En Uruguay seguimos mirando todos los días (y desde hace un par de semanas con creciente alivio) los datos de evolución de la covid-19, cruzando los dedos para que la gente siga usando mascarillas y evitando las aglomeraciones, mientras aguardamos con expectativa la llegada de las vacunas. En estos últimos días, también observamos, y con creciente interés, las señales del gobierno en materia de política económica. Al fin de cuentas, no todos los días asoman ramas keynesianas en el árbol del liberalismo económico. En ese contexto, las autoridades preparan la vuelta de las clases intentando maximizar la presencialidad. Para ser verano, no nos faltan ni desafíos ni temas de analistas. Cada uno de estos asuntos merece la mayor atención y la más serena discusión. Pero el principal partido político de Uruguay, el Frente Amplio, acaba de celebrar nada menos que medio siglo de vida. Y soy de los que piensan que la democracia viene primero, y que sin partidos políticos vibrantes (para usar la magnífica expresión de mi colega Fernando Rosenblatt) no hay democracias potentes.
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