Sin embargo, se prevé que será más complejo del lado de la Unión Europea, donde existen mayores resistencias políticas y sociales al tratado.
El acuerdo UE-MERCOSUR para los latinoamericanos
La semana pasada se reunió nuevamente el MERCOSUR, el bloque de integración sudamericano conformado por Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina.
Venezuela continúa suspendida debido a la ruptura del orden democrático, mientras que Bolivia se encuentra a las puertas del ingreso pleno, condicionado por la evolución de su actual crisis política.
La reunión de los latinoamericanos fue tranquila, sobre todo, porque se realizaba la transmisión de la presidencia (temporal y rotativa) de Argentina, en la figura de su presidente Javier Milei, líder de la derecha, a manos del presidente Lula, referente regional de la izquierda.
Más allá de las discusiones y pequeñas miserias que suelen surgir en estos espacios, no se registraron grandes escándalos.
De hecho, como aperitivo, los sudamericanos concretaron otro tratado de libre comercio, esta vez con la Asociación Europea de Libre Comercio, integrada por cuatro países que no pertenecen a la UE: Noruega, Islandia, Suiza y Liechtenstein.
Esta postal de normalidad no solo resulta significativa por la tensa relación entre ambos mandatarios, sino también porque evidencia las concesiones que están dispuestos a hacer para enviar señales de estabilidad que ayuden a concretar el acuerdo con la UE.
Javier Milei es un declarado antiglobalista, crítico acérrimo de la ideología que impregna a la burocracia de Bruselas, en particular la Agenda 2030.
Durante la campaña electoral, Milei afirmó que se retiraría del bloque regional. Sin embargo, cambió de postura y lo reconoció públicamente, como se vio al ejercer la presidencia pro tempore con convicción.
En el caso de Lula, también hubo concesiones.
El brasileño debe enfrentar las críticas de la poderosa ala izquierda de su propio partido, que no ve con buenos ojos una consolidación del vínculo con la UE, especialmente cuando gran parte de sus apuestas geopolíticas están centradas en proyectos Sur-Sur, como los BRICS.
Sin embargo, Lula también fue protagonista del fracaso de la última cumbre de los BRICS, celebrada en Río de Janeiro pocos días después del encuentro del MERCOSUR.
A la ausencia de figuras clave como Vladimir Putin y Xi Jinping, se sumó una declaración final vacía, marcada por lugares comunes e ideologización.
Para los países latinoamericanos, el acuerdo representa una oportunidad estratégica para acceder a un mercado amplio y exigente como el europeo.
Pero también plantea un desafío profundo: tendrán diez años para modernizar procesos, transparentar instituciones y estandarizar controles. Conociendo las debilidades estructurales de la región —desde la informalidad hasta la corrupción endémica—, el camino no será sencillo ni lineal.
La mirada europea
Para Europa, el acuerdo tampoco es un desafío menor, especialmente en una coyuntura marcada por la fragmentación interna, la guerra y el desgaste político del europeísmo.
A ello se suma un derrotero de irrelevancia geopolítica, acentuado por una narrativa identitaria que ha permeado buena parte de la burocracia de Bruselas.
Sin embargo, el tratado representa también una oportunidad para revertir esa tendencia.
La UE no cuenta hoy con ningún acuerdo de esta envergadura. El acceso al MERCOSUR abre las puertas a un mercado significativo, no solo por su volumen poblacional, sino por la diversidad de patrones de consumo en sectores sociales clave, dentro de un bloque que hoy está altamente protegido.
Curiosamente, sectores de la extrema izquierda y la extrema derecha convergen en su rechazo al acuerdo.
Podemos y Vox en España, JeanLuc Mélenchon y Marine Le Pen en Francia, coinciden en la oposición, aunque suelen revestirla con argumentos vinculados al medio ambiente —como la situación del Amazonas brasileño— o a estándares sociales, democráticos y migratorios.
Desde la ultraizquierda se promueve una Europa más aislacionista, incluso con cierta simpatía por una alineación estratégica con China, y se cuestiona la exclusión de gobiernos como el de Nicolás Maduro en Venezuela dentro del esquema del MERCOSUR.
Por su parte, la derecha radical rechaza el tratado desde un fervoroso euroescepticismo y antiglobalismo y, en algunos casos, no esconde su afinidad con el proyecto autoritario y conservador promovido desde Moscú.
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El primer ministro de España, Pedro Sánchez, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, posan al llegar al primer día de una cumbre de la Unión Europea-Comunidad de América Latina y los Estados del Caribe (UE-CELAC) en el edificio del Consejo Europeo en Bruselas el 17 de julio de 2023.
AFP
No se trata solo de ideología.
La principal fortaleza productiva del MERCOSUR reside en su sector agrícola y ganadero, lo que genera preocupación en los sectores agropecuarios más protegidos y concentrados de Europa, particularmente en países como Francia, Irlanda y Polonia.
La cuestión medioambiental también forma parte de los reclamos de los productores europeos —y de sus sindicatos—, que operan bajo estrictas regulaciones muy diferentes a las que enfrentan sus colegas del otro lado del Atlántico.
Lo paradójico es que, mientras la UE exige al MERCOSUR cumplir con altos estándares ambientales y laborales, permite el ingreso de productos provenientes de países como China, Camboya o Vietnam sin aplicar el mismo nivel de exigencia.
Pero no todo son obstáculos. Para Europa, el acuerdo también representa una oportunidad estratégica para volver a posicionarse en el mapa de los bloques globales.
Se trata de un TLC que trasciende lo económico: busca establecer una relación estructural de largo plazo en un momento en que Europa parece haberse quedado sola en el escenario internacional.
Incluso Estados Unidos —con su NAFTA 2.0— podría, en un futuro, integrarse a un entramado comercial común que le devuelva al mundo occidental una potencia económica capaz de hacer frente al avance de China.
La visita del primer ministro indio, Narendra Modi, a Brasil y Argentina también permite pensar en un futuro donde el límite a las estrategias chinas llegue hasta Asia.
Retomando los viejos consejos de Samuel Huntington, Occidente debe cerrar filas y fortalecer sus alianzas internas.
Es momento de unir a los países que aún creen en la democracia, la libertad y el capitalismo, aunque sus formas e intensidades varíen.
Desde esa base común, se puede construir una zona de alta prosperidad y de acuerdos valóricos e ideológicos compartidos, capaz de responder con firmeza a los desafíos que plantean potencias cimentadas en lógicas étnicas, religiosas o autoritarias.