3 de diciembre 2024
24 de octubre 2024 - 7:58hs

El exitoso escritor español, Arturo Pérez-Reverte, acaba de lanzar su nueva novela “La isla de la mujer dormida”, en simultáneo en toda Hispanoamérica, saga con la que se sumerge en una historia de corsarios modernos ambientada en la guerra civil española.

“De pequeño, jugaba al mundo de los piratas y lo mantuve en mi vida, como lector y como recuerdo de infancia. Con la edad, vas acumulando historias que van contigo, evolucionan con los años, se van transformando, se convierten en novelas y un día estando en una isla del Egeo vi una historia de corsarios contemporáneos”, explica Pérez Reverte durante un diálogo con corresponsales extranjeros en Madrid del que participo El Observador España.

Como es su costumbre, se trasladó hasta Grecia para recabar información del que sería el escenario de este nuevo relato, que cuenta, además, con dos de sus grandes pasiones: las aventuras y la navegación marítima.

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Así, irá desentrañando una historia en la que la armada franquista busca atacar el tráfico de armas soviético que atraviesa el mar Egeo rumbo a la República. Para eso, envía a un mercenario, un marino mercante de la zona, para que cree una base secreta para interceptar a estos barcos.

Allí, se tejerá un triángulo “amoroso” entre el marino, el Barón, dueño de la isla donde se instalará, y su esposa, a lo que se le suma la presencia de espías de ambos bandos en Estambul, que más allá de su trabajo, son amigos.

Con su pasión y su detallista habitual, Pérez Reverte respondió a las preguntas de los periodistas que lo escuchaban.

- Sus libros se mueven en una zona de grises ¿cómo matiza esto en este libro?

- Como en todas mis novelas, esta transcurre en un territorio ideológicamente ambiguo. Es un tema en el que hay una especie de exigencia social de que uno debe pronunciarse: es blanco o negro respecto a una línea imaginaria que nadie ha trazado de una manera definida. Mis libros son justamente lo contrario. Hasta los que tienen personajes muy malvados, transcurren en territorios ambiguos en donde el bien y el mal se confunden. Eso lo he aprendido a lo largo de mi vida. He vivido 21 años en un territorio difícil, conflictivo y vi a la gente moverse. Con ese descubrimiento juvenil, llegó a mis 73 años con una orgullosa incertidumbre. A medida que me hago mayor, tengo menos certezas de las cosas que cuando era joven. Mi mundo es más ambiguo y estoy orgulloso de eso en tiempos como estos en los que te exigen tanta definición.

- ¿Cómo hace para evadirse de esas exigencias?

- Mi mundo es muy complejo, como el de cualquier persona medianamente lúcida y culta. No puedes pedirme que simplifique mi biblioteca y que me defina ideológicamente en un tuit a favor o en contra. La sociedad actual te exige eso. Tengo algunas ventajas: una edad, una obra hecha y lectores en más de cuarenta países. Puedo permitirme esas ambigüedades. Cuando me enfado, doy puñetazos en la mesa. Otros periodistas o novelistas no pueden permitirse eso porque la sociedad los sancionaría, los perseguiría y los cancelaría. Asisto a la tragedia de mis amigos jóvenes, brillantes, talentosos, inteligentes que se autocensuran, que no se atreven, que se ven coartados porque están bajo la espada de Damocles de la sanción pública. Eso es terrible. Les exigen que se definan y tienen que hacerlo, porque si no son sospechosos. Tengo un enorme alivio de tener esta edad y mi obra. Tengo amigos y enemigos, gente que me ama y me detesta, y esto no va a cambiar en mi mundo por una opinión. En ese sentido, los periodistas debemos tener mucho más cuidado que antes a la hora de escribir. Lo veo con la calma de quien está “fuera de peligro”, pero también con la tristeza de que el mundo se está tornando un lugar muy peligroso, oscuro y triste donde no nos atrevemos a decir lo que pensamos por miedo a que lo que mañana digan en Twitter.

- Una de las variantes que trae este libro es Lena Katelios ¿A qué se debió esta decisión?

- En mis novelas anteriores, las mujeres siempre eran personajes fuertes que pelean en un mundo de hombres bajo un cielo sin dioses, como soldados perdidos en territorio enemigo. En esta, por primera vez, hablo de una que ya está derrotada, que no tiene retaguardia, que ha dejado su trabajo, su vida, se enamora de un hombre, lo sigue, tiene hijos, ajusta su vida a la de él y, un día, descubre que esa persona es tan basura como cualquiera. Se cae el mito, el amor, se resquebraja el sueño y, entonces, se da cuenta de que ha entregado su vida a un fraude, a una mentira, a una quimera. Entonces, se escapa, busca cambiar de vida, pero llega un momento determinado, en que ya no pueden huir y se ve atrapada en esa isla. Sólo le queda un camino: vengarse. Utiliza al marino para esto. Hasta el sexo lo convierte en una herramienta intelectual de venganza.

