volatilidad de precios y en el valor de las divisas. (Por caso, muchos analistas americanos creen que el dólar bajará contra las principales monedas. Algo parecido están previendo para el petróleo).

Al mismo tiempo, será necesario ser más competitivo que nunca, tanto en precios como en la búsqueda de inversión real. Y no caer en la fácil y fatal tentación de creer que como Estados Unidos esboza un proteccionismo que probablemente termine en fracaso, las economías más pequeñas pueden hacer lo mismo impunemente, una extrapolación que siempre ha resultado fallida, como lo predica y prueba la ortodoxia económica.

Este tablero es el que debe tener en cuenta Uruguay, en momentos donde está empezando a definir el rumbo de los próximos cinco años. Rumbo que hasta ahora fue flotar, simplemente. La idea de café de aumentar unas décimas inofensivas el déficit, o de poner impuestos a cualquier tenencia, o de aumentar el gasto, va en contra de todo lo que indica la prudencia y la lógica. Aún cuando la voluntad popular convalidara las facilistas ideas impositivas y laborales que está barajando el Frente Amplio, (en especial el MPP en su nueva personalidad y el PIT-CNT), lo mismo serían erróneas y terminarían en un descalabro. La democracia no cambia la hora de salida del sol.

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