Así, no

Los uruguayos tenían la chance de salir de la dictadura y recuperar libertades parcialmente, pero prefirieron decir “paso” y esperar; aquel plebiscito de 1980 deja lecciones políticas que los jefes militares de la época no supieron escuchar

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21 de noviembre de 2020 a las 05:04

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Imagine un preso que está convencido que es inocente, y que lleva años en la cárcel, al que se le ofrece un trato para salir de prisión, pero con ciertas condiciones, ya sea una “libertad vigilada” o una especie de “prisión domiciliaria”; y ante esa propuesta, dice que no acepta.

La disyuntiva parecería no tener mucha discusión, es mejor salir de la cárcel, aunque eso suponga una vigilancia incómoda para moverse libremente. Pero la rechaza porque no quiere algo que le resulta indigno y prefiere esperar una solución mejor, una que sea justa.

En 1980 esa era la cuestión que debían resolver los uruguayos en un cuarto secreto; y a la hora de elegir entre dos caminos, se prefirió seguir preso, pero a la espera de salir libre en serio.

El 30 de noviembre de 1980 se votaba una propuesta de nueva Constitución de la República, con un texto extenso que pocos podían leer y comprender en detalle, pero que sí se entendía en sus grandes líneas. La nueva Carta establecía cómo sería la vuelta a la democracia perdida en 1973, y por lo tanto, sin entrar a analizar punto a punto aquel articulado, el análisis se focalizaba en el marco general de institucionalidad propuesta.

Eso comprendía cómo serían las elecciones de 1981 y cómo sería el funcionamiento del Estado a partir de entonces.

Las elecciones serían con pocos partidos, exclusión de la izquierda, listas únicas por lema para cargos legislativos, y candidatura única a presidente y vicepresidente, para todos los partidos. De tan raro, parecía inaplicable.

Sobre la nueva estructura estatal y roles de poder, se ampliaba la incidencia de las Fuerzas Armadas en la toma de decisiones, y se les integraba a un órgano (Cosena) que limitaba las facultades del Poder Ejecutivo, con competencias no muy definidas, se relegaba el Poder Judicial al Ejecutivo, y se consagraban restricciones a los partidos, los gremios y la libertad de prensa.

La Constitución propuesta reflejaba con absoluta claridad, el enfoque de los que habían decidido en 1972 el camino de usurpación del poder, por entender que “acabar con la subversión” suponía no solo una victoria operativa en lo militar, sino en eliminar “las causas” y posibles rebrotes. En esa línea, los jefes militares entendían que tenían un rol superior en la conducción del país.

¿Quién les había pedido eso? ¿Quién les había asignado ese rol de tutor supremo? Nadie. Y en ese desnorte, terminarían acumulando derrotas, en 1980, 1982, 1984, y después.

A todas luces, el proyecto era una mala salida, y era una renga institucionalidad, pero hay que ubicarse en aquella época para entender que al menos, era un camino de salida. Y eso podía hacer dudar a muchos, en el entendido de que si la democracia se recuperaba, aún con muchas limitantes, sería más fácil luego modificar la Constitución y recuperar enteramente la normalidad.

Eso es lo que da mayor dimensión al resultado del plebiscito.

Los uruguayos sabían que si ganaba el “Sí”, inmediatamente comenzarían los preparativos para elecciones, que habría un marco mayor de libertad, que en noviembre de 1981 elegirían legisladores y que en marzo de 1982 comenzaría un nuevo gobierno.

Todo eso con muchas limitaciones, pero con una certeza: la dictadura como tal se habría terminado. El camino del “No” era de incertidumbre: sería un canto de libertad, un mensaje de rebeldía, un grito de rechazo al abuso de poder, pero sin un día después. La única certeza del “No” era que el lunes, la semana siguiente, el otro año, y así, seguiría la dictadura.

Por eso vuelvo al ejemplo del preso que tiene la opción de libertad vigilada: los uruguayos optaron por la incertidumbre del día siguiente, por seguir padeciendo el poder dictatorial, para transmitir el mensaje de rechazo a esas reglas de juego.

Más que “No” puro y duro, el voto fue un “así, no”.

Era un “sí” quiero volver a la democracia, pero “así, con estas normas, no quiero”.

 

***                                    

Ante las lógicas dudas iniciales, la voz de los líderes sería fundamental. El primero en pronunciarse públicamente  fue Jorge Batlle quien se sorprendió cuando el 11 de junio lo llamaron de Radio Montecarlo -pese a su prescripción- para consultarlo sobre las “pautas constitucionales” que se habían conocido hacía un mes. Vio la pelota picando, y pateó: dijo que a esa propuesta a plebiscitar, los colorados iban a votar el “No”.

Lo detuvieron y emitieron un comunicado amenazante al recordar que él y tantos otros, estaban impedidos de hacer político.

Unos días antes, Batlle había logrado ser recibido por el ministro del Interior, General Manuel Núñez y en esa conversación le advirtió que perderían el plebiscito. Todas las razones que le dio el líder de la 15 no habían sido consideradas por los mandos castrenses, que estaban seguros de una victoria.

Batlle le dio una lección de política cuando le transmitió que estaban agrupando enemigos, que iban a votar por “No” los que … y ahí dio una lista larga de enojados, indignados, molestos por una cosa o por otra, y al final de todo le dijo a Núñez que la gente votaría el “No” porque los partidos convocarían al rechazo.

La dictadura no había hecho cálculos políticos, porque no razonaba con política sino con criterios de estrategia de guerra, sin considerar el factor “opinión pública”.

No entendían que en política siempre es mejor “hacer amigos” que “juntar enemigos”.

En lugar de manejarse con información y conocimiento, actuaban por creencias, por lo que creían que debería pasar. Esperaban un agradecimiento y se llevaron una cachetada.

Las lecciones de aquel “No” mantienen vigencia: no se puede subestimar la voluntad popular. Y como Cervantes le hiciera decir a su hidalgo caballero, en diálogo con su escudero: “la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”. 

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