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A 100 años de la Marcha sobre Roma, el día en que el fascismo tomó al poder

El 30 de octubre de 1922 Mussolini se hizo cargo del gobierno de Italia luego de que miles de “camisas negras” sitiaran la capital para arrancarle el gobierno al rey. Este se los entregó sin chistar, permitiendo que el golpe de estado fuera dentro de la ley. Una historia centenaria de rigurosa actualidad
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30 de octubre de 2022 a las 05:04

Por Rubén Furman

“Se los digo con toda solemnidad: o nos entrega el gobierno o lo iremos a buscar a Roma” tronó la voz de Benito Mussolini. Era el 24 de octubre de 1922 y terminaba un mitin de su Partido Nacional Fascista (PNF) en Nápoles.

La respuesta no se hizo esperar. Los 25 mil “camicie nere” (camisas negras) presentes en el congreso fascista comenzaron a corear: “A Roma, a Roma!”. Se iniciaba así la célebre marcha que apenas seis días después obtendría los resultados buscados.

El destinatario de la bravata era el rey Vittorio Emanuele III, el último de la dinastía Saboya en gobernar Italia (si se exceptúa a su hijo Humberto II, cuyo reinado en 1946 duró apenas 33 días y se abolió la monarquía). Temeroso de ser destronado cuando la marabunta fascista que  llegó desde todos los puntos del país y sitió entre el 26 y el 29 de octubre la Ciudad Eterna, le ofreció al nuevo duce el gobierno en bandeja de plata.

El golpe de estado dejó atrás la monarquía parlamentaria y parió el primer gobierno fascista de Europa. Un precursor del régimen de Hitler que, al igual que Mussolini pero once años más tarde, llegó al poder de manera legal para barrer desde allí todas las garantías, eliminar opositores, implantar leyes racistas y llevar al mundo a un nuevo cataclismo bélico.

El huevo de la serpiente

El ascenso del fascismo italiano fue legal pero no necesariamente pacífico. En marzo de 1919, Mussolini creó los Fasci Italiani di Combattimento, que darían nombre al movimiento fascista. La guerra había terminado e Italia estaba endeudada y desangrada. La burguesía nacionalista hablaba ya de una “victoria mutilada” por las decepcionantes compensaciones territoriales.

En agosto los fascistas crean su propio semanario, Il Fascio, ese haz de treinta varas con un hacha que representaba el poder en la Roma imperial. Mussolini alimenta el mito imperial y de la excepcionalidad itálica.

Los Fasci di combattimento y sus Squadre d’Azione se nutrían mayormente de oficiales desmovilizados del ejército y ex combatientes de la Primera Guerra Mundial. También gozaban de las simpatías de los militares en actividad.  Lúmpenes de todo tipo y desocupados enojados con su situación encontraron allí su lugar en el mundo.

 Algunos industriales del norte del país comenzaron a darle apoyo y financiamiento apenas vieron que esos paramilitares podían ser una fuerza de choque contra el proletariado industrial. El ascenso al poder de los bolcheviques rusos, en octubre de 1917, había dado bríos a las luchas obreras y aterrorizó a los grandes propietarios. La revolución social parecía en esos días un hecho cercano.

Mussolini ya había dejado atrás el socialismo y la lucha de clases. Expulsado en 1914 por su oposición a la línea pacifista de la izquierda, profesaba un nacionalismo rabioso. Apoyó al ingreso de Italia a la guerra como socio menor de la Triple Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia). Se acerca el poeta Gabriel D’Annunzio, fundador en 1910 del Partido Nacionalista.

 El 1º de agosto de 1918, en el cabezal de su periódico Il Popoo d’Italia reemplaza el subtítulo Quotidiano socialista (diario socialista) por el de Quotidiano dei combattenti e dei produttori (diario de los combatientes y de los productores).  Ya habla de “trincherocracia”, la nueva elite de los ex soldados destinados a gobernar. Valoriza la violencia.

En su transformación, Mussolini abomina también de la “democracia del número” y promueve un sistema de representación por corporaciones (empresarias, sindicales y sociales) bajo el liderazgo totalizador de un conductor, un duce, en referencia a los generales imperiales. La dictadura.

En las elecciones generales de noviembre de 1919, las primeras tras la guerra mundial, sus antiguos compañeros tuvieron más de 2 millones de votos. Los Fasci de Mussolini fueron en cambio un fiasco, apenas unos 5 mil. Entonces, el conductor cambia de táctica.

