Así es Rey Tigre, la insólita y adictiva serie de Netflix sobre el tráfico de felinos exóticos en EEUU

El último éxito documental de la plataforma es un paquete de armas, asesinatos, poligamia, tráfico y animales peligrosos en el sur de Estados Unidos

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12 de abril de 2020 a las 05:00

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A continuación, una lista de los ingredientes que se pueden encontrar en Rey Tigre, el último hit del true crime en Netflix: tráfico de animales exóticos, batallas legales, cuidadores de zoológico a los que les arrancaron una mano o que perdieron las piernas, mucho animal print, una conspiración para matar a una defensora de los animales, una defensora de los animales que tiene algunos muertos en el placard, una secta sexual, varias ametralladoras, peluches, un suicidio accidental, una campaña presidencial y una campaña estatal, poligamia, un mullet desprolijo y mal teñido, motos de agua, zoológicos en guerra, realities que se filmaron y nunca se llegaron a emitir,  incendios premeditados, traiciones, marihuana, cocaína, metanfetamina, carne vencida, música country, dientes caídos, tatuajes, más armas de fuego, algunos cuchillos, la cárcel, el FBI, fiestas en Las Vegas, abuso psicológico, reos recuperados, sicariato, egos enormes, obsesiones todavía más grandes y muchos, muchísimos tigres, panteras, leones, linces y ligres. Y podríamos seguir. 

Ninguna historia de ficción que tenga todos estos elementos puede ser verosímil. Le pegaríamos hasta por el placer de hacerlo, y dejaríamos claro en más de una ocasión que el autor, el director o quien sea que haya estado detrás de ella se pasó de rosca. Que quiso meter tanta cosa que terminó por crear una masa deforme, carente de límites y bordes. La pregunta, entonces, es qué hacemos cuando ese paquete de extravagancias y delirios tiene anclaje en hechos chequeables. En ese panorama, lo que nos queda es mirar absortos  y con la boca abierta ese torrente absurdo del que no paran de salir tramas y personajes insólitos. Nos queda confiar en Eric Goode y Rebecca Chaiklin, los creadores y directores de esta serie, que nos confiesan que ellos tampoco lo creerían de no haberlo visto con sus propios ojos y registrado con sus propias cámaras. Es una locura, pero una locura real.

El dato que disparó todo se le apareció de casualidad a Goode cuando estaba embarcado en otro proyecto. Como un hecho colateral de una investigación puntual, el documentalista se enteró de que en Estados Unidos, el país de la libertad y los sueños, había más tigres en cautiverio que libres en el resto del mundo. Los números son claros y dolorosos: mientras que en el país norteamericano se calcula que hay entre cinco mil y diez mil ejemplares encerrados en zoológicos y fincas privadas, en su hábitat natural solo quedan cuatro mil. 

Investigando por allá, buscando contactos por acá, Goode queda un día frente a un tipo peculiar. Joe Schreibvogel, un hombre gay de mediana edad, oriundo del área rural de Oklahoma –uno de los estados más racistas y rednecks–, amantes de las armas y las camisas con flecos, era el dueño de un zoológico que se especializaba en grandes felinos. En ese paraje del sur, Joe dedicaba su vida a cultivar su figura extravagante, a vender DVDs con su música country y a lucrar con las caricias que los visitantes de su establecimiento les daban a los cachorritos. Schreibvogel no se hacía llamar por ese nombre, sino por uno mucho más consecuente con su personalidad y gustos: Joe Exotic. 

Para Goode, Joe fue un descubrimiento extraño y atrayente, pero como él mismo explica en el documental que le haría pasar cinco largos años junto al hombre –y en el que registraría cada uno de los turbulentos y extraños hechos que sucedieron en ese período–, el proyecto se consolidó cuando descubrió que detrás de aquel pintoresco personaje se escondían muchos secretos. Y que algunos eran especialmente turbios.

El fondo del tarro

Rey Tigre –O Tiger King: murder, mayhem and madness, su nombre oficial– es una experiencia adictiva. Y la clave para que lo sea está en el zoológico humano que el propio Goode monta frente a los ojos del espectador. Como si de pavos reales o animales de circo se tratara, esta docu-serie de siete capítulos presenta un desfile de personajes siniestros, vanidosos, a veces sensibles y frágiles, otras veces  traicioneros y rencorosos, que intentan contar su versión de los hechos ocurridos en los años que cubre el documental y que terminaron por poner a Joe Exotic en la cárcel –no es un spoiler; aparece en el primer episodio–.

En medio de un rejunte del white trash más representativo del sur rural de Estados Unidos –de los que, por otro lado, jamás se burla–, Rey Tigre juega también con personajes que aparentemente son inofensivos y que solo buscan el bienestar de los animales, pero que tienen mucho que ocultar. Y la enemiga número uno de Joe, Carole Baskin, es quizás la mayor exponente. Su sonrisa de dientes amarillos y sus infantiles y tontas maneras no engañan a nadie.

El retrato de este espectro de la sociedad deprimido, venido a menos y usualmente olvidado, es uno de los grandes logros de la serie. En medio de un vendaval de rostros e historias estrafalarias, Rey Tigre no se pone del lado de nadie y los ordena para que sus intervenciones no sean aún más caóticas que los propios hechos. El ejemplo más claro es Joe Exotic, el principal motivador de todo, que por momentos es un ser siniestro, calculador y desacatado, y en otros es tan frágil como un león recién nacido. Sentir lástima por él, en ocasiones, es de orden.

Pero está claro que el trasfondo de todo es tenebroso. Son muchos los negocios turbios que quedan en penumbras en esta serie que, sí, se marida casi siempre con humor y gestos de asombro, pero a la vez genera un sentimiento de incomodidad punzante que no desaparece ni siquiera en los momentos más naif, como el triple matrimonio de Joe con otros dos empleados de su zoo o su insólita campaña presidencial. A sus flancos, personajes como el de Doc Antle, un gurú maniático que tiene un harén de mujeres a su servicio y que pasea a diario arriba de uno de sus elefantes, resultan especialmente perturbadores. En la serie, el negocio de tráfico de animales exóticos reluce con toda su saña y destrucción.

Da la sensación de que Netflix utiliza diferentes varas para medir la calidad de sus contenidos. Mientras que en sus ficciones tiende a quedarse en el molde del éxito y replicar las cosas que está probado que funcionan –el caso de The end of the fucking world y Esta mierda me supera, por ejemplo–, en el terreno documental da rienda suelta a la exploración y al riesgo. De ese impulso es que salen experimentos como el de Rey Tigre, que es sensacional, entretenida, adictiva y perturbadora. Y como no podía ser de otra manera, los engranajes de la serie siguen funcionando por fuera de su propio universo: habrá un especial que cuente lo que ha pasado desde el último capítulo hasta estos días y también se planea convertir la historia en una película. Desde su celda en Oklahoma, en donde cumple una condena de 22 años de cárcel, Joe Exotic dijo que Brad Pitt sería el actor ideal para interpretarlo. 

 

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