MARTIN BERNETTI / AFP

Chile en crisis: el murmullo que se convirtió en un "grito colectivo fuerte"

Una semana de furia desatada en las calles de Santiago y las principales ciudades chilenas puso al desnudo la vulnerabilidad de un modelo que está lejos de ser ejemplar

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25 de octubre de 2019 a las 05:04

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"Para nosotros es hora de escuchar con los oídos grandes, de escuchar con mucha humildad, para construir y reconstruir ese Chile de todos, para todos, y que en definitiva nos permita darle paz, tranquilidad y prosperidad a todas nuestra familias en Chile".

No es, como correspondería, el mensaje del gobierno de Sebastián Piñera luego de evaluar con la serenidad que exigía lo que ocurría en el incendio de su país. No. La primera respuesta oficial, como se recordará, fue la desafortunada frase del presidente de "estamos en guerra", aunque luego pidió perdón "por esta falta de visión".

La cita es del mensaje de la Confederación de la Producción y del Comercio, CPC, que se define como el "organismo cupular del empresariado chileno".

Para el doctor en ciencia política por la Pontificia Universidad Católica de Chile y profesor asociado de la Universidad Diego Portales, el uruguayo Fernando Rosenblatt, "la buena señal de todo lo que está ocurriendo en Chile —quizás la única— es que la élite económica está entendiendo mejor lo que está pasando que el gobierno de Piñera".

En sus 11 años viviendo en el país austral, y estudiándolo, Rosenblatt nunca había visto "una noción tan clara de los desafíos que estaban poniendo por delante" como la planteada por la CPC. 

MARTIN BERNETTI / AFP

"Hemos visto destrucción, hemos visto gente preocupada por su trabajo, hemos visto gente tratando de defender sus hogares con chaleco amarillo, hemos visto cansancio en parte importante de la sociedad. Hemos escuchado también un grito colectivo fuerte, que tal vez antes solo lo escuchábamos como un murmullo (...) Es un llamado a hacernos cargo, a reconstruir la seguridad social, el orden público, la paz social”, expone ante la prensa Alfonso Swett, presidente de la CPC.

Y, ¿qué decía ese murmullo, que se susurraba tímido puertas adentro y se extinguía hacia fuera, por el peso de esos números redondos, potentes, de baja inflación y bajo desempleo, crecimiento, movilidad social: el modelo chileno? Rosenblatt lo traduce: "Lo que está de fondo acá es la desigualdad y el abuso y el maltrato al que mucha gente está sometida de manera permanente y cotidiana".

Chile es, además, de desigual, "extremadamente clasista", apunta Rosenblatt. No es solo una desigualdad de ingreso; es, por ejemplo, de la cantidad de horas que la gente pasa en filas para atenderse en un centro de salud de "muy mala calidad, si es que tiene posibilidad de atenderse y cuando tiene una complicación por alguna enfermedad crónica o alguna operación corre el riesgo de endeudarse de por vida". "Y estamos hablando de sectores medios que tienen cierta cobertura social", agrega. 

Es lo que tipifica como una vulnerabilidad general de la sociedad chilena. "Todos los que hacemos ciencias sociales tenemos hace rato muy claro todo esto. (...) No es que previeran el estallido pero el diagnóstico de la desigualdad en todas sus dimensiones "era un problema tremendo, y lo sabíamos", sigue el experto.

Más que una chispa

Haciendo un juego con el libro referencial de Tom Wolfe, La Hoguerra de las Vanidades (1987), Juan Pablo Luna escribe en Ciper  —Centro de Investigación Periodística, una fundación sin fines de lucro destinada a promover y ejercer el periodismo de investigación— que "no hay una indignación, hay muchas", disparadas por el alza del boleto del Metro, y "hoy el conflicto es otro y es uno de muy difícil solución".

El artículo de Luna, también doctor en ciencia política, por la Universidad de Carolina del Norte, se titula "18/0: la hoguera de las desigualdades". 

Los descontentos, dice, no están derivados todos de la situación económica objetiva o de trayectorias de movilidad social específicas. "Hay de todo(...) Desde el descontento de sectores de clase media endeudada por el consumo de bienes '“aspiracionales”', al de quienes pusieron todos sus ahorros para comprar la casa propia en lo que luego se descubrió era una zona de sacrificio ambiental. Desde quien después de años de trabajo se desayunó con la tasa de reemplazo de las AFP (Administrado de Fondo de Pensiones), a quienes protestan contra la dominación patriarcal y siglos de abuso de poder. Desde quienes en una población deben salir a las cuatro de la mañana a ver si consiguen número en el consultorio de su barrio y deben pagarle un peaje a los patos malos de su pasaje, a aquellos que descubren en el narco nuevos canales de contestación y movilidad social".

Es lo que caracteriza como desigualdad ante la ley y también la percepción, recurrente, "de injusticia y abuso entre quienes viven muy cerca en términos físicos, pero a décadas de distancia en términos de las garantías que poseen respecto a sus derechos básicos de ciudadanía civil y social."

La chispa del boleto de Metro, y su evasión, entrar burlando el pago, fue "una protesta lenta, que subió en intensidad gradualmente, con muchos momentos para reaccionar". Ahora quien escribe es Daniel Matamala en el diario la Tercera. Periodista y escritor. Matamala es ancla de CNN Chile. 

Y subraya un segundo rasgo, además del trasfondo social, de este conflicto sin solución a la vista: la respuesta política a lo que acontecía en las calles. "No hubo más que dos respuestas: la tecnocracia y la represión". Junto con los muertos en los saqueos, los incendios y por los disparos, también pereció "el sutil arte de escuchar las demandas ciudadanas y traducirlas en políticas públicas efectivas".

En esa otra muerte, o renuncia, como la llama, se explica para Matamala el "Santiagazo" que convirtió la capital chilena en "una ciudad de la furia" —otra referencia, ahora a Soda Stereo.

La visión tecnocrática la encarna el panel de expertos que define la tarifa del Metro atendiendo a las leyes –esas sí– del mercado; y la represiva la asumió Andrés Chadwick, ministro del Interior y seguridad Pública de Chile, que "se limitó a amenazar con la Ley de Seguridad del  Estado". Y la política permaneció "ciega, sorda y muda (...) sin una sola palabra sobre el fondo de las demandas".

Rosenblatt destaca que lo "preocupante" del conflicto es esa combinación de "estallido social con la incapacidad organizacional y política para institucionalizarlo". Y advierte que a pesar de los avances logrados en la sociedad chilena desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet, tanto la Concertación como la Nueva Mayoría "dejaron atrás sus bases sociales, como la conexión con el territorio, como, a su vez, las demandas más fuertes de redistribución de la riqueza que se expresan en salud, pensiones y educación".

Al comparar la situación con Uruguay, su país natal, este profesor de ciencia política en la Universidad Diego Portales, no duda en señalar que el Frente Amplio ha tenido compromiso bastante "más fuerte" con la distribución de la riqueza.

¿Hacia dónde va esa crisis? ¿Qué más puede ocurrir? Rosenblatt, prudente, señala que "se sabe por qué prendió esto, se conocen las demandas pero la dinámica de la calle es muy difícil de saber". 

Lo que cree que se impone es "bajar los ánimos" y el primero que tiene que hacerlo, enfatiza, es el gobierno que tiene que terminar con la represión y llamar a un diálogo que "incorpore a realmente a todos los sectores" y los partidos tienen que que asumir su "responsabilidad institucional".

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