Estilo de vida > Hábitos de sueño

Cuando las personas son búhos: ¿Por qué algunos solo pueden dormirse tarde a la madrugada?

Los seres humanos pueden dividirse entre diurnos y noctámbulos; los segundos pueden sufrir problemas de salud si comienzan a tener trastornos de sueño por acostarse tarde
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14 de abril de 2019 a las 05:05

Hay un momento en la noche, en cualquier noche montevideana o de una urbe más o menos similar, en el que se puede escuchar a la ciudad dormir. Más cercano a una experiencia extrasensorial que a algo empíricamente comprobable, esta sensación aparece cuando uno se asoma a cualquier ventana que dé a la calle y que tenga cierta altura, que permita sobrevolar con la vista el pulso de la madrugada sobre la calle casi desierta. Son horas oscuras, solitarias, pero que guardan un espíritu especial que las hace irresistibles; son horas que Robert Louis Stevenson describía como las más negras y, también, las más románticas. Porque es justamente en esas instancias de la noche profunda cuando uno puede sentir de verdad como la calma y el sueño frenan el ritmo diario de la ciudad, como el día se apaga, como todo se suspende de a poco.

Hay personas que experimentan esa sensación todos los días. Son los noctámbulos, búhos citadinos que pasean, piensan y viven la noche de manera activa, casi tanto como los demás lo hacen durante el día. Sus hábitos son diametralmente opuestos a los de las alondras, las personas diurnas, las que no tienen problemas en levantarse a las seis de la mañana, pero que a las once de la noche ya se duermen por los rincones. Los búhos, como se llama a los noctámbulos, son aquellos que se quedan despiertos hasta tarde, con todos los sentidos alerta, revoloteando entre las paredes de sus casas, disfrutando de actividades que bien se podrían hacer a la luz del día. También, son aquellos que irremediablemente deben dedicarse a un trabajo que demanda esa nocturnidad, que la convierte en un vehículo y fin y a la que tal vez no están demasiado acostumbrados: estar de guardia en una emergencia médica, por ejemplo, o mantenerse despierto siendo sereno o algo similar. 

Por fuera de estas cuestiones laborales y volviendo al comienzo, de verdad hay personas que encuentran en la madrugada su momento más activo y aprovechable. Y esto significa muchas cosas, entre ellas que la noche puede ser el momento en que esos individuos logran tener la capacidad creativa más avispada. 

Son varios los casos de escritores, poetas, intelectuales y otros artistas que escogieron –o estaban predeterminados biológicamente para ello– quedarse despiertos hasta tarde trabajando, sumidos en una especie de insomnio autoinducido. Y son muchos los que dicen que en ese período donde predomina la oscuridad desarrollaron sus mejores obras.

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Franz Kafka. El escritor comenzaba a trabajar sobre las 11 de la noche y estiraba su labor hasta eso de las 2 o 3 de la mañana. Mal no le fue: se convirtió en uno de los nombres referentes de la literatura universal. Marcel Proust es otro que se quedaba engranando tramas y teorías, buscando el tiempo perdido, hasta altas horas de la noche; producía unas 20 hojas manuscritas por noche. Y la lista podría seguir con algunos nombres ilustres más: Gustave Flaubert, Thomas Wolfe, Samuel Johnson, Bob Dylan, Charles Bukowski, Hunter S. Thompson, Winston Churchill; grandes nombres de la cultura que, en la hora del lobo, se ponían a crear. Pero hay todavía más. Dicen, por ejemplo, que Napoleón no dormía más de tres o cuatro horas, y que con eso le alcanzaba. 

Queda bastante claro, entonces, que la relación del ser humano con la llamada cronobiología –la ciencia que estudia los ritmos biológicos de los seres vivos– es dual y particular en cada caso. Lo que para algunos funciona puede no ser lo ideal para otros. Es difícil saber si hay una mitad del mundo que vive de día y otra que lo hace de noche, pero no es tan extraño encontrar a un compañero de trabajo o un familiar –y quien quiera puede preguntar en sus círculos– cuyos hábitos impliquen acostarse a eso de las tres o cuatro de la mañana todos los días. Sin ir más lejos, en esta misma nota se puede encontrar una columna de opinión que se basa en la experiencia personal de un colega de la redacción que lo hace periódicamente. 

Y ya que mencionamos a la cronobiología, se puede decir que la ciencia viene encargándose desde hace un largo tiempo de los llamados noctámbulos. Varios estudios abogan por los beneficios de mantenerse despiertos hasta altas horas de la noche, mientras que otros advierten por sus peligros y contraindicaciones. Como sea, es un tema que no ha sido indiferente para la medicina, que ha hablado y estipulado como norma que practicar el noctambulismo no es lo más recomendable para prolongar la calidad de vida del ser humano.

Según un estudio publicado por la Universidad de Exeter, y recogido el pasado enero por el medio británico The Guardian, las personas que tienden a correr sus actividades cada vez más hacia la noche –y que por ende se acuestan más tarde– pueden tener mayores posibilidades de desarrollar problemas mentales, como la esquizofrenia o la depresión. Eso funciona, sobre todo, porque despertarse y acostarse más temprano y tener varias horas de sueño encima se vincula con frecuencia a una mayor felicidad diaria. 

