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Mensaje de Navidad sobre la pobreza

Esta columna deja un mensaje navideño para los que piensan de buena fe que el sistema adecuado es: "Sacarle a los ricos para darle a los pobres"
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26 de diciembre de 2017 a las 05:00
Con motivo de la Navidad se suelen escuchar miles de reflexiones sobre la pobreza, sus causas, sus efectos, la forma de paliarla, reducirla o desterrarla, tanto local como mundialmente. Se escuchan también críticas a la insensibilidad del sistema económico, de los gobiernos, de las sociedades. Se acusa también a los que aumentan su riqueza o su patrimonio de hacerlo a costa de los pobres, y a la sociedad entera de ser responsable del problema. Por último, en un paso más adelante, se acusa a la desigualdad en la distribución de ingresos de ser la razón del flagelo.

El deseo navideño de esta columna es que, si se desea lograr el objetivo de una pobreza significativamente menor, se empiece a pensar de otra manera, ante el riesgo de continuar empeorando la situación con recetas de curandero y de avanzar hacia la miseria de grandes masas de población en la línea del buenismo y la limosna compulsiva de los subsidios masivos.

Las ideas de Marx sobre la plusvalía y su posterior mecanismo de implementación, el socialismo soviético o comunismo, fracasaron hace medio siglo dejando un tendal de pobres, oprimidos y atrasados que apenas se están terminando de integrar hoy a sus sociedades. Lo mismo ha ocurrido en todas las réplicas de tal idea - es casi es un abuso intelectual usar los ejemplos de Cuba y Venezuela. Tal fue el fracaso del concepto, que en todos los casos en que se trató de llevar a la práctica esas ideas, hubo que recurrir a gobiernos dictatoriales para aplicarlas, con efectos mortales para los pueblos.


Enfrentados a la dura realidad de que las sociedades se comportan de un modo distinto al que al sociólogo prusiano se le ocurrió, los defensores de su teoría viraron a otros rótulos: social democracia, socialismo moderno, sociocapitalismo, democracia cristiana. Meros apodos, nombres que trataban a veces de insertarse dentro del modelo democrático para ir forzando gradualmente a retrogradarse a la idea primigenia comunista y otras veces de ocultar tras una apelación de fantasía la adopción lisa y llana del capitalismo como criterio de base para el logro del crecimiento y el bienestar.

Aquí viene –inexorablemente– la mención al socialismo de Noruega y Suecia. El bienestar del primero durará mientras dure el petróleo a precio alto, como se vio en su crisis de 1990, y está basado más en la calidad de sus gobiernos que en el sistema. Tampoco es cierto que su carga impositiva real sea más alta que la de muchos países de la Unión Europea, que no integra. Su apertura comercial es notoria, además.

En cuanto a Suecia, desde su estrepitosa quiebra de 1993 las reformas han virado tanto hacia el concepto de gestión privada que difícilmente su sistema pueda ser interpretado como socialismo. También su carga impositiva ha venido bajando desde la catástrofe citada hasta hoy, casi 20 puntos. Se trata cada vez más de otro tipo de capitalismo, y cada vez menos de otro tipo de socialismo.
En las mediciones serias de los últimos 100 años la pobreza ha bajado sistemáticamente en las economías de libre competencia. Ningún otro sistema en la historia de la humanidad puede exhibir semejantes logros. En todo caso, son miniejemplos con idiosincrasias muy particulares, idiosincrasias que no son las de la Patria Grande.


Lo que más daño causa en la lucha contra la pobreza, es el criterio de inmediatez, impulsado por necesidades electorales, ideológicas o de simple resentimiento utilizado por las otras dos razones. "Bajemos ya la pobreza, creemos un nuevo impuesto a algo y distribuyámoslo entre los pobres". La idea es fatal. No solo por el ataque implícito a la propiedad privada, un derecho humano, que se sepa. Sino por los efectos que provoca, que siempre tienden a reducir la creación de empleos, que es la mejor manera de eliminar pobres.

La famosa plusvalía de Marx ha muerto. A medida que avanza el papel de la tecnología, el trabajador es cada vez más su propio empresario. Se hace rico con su idea, consigue capitales –disponibles porque cada vez rentan menos a sus dueños– con facilidad, crean trabajos bien remunerados, expanden el bienestar. Bill Gates, Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos (Amazon), Marcos Galperín fueron miniempresarios, emprendedores, pymes, antes de llegar a ser megaempresarios millonarios. Inventaron una plusvalía que les pertenece. Ellos son a la vez patrones y trabajadores. Por eso cuando el ataque de impuestos, cargas sociales y juicios laborales cae sobre las pequeñas y medianas empresas, está creando pobreza, aunque crea que distribuye riqueza.

La creencia de que la riqueza crea pobres, o que necesita a los pobres para generarse, es simplemente estúpida. No solo no se respalda en ninguna evidencia, ni estadística, ni dato concreto, sino que ha venido ocurriendo todo lo contrario y cada vez con más fuerza. Con lo que entramos al otro punto del planteo: la idea de que la desigualdad en la distribución de la riqueza o del ingreso tiene que ver con la pobreza.

Se trata de una trampa dialéctica para inventar una base ética que justifique aplicar más impuestos, so pretexto de reducir la inequidad, que es el modo tendencioso de denominar a la desigualdad. El lamentable coeficiente de Gini, que, además de no significar lo que se cree que significa, tampoco indica nada. (Una población unánimemente pobre arrojaría un coeficiente de Gini perfecto) Google, un creador compulsivo de empleos de altos sueldos, no parece estar creando pobreza ni inequidad en ningún sector de la economía.

Ese criterio instantáneo en la lucha contra la pobreza, más el concepto obsoleto y falso de la plusvalía, que lleva a los monopolios sindicales que son tan malos como cualquier monopolio, crean más pobres y marginales que la suma de todas las otras posibles causas. Y también más arbitrariedades, corrupción y abusos de la democracia.

Como varios gobiernos mediocres y sus sociedades no quieren advertir el fracaso de sus cómodas y simplistas ideas, duplican la apuesta con cada fracaso, con cada índice negativo. Aplican más impuestos, cierran más los mercados, protegen más y a más alto costo el trabajo. Y entonces, por permanencia del desempleo y de la falta de inversión, se cae en la pobreza y luego en la marginalidad o en la miseria. O en ambas. Y recomienza el círculo vicioso, los impuestos, los subsidios, el asesinato delirante de las pymes heroicas que luchan por sobrevivir y el aborto de las que podrían nacer y nunca nacen, ahogadas en su gestación misma.

Y como un barniz resistente que cubre todo ese universo, lo protege, garantiza su eternidad y su impunidad, un sistema de deseducación que va creando una clientela de desocupados y pobres eternos, que ni siquiera tendrán la posibilidad de optar entre el trabajo o la pobreza. En nombre de la inclusión y de la integración, se excluye a los que más necesitan de la excelencia formativa, justamente para evitar la verdadera desigualdad.

No hay ningún ser humano sano de alma y de mente, que no quiera eliminar la pobreza. Lo que está en discusión es el modo de lograrlo. Hay otros que, por conveniencia han elegido vivir de los pobres, los necesitan, hasta parecen fomentar su creación, a veces.
Esta columna deja un mensaje navideño para los que piensan de buena fe que el sistema adecuado es el que se está usando en estos lares, de "sacarle a los ricos para darle a los pobres". Es el mismo que deja el más grande de los padres de la Iglesia, san Agustín, en sus Confesiones: "Buscad lo que buscáis, pero no está donde lo buscáis".
Feliz Navidad.

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