Para llegar al poder hay que ganar la calle, disputársela a los que la manejan, los sindicatos y partidos “rojos”. Surge el negro como el color de su “movimiento”

En el segundo congreso nacional de los fasci di combattimento, en mayo de 1920, deja de lado el programa radical, republicano y anticlerical y ya se presenta como defensor de la burguesía productora y del capitalismo, contra cualquier experimento de revolución social.

Los primeros squadristi (escuadristas) cubrían, sobre todo, “la necesidad de los grandes agricultores de establecer una guardia blanca”, que mantuviera a raya al campesinado pobre en sus demandas de una vida mejor. Lo advirtió de inmediato el jefe del ala de izquierda del socialismo, Antonio Gramsci, tal como lo contó magistralmente medio siglo más tarde Bernardo Bertolucci, en su memorable filme “Novecento”.

La milicia irregular de Mussolini, ataviada con las características camisas negras y armada con pistolas, cuchillos, garrotes y armas caseras, pudo desplegar su esencia terrorista contra las huelgas y ocupaciones de fábricas de mediados de 1920. Incendian la Cámara del Trabajo, asesinan a líderes sindicales y socialistas, queman los locales y los periódicos obreros, apedrean sus mitines. Amenazan.

Ahí está el poder

En poco tiempo los fasci se multiplican. Se trataba de un fenómeno completamente nuevo no sólo por la disposición a la acción directa de sus protagonistas sino porque tenía una marca plebeya propia de la clase media baja aunque buena parte de sus integrantes fueran de sectores acomodados. Consiguen apoyo de trabajadores disconformes. Y más ayuda económica de los industriales y los terratenientes.

La crisis se acelera. En abril de1921 se quiebra el socialismo y nace el Partido Comunista Italiano, identificado con la Revolución Rusa. Los socialistas retroceden en las elecciones de mayo mientras que los fasci di combattimento obtienen su primera victoria, en las urnas. Mezclados con los Blocchi Nazionali, la coalición electoral armada por ministro del Interior, Giovanni Giolitti, obtienen 35 diputados.

Mussolini, que para el sistema político no era más que un “aventurero”, pasa a ser uno de los más votados. Tiene 38 años, un aspecto vigoroso y un “movimiento” que lo sigue. En noviembre del ’21 nace su Partido Nacional Fascista.

 Es un partido armado ya que su principal componente son los escuadristas. Dos meses después crea la Confederación Nacional de Corporaciones Sindicales para disputar a la izquierda la organización de los trabajadores nucleados en la CGIL (Confederazione Generale Italiana del Lavoro). Sus lugartenientes preparan a la milicia para el golpe de Estado. Algunos generales le dan muestras de simpatía.

Los squadristi no dejan de operar. Meten miedo en la sociedad pero también crean en otros la esperanza de un resurgir italiano. Lanzan a mediados del año 22 las “expediciones fascistas” que irrumpen en decenas de comunas generando disturbios y muertos con su prédica contra los rojos. Ocupan Ferrara, Cremona, Pesaro, Viterbo, Rimini y sigue la lista.

Hacen renunciar a las autoridades socialistas bajo amenazas. En junio ocupan el Ayuntamiento de Milán, desde cuyos balcones habla D’Annunzio. El 11 de agosto Mussolini proclama que “la marcha sobre Roma ha empezado”.

Los anarquistas y socialistas llaman entonces a una huelga “legalista” de protesta contra la violencia fascista. Hay expectativas en un contragolpe popular. Pero el movimiento se desvanece al igual que la huelga en el triángulo industrial del norte.

La violencia planificada es también una forma de tantear al gobierno. Lo pone a la defensiva a la vez que lo muestra incapaz de reponer el orden y frenar la espiral de violencia. Mussolini también imagina que el poder está al alcance de la mano. Huele sangre.

A fines de octubre lanza su ultimátum. Son los que van a restablecer el orden frente al caos que ellos mismos han creado. “O nos dan el poder o vamos a buscarlo”, exclama.

A Roma, en tren o caminando

25 de octubre. Michele Bianchi, uno de los lugartenientes de Mussolini, lanza en el congreso fascista su convocatoria. “Fascistas, en Napoli llueve, qué es lo que esperamos?”.

Para el 27 sus partidarios ya han ocupado los ayuntamientos en Florencia, Pisa, Cremona, en el centro de Italia. También toman por asalto y sin ninguna resistencia varios arsenales en el norte del país. Mussolini se repliega a Milán y aguarda el desarrollo de los hechos. Negocia en todos los frentes.

