Camilo dos Santos

¿Hacia un nuevo bi-partidismo?

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07 de octubre de 2020 a las 05:03

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Días pasados, el expresidente Julio María Sanguinetti afirmó que Uruguay avanza progresivamente hacia un bipartidismo compuesto por dos partidos de coalición, uno conformado como tal desde su mismo nacimiento (Frente Amplio), otro en eventual proceso de construcción (Coalición Multicolor). Sanguinetti, uno de los principales arquitectos de la actual coalición de gobierno, invitó además a los socios de su bloque a pensar en una “gran agenda de mecanismos electorales” de modo de acelerar ese nuevo bipartidismo. 

Con sus afirmaciones, Sanguinetti parece querer superar la actual composición del sistema de partidos uruguayo, que presenta un formato bi-bloquista, mutipartidario y asimétrico. Es bi-bloquista, porque electores y dirigencias están divididos en dos grandes grupos o “familias” (como gusta decir Sanguinetti), cada uno con conjunto de valores e ideas diferenciales que impactan en el diseño de políticas públicas y en modos de ejercicio del gobierno. Es multipartidario, porque presenta un abanico importante de partidos relevantes, hoy incluso con un inédito número de partidos con representación parlamentaria (siete). Es asimétrico, por último, porque mientras uno de los bloques está compuesto por un único partido, el otro está fuertemente fragmentado, con un socio mayor que en octubre alcanzó poco más de la mitad de votación al interior del bloque y con dos socios menores imprescindibles para darle mayoría parlamentaria.

Si Sanguinetti está pensando en transformar al bloque multicolor en un auténtico partido de coalición (es decir, en un partido donde no se disuelva la identidad de sus agrupaciones bajo un nuevo sello), es lógico asumir que pretende un modelo similar al del Frente Amplio. Como es sabido, el FA se caracteriza por ser una fuerza política con fuerte diferenciación interna entre sus principales sectores integrantes. No por casualidad, algunas de sus agrupaciones aún se autodefinen como “partidos” y es menos habitual observar “pasajes” de dirigentes entre las grandes agrupaciones de lo que lo es al interior de los partidos fundacionales. 

Pensando en el objetivo de transformarse en un partido de coalición, al bloque multicolor se le abren dos caminos de cambio, uno de cara a las elecciones nacionales y otro frente a las elecciones departamentales. Los caminos implican desafíos muy diferentes, en la medida que los sistemas electorales para ambos niveles de gobierno son radicalmente distintos. 

Para las elecciones nacionales, si la Coalición Multicolor pretende transformarse en un partido de coalición, con las actuales reglas de juego su única opción es votar en todas las instancias del ciclo electoral nacional bajo un mismo lema. Esto implicaría para sus socios: a) definir una candidatura presidencial común a través del voto popular en las elecciones internas; b) competir en primera vuelta por cargos parlamentarios mientras simultáneamente se acumulan votos a favor de la fórmula presidencial común y c) apoyar a la fórmula presidencial del bloque en el balotaje.    

Con esta estrategia, el bloque multicolor pasaría a tener las mismas fortalezas y debilidades que el FA. En primera vuelta, un bloque con candidatura presidencial única supone una debilidad de oferta en comparación a un bloque multipartidario con un menú variado en términos de los acentos programáticos y los estilos de liderazgo de sus candidatos. Sin embargo, de cara al balotaje, para un bloque multipartidario es más trabajoso fidelizar a sus electores, pensando en que muchos de ellos votan en primera vuelta por candidatos presidenciales que no clasificaron al balotaje y que no necesariamente tienen estilos de liderazgo o énfasis discursivos similares al de quien disputará la presidencia en nombre del bloque. La evidencia del último balotaje es una buena prueba de lo dicho.

Más allá de estas implicancias, bajo las actuales reglas de juego, la coalición multicolor no parece ir hacia un bipartidismo sino hacia una creciente fragmentación. En la última elección de octubre, se incrementó el número efectivo de partidos (índice habitualmente utilizado para medir la fragmentación partidaria), y los partidos no fundacionales de la coalición multicolor representaron un 13% de los votos totales, liderados ampliamente por Cabildo Abierto. De hecho, el mismo nombre “Coalición Multicolor” nace en este ciclo electoral, reflejando una nueva realidad en donde a blancos y colorados se incorporan tres nuevos partidos, uno de ellos electoralmente potente. Esta creciente fragmentación va en línea con lo que Maurice Duverger proclamó hace ya mucho tiempo: los sistemas presidenciales de doble vuelta favorecen un mayor número efectivo de partidos, en la medida que los partidos de un bloque pueden competir por cargos parlamentarios y el acceso al balotaje sin poner en riesgo el triunfo del bloque. En cambio, en los sistemas a una sola vuelta se tiende hacia el bipartidismo pues, para maximizar las chances de victoria, lo más conveniente para los integrantes de un bloque es votar bajo un mismo lema.

Por tanto, una de las ironías de la eventual voluntad del bloque multicolor de avanzar hacia un auténtico bipartidismo en las elecciones nacionales es que la mejor manera de estimularlo sería mediante la eliminación del balotaje, ese mismo mecanismo que blancos y colorados impulsaron con el plebiscito de reforma constitucional de 1996, con el doble objetivo de preservar su independencia partidaria y competir como bloque contra un ascendente Frente Amplio. Una eventual eliminación de la segunda vuelta podría significar el regreso al sistema de vuelta única con candidaturas presidenciales múltiples por lema (como supo tener Uruguay hasta la elección de 1999) o un viraje hacia un diseño como el norteamericano, con candidaturas presidenciales únicas por partido, definidas previamente en elecciones internas. 

Si se piensa en las perspectivas del bipartidismo para las elecciones departamentales, allí sí el panorama parece avanzar hacia dicho formato, justamente gracias al hecho de que se mantienen vigentes tanto el sistema de única vuelta como las candidaturas múltiples por lema. De hecho, el caso montevideano ejemplifica que los partidos fundacionales tienen incentivos para votar bajo un lema común, por más que hasta ahora esta estrategia (implementada en 2015 y 2020) no les haya permitido destronar al Frente Amplio del sillón municipal capitalino. No sería sorpresivo que, como sugiere Sanguinetti, este formato cooperativo se expanda a otros departamentos donde la disputa por lema es relevante y a Canelones, donde la votación de los socios multicolores por separado ha fortalecido el amplio dominio del Frente Amplio. Vale decir que, en estas mismas elecciones departamentales, hubo avances (aunque incompletos) hacia el bipartidismo en varios departamentos, fundamentalmente por las alianzas tejidas entre el Partido Nacional y Cabildo Abierto. 

En suma, con las actuales reglas de juego, es más factible que la Coalición Multicolor siga avanzando hacia el bipartidismo en la dimensión departamental y municipal, donde las desviaciones a la estrategia óptima pueden pagarse caro, tal como ejemplifica la reciente elección en Salto. En cambio, con el actual formato de competencia presidencial, la evidencia parece ir en dirección contraria de un formato bipartidista, fundamentalmente por la evolución del bloque multicolor, que está bastante más fragmentado que hace cinco años y cuyos socios partidarios han estado siempre dispuestos a competir primero y cooperar después. 
 

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