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Argentina, entre el Fondo de Macri y el Frente de todos

Los políticos hacen creer a los votantes que los temas que les importan a ellos son fundamentales para la sociedad, cuando debe ser al revés
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16 de julio de 2019 a las 05:02

Los resultados económicos del gobierno de Cambiemos han sido objetivamente malos. Seguramente habrá muchas explicaciones, desde la ruinosa herencia recibida hasta el obstruccionismo deliberado del peronismo en sus diversos estilos, de las centrales sindicales, de los piqueteros y de los efectos del robo acumulado del kirchnerismo. Pero los números son contundentes. 

Durante tres años y medio, ante el esbozo de la más mínima crítica cualquier tuitero se habrá encontrado con una frase y una sigla: NVM, cuyo significado es “no vuelven más”. Una manera de expresar que todos los costos, los errores, el endeudamiento, la inflación salvaje, las tasas de interés suicidas, la recesión, el gradualismo inmovilista en la baja del gasto, tenían un gran objetivo y una gran compensación: el kirchnerismo no volvería más. Eso tranquilizaba a los partidarios de Cambiemos y les daba una base argumental –por lo menos ante ellos mismos– que justificaba cualquier error, cualquier tolerancia del despilfarro, hasta la sistemática permanencia de la Cámpora en muchísimas áreas clave del estado. 

Luego del colosal préstamo salvador del FMI, del ajuste de apuro inaceptable mayoritariamente contra el sector privado, de nuevos impuestos y retenciones, de tasas que matan a las pequeñas y medianas empresas, de una recesión inducida grave, aunque justificada, y de muchos negocios financieros multipartidarios que surgieron como consecuencia de la manipulación alevosa del tipo de cambio sostenida con deuda, el panorama parece haber cambiado. 

Los que no iban a volver -para lo cual se había pagado altos precios- ahora resulta que encabezan las encuestas con su lista Frente por todos. No solo ello, sino que una parte de los NVM hoy se imbrican también en las listas de Cambiemos, que ha cambiado hasta su nombre para albergarlos y justificarlos. 

Será muy difícil convencer a los votantes racionales, (un oxímoron) de que no “son todos lo mismo”, como dice la sociedad cuando no le alcanza la plata para vivir o cuando sube el dólar y no se puede ir de vacaciones a Miami. Al hablar de sus logros, Cambiemos apela a que será el primer gobierno no peronista que termina su mandato y acaso el primero en ser reelecto. Algo pobre como cucarda. Como salir Miss simpatía en un concurso de Miss Universo. Pero eso marca la superficialidad del razonamiento político, sobre todo, con los precios que se han pagado y se pagan para conseguir ese supuesto mérito.

En un claro acto de populismo (coimear al votante, como dice Fukuyama), la estrategia ganadora de Juntos por el cambio (exCambiemos) es hacer bajar el dólar usando el préstamo del Fondo Monetario de diversas maneras, y anticipar que podría recibir más préstamos si triunfa. 

La estrategia ganadora del Frente por todos, a su vez, es también notable: prometer que volverá a algún mecanismo de cepo cambiario, a bajar las tarifas en la energía y transporte, y a poner plata en los bolsillos de la gente. De paso, a perseguir a los jueces por sus sentencias. 

Desesperado porque el miedo a un retorno a la ignorancia de Cristina pueda disparar el tipo de cambio y volver a subir el riesgo país, Macri hace otro movimiento digno del teatro del absurdo: sale a defender en el exterior la imagen de su rival en la carrera presidencial, Alberto Fernández de Fernández, para convencer a los mercados de dos mentiras: que el candidato opositor es sensato y que no estará manejado por la multiprocesada. Por ahora los mercados hacen como que le creen. Por ahora. 

Algunas grandes empresas argentinas están lanzando obligaciones a una tasa de entre 8 y 8.25%, lo que es interpretado como una recuperación del crédito. Primero habría que ver los resultados. Y segundo, habría que preguntarse por qué esas empresas toman ahora deuda a semejantes tasas si creen que el futuro financiero será fluido y el crédito será fácil. 

El futuro, en estas condiciones, alcanza a dos, tres y cuatro meses vista, como máximo. Ninguna fuerza política, ningún factor económico, puede ni sabe mirar más allá. El punto clave es que después de las elecciones los problemas estarán intactos y serán los mismos, y las soluciones ningunas. 

Quien gobierne a partir del 10 de diciembre, no estará preparado para hacerlo, ni podrá hacerlo. El país se ha transformado en un relato continuo, en un proscenio donde se representan obras teatrales para conformar a la sociedad por un rato. Vaya un solo ejemplo. El tratado de libre comercio que se acaba de firmar con la Unión Europea, que supuestamente implicará una apertura comercial, suba del PIB, oportunidades de bienestar y trabajo, más bienes y más baratos.  

Ese tratado, por su propia letra y por lógica económica, supone la existencia de un mercado de cambios libre y fluctuante, sin intervención directa o indirecta del Estado ni de organismos oficiales de ningún tipo. Adoptar un sistema de tipo de cambio flotante y libre sería, además, lo más sano y beneficioso para un país que no lo ha aplicado nunca en su historia moderna. Y también el fin de negocios turbios, prebendas, proteccionismos, asimetrías, gasto desmadrado y emisión diarreica. Por eso los beneficiarios del estatismo llaman al tipo de cambio libre de un modo peyorativo: dólar alto. Por eso el país está hoy yendo exactamente en la dirección opuesta. 

Como no habrá mercado libre de cambios, no habrá tratado. Ni siquiera Mercosur, porque Brasil avanzará por su cuenta, como lo acaba de reiterar. El ejemplo se repite hasta el infinito. Otra vez en el borde del abismo, Argentina se encuentra ante el peor panorama que puede ofrecer la democracia: una elección sin esperanzas. 

 

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