Miles de escuadristas parten en tren hacia la capital. Los camisas negras acuden de todo el país al llamado de sus jefes. Muchos vienen caminando o en camiones. Sitian Roma, amenazantes. En las barriadas rojas hay enfrentamientos. Llegan para cumplir su amenaza: el poder o la guerra civil.

Con la ciudad rodeada, el presidente  del gobierno y líder del Partido Liberal, Luigi Facta, escribe el decreto de estado de sitio con respaldo de sus ministros. Marcha al Palacio del Quirinal, la imponente edificación de 1200 habitaciones construida para alojar a los papas pero que desde 1870 es residencia del rey. Facta sabe que su decreto es papel mojado sin la firma de Vittorio Emanuele que ordene a las tropas reprimir.

La respuesta real lo deja perplejo.  No sólo por la negativa a ordenar la movilización militar. “Estimado Facta, han pasado muchas cosas desde anoche hasta ahora”, le dice.

 Es la mañana del 28 de octubre y el rey ya sabe del encuentro que Mussolini ha mantenido en la ciudad de Perugia, capital de Umbria, con su primo Manuel Filiberto, duque de Aosta y miembro de la rama cadete de los Saboya. Es noble y no oculta su simpatía con el partido fascista. Y sus informantes que cuentan el nuevo Duce le ha ofrecido la monarquía en caso de que el rey no ceda a su ultimátum.

Ya todo es cuestión de cálculo. El rey consulta con sus jefes militares. Le confirman que la oficialidad ve con simpatía a los fascistas. No le garantizan la lealtad de la tropa que, por otro lado, es de sólo 8 mil soldados, la décima parte del squadristi que, según las versiones, ya rodean Roma.

En otras palabras: el rey teme que si ordena la represión termine derrocado por los fascistas apoyados por el ejército y con un aspirante ya preparado para reemplazarlo.

“Sería sanguinario o estúpido ir a la guerra civil. Y no soy ninguna de las dos cosas”, le dice el monarca a Facta, que lo oye como una sugerencia.  El primer ministro renuncia y cae el gobierno.

 Vittorio Emanuel busca al conservador Antonio Salandra, que ya ha sido primer ministro de 1914 a 1916, para que forme un gobierno, pero incluyéndolo a Mussolini con varios ministros. Pero también llega a Roma el rumor de que el político de los brazos en jarra armará un gobierno paralelo en Milán, donde tiene su cuartel general.

No hay lugar para términos medios. Los fascistas “han pasado en poco tiempo de ser un grupo marginal, descripto por el propio Mussolini como los ‘gitanos de la política’, a constituirse en un movimiento de masas capaz de poner en jaque a un gobierno titubeante”, observa Emilio Gentile en su libro clásico “El fascismo y la marcha sobre Roma”.

El 29 de octubre Mussolini recibe un telegrama en la oficina.  Lo envía un general. “Su majestad el rey me encarece rogarle que se dirija a Roma para presentarle sus respetos”.

Esa misma noche Mussolini viaja en tren a Roma. El 30 de octubre, The New York Time titula: “Se espera que los fascistas entren en Roma, por la fuerza, hoy o mañana”.

El mismo diario cuenta en detalle el trayecto del duce:

”Viajó hasta Civitavecchia en un tren especial, puesto a su disposición por el Gobierno. Pero durante el trayecto fue obligado a descender de él, ya que los rieles habían sido arrancados por el Ejército para impedir el avance de los fascistas hacia Roma. Sin embrago, se encontró con uno de los vehículos privados del Rey, que le traslado a Roma. Pero su avance fue muy lento, porque todos los caminos estaban llenos de miles de fascistas marchando hacia la ciudad, quienes insistían en detener el coche cada pocos minutos para aclamarle”.

El 30, Mussolini se reúne con el rey y de inmediato forma un gobierno fascista. Su periódico Il popolo d’Italia titula: “Nuestro movimiento ha sido coronado con la victoria. El Duce asume los poderes políticos del Estado”.  

La tarea está hecha. Mussolini ya es jefe del gobierno después de un golpe de estado pero sin vulnerar el Satuto Albertino (la constitución). El camino hacia la dictadura está despejado.

De inmediato llama a la desconcentración y ordena a la policía que controle cualquier desmán. Pero el 31 de octubre la multitud de camisas negra de la Marcha sobre Roma desfilan triunfales por las calles de ciudad.

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