Inés Guimaraens

¿Por qué crece Manini Ríos y no el Partido Colorado?

En la disyuntiva de cambio político, el líder de Cabildo Abierno es contundente, mientras Talvi transmite dudas sobre el alcance de acuerdos en posible coalición

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12 de octubre de 2019 a las 05:00

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¿Hay explicación para el auge de Cabildo y la baja colorada?

Cabildo Abierto celebra el crecimiento de su propuesta, mientras el Partido Colorado sufre un repliegue de fuerzas. Aunque hace algunas semanas los batllistas se ilusionaron con ascender a un segundo puesto y llegar al balotaje, ahora será un alivio mantener el tercer lugar, y evitar que se cumpla lo advertido en alguna encuesta de ser desplazados por Manini Ríos.

La noche del 27 conoceremos el resultado electoral y lo de ahora son encuestas que pueden tener problemas de medición, pero lo cierto es que el entusiasmo que hay en uno y otro partido se hace visible diariamente.

Los “cabildantes” siguen con entusiasmo a Manini y trabajan codo a codo sintiendo que crecen.

Entre los colorados no hay un ánimo festivo generalizado y sobran dudas sobre una estrategia que no es entendida ni compartida por una mitad de la colectividad. Y hay reproches en voz baja.

La fortaleza de un partido nuevo, liderado por un general retirado, tiene explicación en cambios en la sociedad, en una demanda popular de combate firme al delito, austeridad en el gasto público y una reivindicación a valores de respeto.

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La debilidad de un partido antiguo se explica por una realidad del propio lema, una competencia por electorado, y una estrategia que estaba diseñada para priorizar la pureza de un mensaje y descuidar la amplitud de públicos y de ideas.

Uruguay es un país de sistema de partidos fuertes pero se venía generando espacio para un quiebre de esos hábitos ciudadanos.

El apoyo a la democracia, medida por las encuestas del Latinobarómetro, da un deterioro preocupante en Uruguay: en 1997 el 86% expresaba apoyo a la democracia, lo que fue bajando y en medio de las turbulencias financieras del Río de la Plata de 2001 y 2002, cayó a menos de 80%

En 2013, pese a que el país vivía una situación económica favorable y generalizada, el respaldo bajó a solo siete de cada diez, en 2016 quedó por primera vez por debajo de 70 puntos y en la última medición cayó a 61% (2018).

Había una señal, no repentina sino progresiva, que advirtía que algo pasaba en la sociedad uruguaya.

Otros indicadores arrojan luz sobre los motivos de esa disconformidad: la inseguridad es el principal problema de los uruguayos desde principios de 2009, mucha gente siente que no hay una respuestas de las autoridades acorde a una demanda popular de combate firme al delito, y algunos casos de desvíos, o mismo corrupción en gobiernos del Frente Amplio, derivó en desilusión de ciudadanos que creían que no eran “todos iguales”.

Además, mediciones de opinión pública reflejaban hace cuatro años un sentimiento de que “la bonanza” económica no había sido bien aprovechada y se repetía la historia de ciclos de sube y baja (eso coincide con el estancamiento productivo de 2015 y una contracción del nivel de consumo).

Sociólogos como Luis Eduardo González e Ignacio Zuasnabar advirtieron entonces que había disgusto popular con exceso de gasto público, que requería de presión impositiva no agradable. Malestar con “derroche” de recursos, “despilfarro” de dineros públicos.

Eso era malestar, no sólo contra el partido de gobierno.

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El mismo estudio de Latinobarómetro mostraba el año pasado que la institución sobre la que los uruguayos expresan mayor nivel de confianza son las Fuerzas Armadas (62%), seguida de la Policía (59%), los bancos (54%), las ONG (52%) y los medios de comunicación (49%).

Todo lo demás está por debajo del 50%, bastante más abajo.

La confianza en el Poder Judicial era de 39%, en el Gobierno igual (39%), en la Iglesia, bajo (36%), pero más que en los Sindicatos (34%), y más abajo el Parlamento (33%) y en el fondo, los Partidos Políticos (21%).

Todo eso conformaba un escenario propicio para que alguna figura de afuera del sistema, o al menos visto como de afuera, levantara una bandera y consiguiera atención.

El empresario Novick hizo su intento y logró un empuje inicial, pero nunca construyó un partido ni un movimiento, sino una marca publicitaria, sin funcionamiento orgánico ni activistas que le siguieran por una causa.

Manini Ríos, el general echado en marzo por el presidente Vázquez, no anda con “gre gre” para decir “gregorio”; hizo un programa de gobierno pero luego encargó una síntesis de folleto sencillo, y para los que no estén dispuestos a leer títulos de tres hojitas, les da un mensaje que resume la idea global: “Vamos a terminar con este relajo”.

Lo mismo ocurre respecto a la elección nacional: Manini es claro que está por el cambio y que va a respaldar al que vaya al balotaje contra Martínez, sea quien sea (Talvi no es claro en eso).

La “familia militar” no es todo su electorado pero sí un círculo militante que le da base y estructura, y esa base se despertó por sentir que era el momento de decir basta: el presupuesto de Defensa iba en baja, los sueldos no habían mejorado como en otros sectores, se había querido poner un impuesto a los retirados (aparte de la suba general de IRPF) y quitar beneficios de la Caja Militar.

Y Manini logra que muchos colorados y blancos lo voten sin sentir que dejan de ser de esas divisas, porque tienen dos certezas: una es que va por el cambio, para “sacar” al Frente del gobierno; y otra porque su propuesta es fácil de entender, firmeza ante el delito, combate a la corrupción y defensa de los que menos tienen.

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Si eso explica el auge de Manini, ¿qué explica el repligue colorado?

Hay dos líneas de argumentos, uno externo y otro interno.

Lo primero a considerar es que “el mercado” de voto de cambio quedó con un jugador nuevo y fuerte: eso es exógeno.

Lo segundo está en el propio Partido Colorado; el lema se había achicado y no se crece de un día a otro. Y en lugar de tener una estrategia de fortalecimiento de partido, y ampliarse, pasó todo lo contrario.

La estrategia de Talvi se concentró en su “proyecto” y en su persona; apunta a la “pureza” de un movimiento nuevo, “Ciudadanos”, y el candidato desechó el liderazgo de todo el lema.

Talvi sueña un “modelo país” que cristalizó en un programa de gobierno y no quiere licuarlo con propuestas de potenciales socios.

El problema es que para aplicar su programa tal como lo pensó precisaría votar 50% y en el mejor de los casos, según su encuesta, tiene menos del 20%.

No hay una imagen de partido, no hay una estrategia de todo el lema, y hasta el mensaje publicitario es con el candidato hablando solo, con un equipo técnico que se ve a lo lejos, chiquito.

Admás, Talvi toma distancia de Manini, dice que se siente más cercano del candidato del Frente Amplio que del de Cabildo, ridiculiza la propuesta que Lacalle Pou ideó para base de acuerdo programático (ley de urgencia, que presenta como “lista de supermercado”) y abre dudas sobre la coalición de todo el espectro opositor.

Eso hace que haya votantes que quieran asegurar la opción de cambio y no encuentren en el Partido Colorado la certeza que sí ven en Cabildo.

No es una cuestión de imágenes, es de sustancia. Manini prioriza el cambio; Talvi su proyecto (que tampoco es el proyecto del partido).

Esto no es solamente un problema para los colorados, sino para todo el arco opositor, porque el Frente Amplio aprovechará los dichos de Talvi para mostrar que no hay certezas de gobierno con una coalición de socios que chocan.

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