Alberto Fernández y Cristina Kirchner, ex presidente y vice de Argentina.

Actualidad > Por Fernando Pedrosa (*)

El peronismo en el desierto, sin agua ni autocrítica

Le hizo un paro a Javier Milei a 49 días de asumir la presidencia y actúa como si no hubiera hecho una gestión de gobierno desastrosa.
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29 de enero de 2024 a las 19:08

El paro general y la movilización convocados por la Confederación General del Trabajo de Argentina, mejor conocida como CGT, resultó a la postre una demostración de debilidad más que de fortaleza. 

Lo que se mostró, sin filtro, fue más de lo mismo que, hace unos pocos meses, condujo al peronismo a la peor derrota electoral de su historia. 

Para empezar, no es posible obviar que la protesta se realizó apenas 49 días después de la asunción de Javier Milei y que este todavía cuenta con alta aprobación en las encuestas que circulan en los medios. 

Además, no hubo una gran cantidad de gente movilizada: el porcentaje de adhesión al paro fue bajo y la ausencia de figuras de relevancia política en el palco de organizadores fue notoria.

Todo esto se reforzó porque las caras visibles de la protesta, Pablo Moyano y Héctor Daer, son dos personajes muy desprestigiados ante la opinión pública y que, además, no cuidaron en nada sus palabras, volviendo al tema de la violencia política (arrojar al ministro Luis Caputo al Riachuelo) o aferrándose a cuestiones que la sociedad parece tener ya saldadas, (como la defensa anacrónica de la ley de alquileres derogada por Milei). 

En 1983, cuando el radical Raúl Alfonsín triunfó en la elección presidencial, los dirigentes peronistas no tardaron en iniciar una gran discusión que culminó con la famosa interna entre Carlos Menem y Antonio Cafiero, realizada durante el año 1988. 

Luego de eso, el peronismo logró purgar, en alguna medida, los fantasmas que sobrevivían de los años 70, superar la derrota de los 80 y transitar un proceso que los llevaría a tomar el poder toda la década de los 90. 

Hoy no se observa nada de eso. El paro general escondió con dificultad que el peronismo no piensa realizar una autocrítica sobre el gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (CFK). 

Ni por sus consecuencias sociales ni por las formas y el cálculo egoísta con que CFK impuso a quien fuera luego electo presidente. De hecho, si nos ponemos exigentes, tampoco han debatido internamente por la derrota de 2015 en manos de Mauricio Macri. 

El peronismo necesita reevaluar su relación con lo público. No puede terminar cada experiencia en el gobierno convertido en una suerte de élite extractiva que deja al país peor de lo que lo recibió.

Además de pasarle al siguiente presidente una bomba de tiempo con dinámicas imposibles de resolver en el corto y mediano plazo, sin tomar medidas drásticas para las que nunca se tiene suficiente apoyo o poder. 

Y eso agravado por la construcción de un Estado opaco. Es decir, quien está fuera del gobierno, no sabe con qué se va a encontrar hasta el instante mismo en que acceda al poder. A veces, ni siquiera en ese momento. 

Entonces, ayer como hoy, la estrategia peronista es una fuga hacia adelante en nombre de la defensa de la patria, esperando que el gobierno de turno fracase, para lo que colabora activamente.

Así, más tarde o más temprano, y cuando llegan al gobierno nuevamente, solo tienen para ofrecer la misma receta que ya fracasó.

El peronismo tiene que apostar por una renovación en sus discursos, métodos e ideas. 

Esto lo ayudaría a salir del encierro ideológico en que lo metió el kirchnerismo. Si bien nunca fue un movimiento republicano o liberal y, en general, se ordenó en torno a la búsqueda y administración del poder, el kirchnerismo impuso un relato simplón a partir del discurso del primer chavismo y todo lo que fuera caricaturescamente anti occidental y contrario a un capitalismo abierto. 

Esto fue posible porque dentro del partido no se habló más de ideas, menos si confrontaban con las de CFK y sus seguidores. 

Así, a pesar de la constante reducción de su poder interno, los kirchneristas han mantenido la iniciativa y el dominio partidario por ser el único sector con algún tipo de norte político, mientras que el resto solo piensa en garantizar su camino a la caja y el cargo, sin importar quién y cómo lo provean.

El autoritarismo y la corrupción de algunos de sus caudillos provinciales y municipales (en Formosa, Santiago del Estero, Chaco, Lomas de Zamora, La Matanza, Malvinas Argentinasetc.) se han vuelto hechos comunes y aceptados.

Incluso, la deriva en locura criminal propia de cuando ya no importan las ideas y no hay controles de ningún tipo (Milagro Sala en Jujuy y Emerenciano Sena en Chaco). 

Los que intentaron alguna alternativa tuvieron que irse (Juan Schiaretti, Roberto Lavagna, Juan Manuel Urtubey, Florencio Randazzo, Miguel Angel Pichetto, Cristian Ritondo, Jorge Telerman y el mismo Sergio Massa en su momento).

El partido creado por el general Perón es un dato permanente en la sociedad argentina desde 1945 y, seguramente, lo seguirá siendo. Difícilmente las cosas cambien en el país si el peronismo no cambia.

El peronismo debe frenar su degradación y decadencia, tiene que repensar a fondo su historia reciente, no solo por realismo y para frenar una pronunciada caída electoral.

Además, porque la democracia lo necesita y, sobre todo, porque en ese derrotero irracional y descendente, está arrastrando a toda la Argentina.

 

(*) Fernando Pedrosa es profesor e Investigador de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

 

 

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