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20 de noviembre de 2019 a las 05:02
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El domingo la ciudadanía zanjará el pleito decidiendo quiénes habrán de encabezar el próximo Poder Ejecutivo. Habrá llegado a su télos una campaña especial y, por momentos, asombrosa. La de 2019 seguramente será recordada por ser la elección de las caras nuevas: hemos asistido a una radicalísima renovación de candidaturas en el Frente Amplio y el Partido Colorado, y a la inesperada irrupción de Juan Sartori y Guido Manini Ríos. Cuando miremos el medio vaso vacío la recordaremos, también, por el protagonismo, generalmente penoso, de las redes sociales. En cambio, cuando nos empecinemos en tomar nota del medio vaso lleno, celebraremos el regreso de los debates. Repasando esas imágenes volveremos a concluir que nos queda mucho camino por recorrer hasta aprender a tramitar diferencias con buenos argumentos y sin zancadillas. Pero ya nadie podrá decir que los debates no ayudan a conocer mejor a los competidores o que no son apreciados por el público.
A la hora del balance no faltará quien compare estrategias y desempeños de Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou. El tema da para mucho. El Frente Amplio, que nos tenía acostumbrados a campañas electorales ordenadas y bien pensadas, fue acumulando una serie de decisiones difíciles de descifrar. Menciono solamente tres. Me sorprendió que el partido de gobierno prescindiera durante casi toda la campaña (hasta que reaparecieron como futuros ministros) de Danilo Astori y José Mujica, dos figuras centrales en la construcción del imperio frenteamplista. Me sorprendió, también, que Daniel Martínez se diera el lujo de no incluir a Óscar Andrade en la fórmula presidencial después de su excelente desempeño en la competencia por la candidatura a la presidencia (aunque para eso necesitaba llamar a un Plenario que eliminara la obligatoriedad de la paridad de género en la fórmula). Me sorprendió que, luego de años de no dar el brazo a torcer, el FA adoptara durante 2019 un discurso autocrítico, admitiendo errores y fracasos.
Pero la sorpresa más grande llegaría sobre el final. A medida que fueron pasando los días, el discurso del candidato frenteamplista se fue centrando cada vez más en su propia persona. Martínez contando su vida, al comienzo del segundo debate presidencial con Lacalle Pou. Martínez insistiendo en su coraje como militante clandestino, en su temprana graduación como ingeniero y en su capacidad de gestión. Martínez argumentando que ya ha demostrado poder construir acuerdos con líderes de otros partidos. Martínez alertando contra el dogmatismo neoliberal y el riesgo de una nueva crisis del 2002. Martínez, de golpe, tomando distancia del programa del FA. Martínez, Martínez y otra vez Martínez. Se dirá que el candidato frenteamplista, dado el escenario parlamentario del 27 de octubre, no tiene más remedio que tomar por ese camino. De acuerdo a esta lectura, para recuperar frenteamplistas “emigrantes” está obligado a convertir la elección del próximo domingo en un duelo entre dos personas. Es un modo muy extraño de hacer campaña en Uruguay: en nuestra polis los partidos siempre han sido más importantes que los candidatos.
A medida que pasan los días, como obedeciendo a una estrategia de campaña (¿lo será?), el candidato oficialista se va quedando cada vez más solo. Como sea, no hace falta tener mucha imaginación para ver venir la factura. Su estrategia facilita que, el día después de la derrota, lo conviertan en el principal chivo expiatorio. Se dirá que el Movimiento de Participación Popular, viendo el barco a la deriva, se apresuró a colocar a Yamandú Orsi a cargo del timón. Es verdad. Sin embargo, el propio Orsi no vaciló en contradecir las afirmaciones de su presidenciable respecto a la eventual reiteración de un escenario como el del año 2002. Otros dos referentes del MPP tomaron decisiones parecidas: Mujica cuestionó lo dicho por Martínez sobre el vínculo entre candidato y programa y “Pacha” Sánchez, a su turno, la extraña promesa de los 90.000 empleos.
Martínez termina la campaña cada vez más solo. Luis Lacalle Pou, en cambio, cada vez más rodeado. Después de la primaria cerró bien el frente interno. Hace meses que no recibe críticas de dirigentes de su propio partido. Después del 27 de octubre, recogiendo lo sembrado, cerró bien el vínculo con los líderes de la “coalición multicolor”. Lo respaldan con entusiasmo, sin vacilaciones, todos sus “socios”. A diferencia de Martínez, Lacalle Pou no centró la campaña en sus cualidades personales. Al contrario, con frecuencia se lo escuchó criticar sus defectos. La cara de Martínez, en primerísimo primer plano, ocupa toda la pantalla. Promete un gobierno personal. Mientras tanto Lacalle Pou, sin perjuicio de reafirmar que quiere “hacerse cargo”, ofrece un gobierno “plural”. Martínez hace énfasis en sus aptitudes para decidir sobre la base de información. Lacalle Pou exhibe su destreza para articular puntos de vista diferentes tomando nota de las circunstancias políticas.
En suma. Martínez cada vez más criticado. Lacalle Pou cada vez más reconocido. El líder de la oposición logró construir la largamente anunciada “coalición multicolor” y, día a día, fortalece su liderazgo. El candidato oficialista, mientras tanto, va perdiendo apoyo en su propio partido. La distancia que muestran las encuestas es pequeña comparada con la diferencia política entre la trayectoria reciente de las respectivas campañas. Se veía venir. Cae el telón de la Era Progresista.
Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, Docente e Investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR
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