Otros estudios aseguran que una noche de sueño interrumpida y pobre puede afectar el metabolismo de la persona, generando una mayor tendencia hacia la obesidad y otros trastornos alimenticios. Se dice que quien duerme menos tiende a engordar más. “Nuestros estudios apuntan a que la pérdida de horas de sueño favorece el aumento de peso. Es justo decir que mejorar en ese aspecto puede reducir el riesgo de volver a ganar kilos que se perdieron con anterioridad”, dice, por ejemplo, Christian Benedict, un neurocientífico de la Universidad de Uppsala en Suecia, donde se realizaron uno de estos trabajos.

Sueños orientales

En Uruguay hay varias instituciones que se encargan de estudiar y seguir los hábitos de sueño de los pacientes uruguayos. Incluso hay una organización, la Asociación de Sueño del Uruguay (Assur), que vela por esta cuestión. En la Facultad de Medicina, en tanto, se encuentra el Laboratorio de Neurobiología del Sueño, que depende del Departamento de Fisiología y que se encarga de investigar sobre los aspectos que conectan al sistema nervioso con el descanso de las personas. 

En el texto que presenta al laboratorio en la web, el punto de partida es una frase contundente: “El sueño es uno de los grandes misterios de la vida”. Augura, de alguna manera, preguntas que siguen sin respuesta. Una parte de esas cuestiones que permanecen más o menos difusas son justamente las que constituyen a una persona como una alondra (diurno) o un búho (nocturno). Si bien se sabe que es la disposición genética de cada uno lo que pauta si responderemos ante el día o la noche, todavía hay mucho que investigar sobre el tema, los comportamientos y las consecuencias de dormir mal. En eso están en el laboratorio. 

“Las personas son animales diurnos, viven de día y duermen de noche. El sueño está diseñado por la naturaleza del ser humano para que sea durante la noche. En ese sentido, el sueño más profundo y más largo debería ser durante la noche. Es lo más aconsejable desde el punto de vista de la salud”, explica el doctor Pablo Torterolo, director del Laboratorio de Neurobiología del Sueño de la facultad. El especialista, que coordina los trabajos del departamento, agrega también que acostarse más tarde “no genera trastorno de por sí, porque es una característica propia de cada uno”. “El tema es cuando esa persona quiere adaptarse a los horarios habituales de trabajo o estudio, eso sí genera un disturbio entre su característica nocturna y lo que se espera de él. Los problemas aparecen cuando el mal sueño se da en grados muy importantes”, concluye. 

Los problemas de los que habla Torterolo son, en su mayoría, los que se aducen en otros estudios: somnolencia excesiva durante todo el día, trastornos de ansiedad, depresión, insomnio, y de ahí a cosas más graves, pero ya en casos extremos. “Acostarse tarde no debería generar problemas, a menos que se convierta en algo muy extremo. El dormir mal de manera prolongada sí genera trastornos médicos desde todo punto de vista”, dice.

Más allá de ser un búho o una alondra, hay veces que el horario de sueño no se puede elegir, y en este apartado entran aquellos que tienen trabajos nocturnos que les demandan correr su reloj biológico de forma drástica.

En estos casos, los especialistas recomiendan que no se trate de acumular jornadas nocturnas, sino realizarlas salteadas en la medida en que se pueda. También, que dediquen el día a dormir, no a realizar otras actividades que interrumpan una ventana de sueño de ocho horas que es recomendable que sean continuas. “El trabajo nocturno hace que las personas tengan un sueño fragmentado, de menor duración y menos profundo. Por lo tanto, un sueño menos saludable y menos reparador”, dice Torterolo.

Según él, una persona mayor de 50 años no debería estar expuesta a este tipo de trabajos, dado que la plasticidad cerebral es menor y el cerebro tarda más en acomodarse al estrés que genera el cambio. También se recomienda no hacerlo si se tiene otros trastornos de sueño, no consumir alcohol ni marihuana en las horas próximas, así como fármacos del estilo de los antialérgicos que puedan producir somnolencia y suman al cuerpo en una batalla entre el sueño y la vigilia. 

Volviendo a la cuestión principal que motivó esta nota, los búhos no deberían preocuparse demasiado por sus hábitos de sueño y seguir aprovechando de la nocturnidad, al menos mientras esta le permita tener las horas adecuadas de sueño –en un adulto, son unas siete y media– y no le empiece a generar consecuencias para el organismo. De todas formas, si tiene la intención de “correr” sus horarios, puede empezar por dejar de usar las pantallas sobre la noche, dado que producen un efecto que retrasa el sueño. También ayuda estar expuesto a la luz durante el día, dado que agudiza el efecto que dispara la melatonina en el cuerpo, la hormona que regula la somnolencia y que aparece cuando llega la oscuridad. Si todo esto no funciona, hay algunas terapias que pueden ayudar a normalizar el horario de sueño.

Pero piense en Kafka, en Flaubert, en Napoleón: tal vez no necesite acomodar sus horarios, tal vez deba llevar con orgullo la insignia de búho, diferenciarse de las alondras cada vez más, vivir la noche. Mientras no repercuta en su salud, nada se acercará más al romanticismo propuesto por Stevenson que asomarse a la ventana, mirar hacia abajo y escuchar a la ciudad dormir.

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