- Muchos escritores dicen que sus personajes van cobrando vida e independencia a medida que trabajan en el libro. ¿Cómo es su proceso?

- A los míos, los tengo acojonados, ninguno de ellos se salta. Soy un novelista muy minucioso, no un artista que lo inspiran las musas. Soy como un artesano, al igual que fui un periodista de trinchera, de ocho horas diarias, días y meses. Antes de una novela, hago una planificación exhaustiva, un plan de trabajo, de los personajes, de todos los puntos de vista y lo desarrollo en un esquema. Mientras viajo, me documento, hago fotos, leo libros, consulto en Internet. Cuando tengo ya hecho el esquema de la novela, me pongo a escribirla. Pero existe un peligro, los personajes secundarios. Aquí, hay algunos que son potentes, dos espías muy interesantes, que tendrían un libro para ellos solos. Está la tentación darles más espacio, pero se pueden comer la historia principal. Hay una cosa que se llama economía narrativa y disciplina. Sé que si me engolfo y me dejo llevar por las cosas que van surgiendo, pierdo de vista el eje central que he trazado. Consciente de ese peligro, sacrifico posibilidades a cambio de conseguir la seguridad de lo que quiero escribir. Esa es mi manera de entender la escritura. Entonces, no se me van, porque cuando lo hacen, los agarro y los tengo marcando el paso. En ese sentido, soy muy cuidadoso y autoritario con mi propio trabajo. Cuando se me escapan, yo mismo paro. Intento mantener la disciplina interna en el mundo que creo.

- ¿Qué hace cuando aparecen matices en sus personalidades que no había tenido en cuenta?

- La mujer de esta novela no cambia, pero aparecen cosas nuevas. Iba a hacerla completamente dura, sin corazón que solo quiere vengarse. De pronto, está con el marino en el mar por la noche y me di cuenta de que era vulnerable y que eso encajaba con el momento. Entonces, hice una escena en la cual ella se ha bañado de noche, se abraza a él y tiembla. Eso no estaba previsto. Lo descubrí trabajando. Eso ocurre con mucha frecuencia, pero siempre en un marco de libertad razonable, nunca más allá del espacio que intentó atribuirles.

- ¿Qué lo motiva para seguir escribiendo?

- Me lo paso muy bien. Soy un escritor feliz. Hay algunos que sufren. Tengo amigos muertos por el miedo a la página en blanco, por la agonía creativa, por la lucha con el adverbio. En mi caso, disfruto muchísimo escribiendo. He tenido una vida muy divertida y ya no puedo hacer por la edad lo que hacía cuando tenía cuarenta años. Con las novelas, puedo torturar, amar, ser millonario, conquistar a chicas guapas otra vez, matar enemigos o hacer lo que se me venga a la mente. Es multiplicar mi vida por un montón de cosas que ya son imposibles: volver a ser joven, a pelearme en un bar, a hacer la guerra, a ser feliz o desgraciado. No pretendo otra cosa con ellas, no busco hacer mejor el mundo. No soy un intelectual sino un reportero que, ahora, cuenta historias; un novelista más. Hay autores como José Saramago, que era amigo mío, que querían cambiar el mundo. No es mi caso. Mis libros no son lecciones morales ni orientación intelectual, son historias nada más.

- ¿Qué siente cuando termina una novela?

- Cuando termino una, empiezo otra. Es como cuando se te muere un perro, hay que tener otro perro enseguida. El vacío está bien, pero tengo miedo a no darme cuenta de la decadencia, a un día escribir malas novelas o que no interese o volverme un viejo estúpido o pedante o “autista” y que la gente que me quiere me diga: “Arturo se ha terminado, déjalo ya”. No hay nada más triste que un escritor que está muerto y no lo sabe. Todos conocemos a muchos y algunos son amigos míos o lo han sido. He tenido una vida muy muy interesante. Es como con la bicicleta, si te paras, te caes ¿Ahora, voy a ponerme a leer a Montaigne y a ver televisión? Con esto, sigo vivo. Una novela me obliga a salir de casa, a coger un avión, a irme a las islas griegas o donde sea, a buscar libros, a mirar, a comprar, a preguntar, a mirar a la gente, a fijarme en cosas que no me había fijado, a revisitar lugares y libros que conocí con la mirada que me ha dejado la vida a la edad que tengo. Es un bullir continuo de sensaciones, de vida, de novedad. Uno puede ser el más chulo del mundo, pero trabajando tiene que ser muy humilde profesionalmente. Esto me devuelve la humildad, me obliga a preguntar a quién sabe. Yo sólo sé lo que no sé.

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