Temas > COLUMNA NATALIA TRENCHI

¿A qué se refiere cuando se habla de violencia hacia a los niños?

Los padres deben aprender a manejar el enojo; deben calmarse y luego hablar con los niños
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13 de septiembre de 2017 a las 05:00

En ocasiones cuando se habla de violencia o maltrato se relaciona con las noticias que se ven en las primeras planas, con letras rojas, de sucesos espantoso que a veces acontecen. Pero en realidad, se refleja con mucha más frecuencia en la vida de todos. Tiene que ver con el maltrato culturalmente aceptado hacia los niños. Es decir, situaciones violentas de las que participan de manera constante.

En esta sociedad el maltrato físico sigue siendo aceptado como una medida disciplinaria.

Desde hace un tiempo existe una ley (18.214) para frenar este tipo de prácticas. Esta ley, mejor conocida como la "del coscorrón", fue aprobada en 2007 y prohíbe cualquier forma de castigo físico o trato humillante contra menores de edad.

No obstante, culturalmente eso sigue pesando. Todavía hay mucha gente que dice: “A ese niño lo que le hace falta es una buena paliza”. Cientos de padres y madres afirman: “nosotros no somos de pegarle; a veces algún tirón de pelo o un pellizcón, pero nada más…”. Eso es pegar.

No es nada aconsejable infringir dolor físico a un ser que se encuentra en una notoria inferioridad de condiciones. El rol de un adulto, cuya función en el mundo es enseñar a ese niño a vivir, a funcionar en sociedad y a crecer sano.

Gritar, insultar, amenazar… son todas maneras de ejercer violencia. Se ha podido comprobar que el maltrato psicológico deja tantas cicatrices a nivel mental como el maltrato físico.

Una violencia muy dañina y que no es tan obvia es el hipercriticismo. Esos padres a los que no los satisface nada; a los que viene el niño entusiasmado a mostrarles que sacó una buena nota y los padres responden: “Con un poquito más de esfuerzo podrías haberte sacado más”. Mostrar siempre lo que falta puede ser muy dañino. Es una forma de violencia terrible. No es una exigencia sana para que el niño se supere, sino una marca permanente de que el niño nunca alcanza el nivel esperado.

Todo padre o madre en algún momento pierde los estribos. Es natural que haya situaciones donde el comportamiento del niño los supere. El tema está en lo que se hace con esos sentimientos. Uno tiene que tener la capacidad de inteligencia y de regular las emociones. Cuando uno ve que está llegando a su punto de ebullición, lo mejor es alejarse, tomarse un tiempo para calmarse. Cuando uno está enojado no puede pensar, y cuando uno tiene que criar a un niño, tiene que razonar.

Se debe pensar qué es lo que se quiere enseñar a ese niño y cuál es la mejor manera. ¿Se va a educar a un niño a que no pelee con el hermano a los gritos o cachetadas, haciendo una rabieta adulta? Ese no es el camino.

No hay que tener miedo al enojo, a la furia, a la ira, porque a todos les pasa, pero es necesario desarrollar maneras de expresarla adecuadamente. Lo mejor es calmarse, irse y luego hablar: “esto que pasó recién, no puede volver a pasar. Vamos a pensar en lo que pasó y vamos a pensar cómo se puede resolver de otra manera…”, ¡pero sin violencia!

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