Opinión > OPINIÓN - D. GASPARRÉ

El peronismo de siempre, la estrategia de siempre

Lo que se vio por televisión ayer, no es la sociedad argentina. Es el más puro peronismo en acción
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19 de diciembre de 2017 a las 05:00
El kirchnerismo peronista, el mismo que un día firmó un pacto absolutorio y detestable con Irán y ahora es procesado nada menos que por el delito de traición a la patria, ayer volvió a mostrar su esencia antidemocrática que le impide –como al escorpión de la fábula– aceptar la decisión de la mayoría que lo expulsó en dos elecciones consecutivas.

La mano supuestamente anónima que un día asesinó al fiscal de la causa AMIA, Alberto Nisman, a pocas horas de que este debiera presentar su alegato acusatorio contra Cristina Kirchner, organizó la asonada de ayer, que tuvo las típicas características de la resistencia activa que sufre el gobierno de Mauricio Macri desde su asunción. Llámense mapuches, jubilados, piqueteros, trabajadores despedidos de dudosas empresas favorecidas por el gobierno K, tomas de espacios y terrenos públicos y privados, el mecanismo es similar.

Hordas de encapuchados entrenados en la lucha callejera, junto con partidos rótulos o representantes de una izquierda sin votos y sin fuerza política, salvo la de las pedreas. La Cámpora en su versión de estudiantina drogada y delirante, el Partido Obrero, Quebracho, los movimientos barriales, en realidad caciques en busca de subsidios que el Estado les da generosa y empecinadamente. Cientos de colectivos alquilados, con un plan sistemático de cortes organizados con precisión quirúrgica en toda la Ciudad de Buenos Aires, gente a la que se les pagó para asistir a la manifestación y ser telón de fondo de los violentos profesionales, comparsas de una puesta en escena cuidadosamente preparada.
De todo, menos jubilados.

En una curiosa decisión, el gobierno destacó para preservar el orden que se conocía sería alterado con violencia y deliberación por esta auténtica subversión, a la policía de la Ciudad, poco preparada para estos menesteres. Una jueza del fuero contencioso administrativo de la Capital restringió el accionar policial con un mandato digno de una ignorante y las propias autoridades de seguridad instruyeron a la fuerza policial para que no tomara ninguna acción, salvo la de protegerse contra los ataques, a menos que se tratara del fin del mundo. Un mecanismo intelectual de culposidad extrema que caracteriza al Pro y en general a Cambiemos, que en su ADN tiene por lo menos tres aminoácidos progresistas.
En esas condiciones, la policía de la Ciudad fue enviada a un verdadero martirio y humillación al tener que soportar con entereza y casi resignación los ataques que sufría. Recién a las 16.30 se decidió la intervención de la Policía Federal y la Gendarmería, y alguien debe haber tomado la dosis de testosterona necesaria para reprimir –sí, rescátese el vocablo reprimir, cuyo monopolio corresponde a los gobiernos democráticos legítimos.

El objetivo, además de la idea de fondo de mostrar la debilidad de Mauricio Macri y transformarlo en un de la Rúa (el teorema del helicóptero) era lograr la interrupción, por segunda vez, del tratamiento de la ley de reformas en el sistema jubilatorio que ya tienen media sanción del Senado. O sea, el objeto era impedir la formación de leyes, un claro delito que fulmina la Constitución, la sociedad y la lógica democrática. Bastaba como prueba ver en la calle la figura triste y patética del diputado Leopoldo Moreau, mediocre alfonsinista radical expulsado de su partido, última mascota de la expresidenta Kirchner, interferiendo la acción policial para que los delirantes pudieran entrar al Congreso o al menos acercarse.

La estrategia del gobierno fue tratar de mantener en caja el ataque en la calle, mientras se deliberaba en el Congreso, en una sesión en la que contaba con el quorum y los votos para aprobar su proyecto. No es tema de esta nota el análisis de la ley en debate, ni tiene importancia frente a la barbaridad perpetrada.
Para los partidarios de Cambiemos que acaban de votar apabullantemente en su favor y aun para otros sectores serios no partidarios, resulta muy difícil entender el proceder del gobierno. Se suponía que la sociedad estaba harta de la violencia en las calles, de la prepotencia institucional y de gobiernos que temían ejercer su poder para recrear el orden social que se rompía y rompe sistemáticamente. Como han dicho pensadores como Hayek o Fukuyama, ese orden social es la condición sine qua non para el bienestar de los pueblos. La prédica de hace años de la prensa gramscista parece resultar más influyente en las decisiones del gobierno que la propia opinión pública.

Para buena parte de los periodistas argentinos –seguramente varios de buena fe–, las postas de goma, los hidrantes, las pistolas de inmovilización tipo Táser y aun la simple superioridad abrumadora de efectivos, que usan muchas policías en el mundo para evitar heridos y muertes, son malas palabras. Lo que colocaría a las fuerzas de seguridad en una situación de lucha a puño limpio, sencillamente una ridiculez. Cambiemos, en este sentido, ha comprado la prédica, el lenguaje, el manual y la estrategia de los enemigos de la tranquilidad y el orden público.

Es conocida la poca tolerancia peronista a la democracia cuando no es gobierno. Alfonsín, con un masivo apoyo popular luego de la recuperación de la democracia, un hombre de izquierda seria, fue saboteado sistemáticamente por la CGT de Ubaldini, que le inventó 13 paros generales y le impidió cualquier cambio importante, para luego debilitarlo con la prédica internacional del peronismo financiero y obligarlo a abandonar la Presidencia seis meses antes de su mandato, emasculado de todo poder por vías no democráticas.

El justicialismo, vaya nombre, siempre usó una efectiva combinación para sabotear y doblegar a sus enemigos, o sea a los contrincantes que ganaban las elecciones. La división en varias personalidades: el peronismo bueno o colaborativo, que declara su vocación de ayudar a terminar su mandato al gobierno de turno, lo que se frustraba por culpa de los "otros" peronismos.

Estos son la CGT, que funcionaba como una de las ramas del movimiento cuando le conviene, o como una fuerza sindical que se opone al peronismo bueno también cuando conviene. Luego está el peronismo malo, en este caso Cristina, Agustín Rossi, Leopoldo Moreau, Victoria Donda, Sergio Massa, Graciela Caamaño, Felipe Solá, que –dentro del sistema– se oponen frontalmente al gobierno, atacando lo que antes defendían y viceversa, no importa. También pueden pasar a ser buenos cuando les interesa. Son los que clamaban para que se levantara la sesión de Diputados, cediendo a la violencia provocada o tolerada por ellos. A continuación, viene el peronismo violento, mezclado con la izquierda si le conviene, teóricamente sin filiación política, pero prendido del sistema económico al que esquilma. Ahí están todos los movimientos de piqueteros, con capuchas o sin capuchas, el RAM cuando les sirve, las tomas y usurpaciones.

Ese peronismo violento ayuda a dar idea de un poder paralelo, "tomar la calle", dicen los peronistas profundos. Los piquetes, la policía humillada, el ministro de seguridad de turno en la picota permanente y el presidente expuesto como un presidente débil porque "todos saben que a la Argentina solo puede gobernarla el peronismo". Un partido carcelario, con un idioma carcelario y un criterio de liderazgo de pernada carcelario. Lo que se vio por televisión ayer, no es la sociedad argentina. Es el más puro peronismo en acción. Como en el tratado con Irán. Como en el asesinato de Nisman.
El lector se preguntará: ¿y qué pasó con la ley? La ley no importa. Lo que importa es crear el caos.

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