Aunque casi nadie lo haya notado, el domingo pasado Cristina Kirchner también ganó, y ya condiciona la victoria de Sergio Massa.
Las razones son evidentes:
La capacidad de daño y condicionamiento de Cristina sigue intacta. Es más: si se mira la política en perspectiva, la vice debe estar pensando que, en el caso de ganar, a Massa le tocará hacer el trabajo sucio. Y, al mismo tiempo, alentará a Kicillof, quien no tiene reelección en la provincia, a disputar su liderazgo (si es que no lo está haciendo ahora mismo).
A Massa la mirada de mediano plazo de Cristina no le preocupa tanto, porque está focalizado en la segunda vuelta del 19 de noviembre. El sábado a la noche, cuando ya percibía que quedaría primero, le dijo a un periodista que le preguntó cómo se sentía: “Hicimos un trabajo muy profesional. Aprendí de mi fracaso en 2015 y 2017, y traté de no repetir errores. Mañana cambia la política argentina. Mañana muere la grieta y empieza una discusión sobre valores”.
El domingo, el candidato del oficialismo hizo un discurso inteligente, tratando de seducir a quienes votaron en blanco, a los que optaron por Myriam Bregman y Juan Schiaretti, y convocando también a los votantes de Patricia Bullrich y Javier Milei, identificándolos por las ideas que defienden, como la lucha contra la inflación y la seguridad.
A partir de ahora, Massa tratará de sacar de la campaña la discusión sobre el dólar a 1.100, la inflación que viaja hacia el 200 por ciento anual, el peligro de híper y la pobreza. Y, al mismo tiempo, intentará desviar la conversación hacia la microeconomía y “los valores” como el de la familia, porque así lastimaría a Javier Milei aun sin atacarlo de manera directa.
Además, potenciará el Plan Platita, que ya convirtió a su campaña en la más cara de la historia, con más de 6.000l millones de dólares, y pondrá el acento en la estabilidad emocional del candidato de la Libertad Avanza.
Pero eso no será todo. Porque Massa seguirá incentivando la fragmentación de la oposición y la división de Juntos por el Cambio, después de la peor derrota desde 2015, cuando Mauricio Macri ganó la presidencia de la Nación. No tendrá que esforzarse mucho al respecto: la interna de Juntos por el Cambio se prende fuego.
Elisa Carrió y los radicales acusan a Macri de direccionar el voto hacia Milei, con lo que denominan su coqueteo constante. Lo acusan también de haber trabajado para evitar que Horacio Rodríguez Larreta llegara a la presidencia y no ayudar lo suficiente a Patricia Bullrich en la elección del domingo pasado. Macri, por su parte, sostiene que esas acusaciones son excusas de Gerardo Morales y Emiliano Yacobitti, entre otros, para apoyar a Massa y romper Juntos por el Cambio.
Ayer se reunieron, de manera informal, en las oficinas de Mauricio Macri, el anfitrión y su primo Jorge, Martín Yeza, Jorge Triaca, Cristian Ritondo, Hernán Lombardi y Fernando de Andreis. Discutieron, entre otras cosas, si al candidato a jefe de Gobierno de la Ciudad le convendría que Leandro Santoro se bajara de la segunda vuelta. Santoro desea competir, pero Massa trata de convencerlo para que no lo haga. Quiere a la militancia de Jorge Macri desmovilizada, para desincentivar los votos que podrían ir a parar en segunda vuelta a Milei.
Ayer, también, los intendentes del conurbano estaban de fiesta. En especial el intendente electo de Lomas de Zamora, Federico Otermín, quien ganó con casi el 50% de los votos, después del denominado Insaurralde Gate. Un sociólogo argentino, experto en algoritmos de opinión que vive en California, analizó el caso y llegó a la siguiente conclusión: para muchos de los votantes de Lomas de Zamora, la impactante imagen de Martín Insaurralde en Marbella, a bordo del yate El Bandido, más que un indignante hecho de corrupción, sería un “aspiracional”. Es decir, se lamentan porque lo pescaron in fraganti, pero en el fondo lo admiran.
Cristina, quien lo llamó al gobernador de la provincia de Buenos Aires para que le aceptara a Insaurralde la renuncia, ahora está tejiendo nuevos puentes. Sería una torpeza dejar al ex jefe de gabinete de Kicillof a la intemperie. El es parte de un sistema de recaudación que, durante la campaña, se torna indispensable. Y, eventualmente, lo va a necesitar para cuando tenga que enfrentar a Massa, en su carácter de presidente o de jefe de la oposición.
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