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Daniel Supervielle: "Los museos tienen que ser accesibles para que, si tenés la curiosidad, no te des contra una reja"

El artista visual presenta la exposición Los de afuera son de palo en el Museo Zorrilla
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17 de febrero de 2024 a las 05:00

Daniel Supervielle (53) pasó sus últimos años haciendo callar a las multitudes: sucedió cada vez que transmutó su experiencia con los estadios de fútbol a los trazos sobre sus lienzos. O a los cartones, como llama él a la superficie donde ha dejado caer su pincel en los últimos quince años. Para el artista uruguayo, el grueso de su obra ha decantado en un culto visual a las hinchadas, a sus colores, a la energía pictórica de la fiesta que se genera en torno al deporte más popular del mundo, y que siempre lo maravilló. En ese camino, Supervielle encontró un estilo propio. Una marca que lo identifica en el marco de la pintura uruguaya.

Discípulo entre otros de Ignacio Iturria, el también periodista, columnista de El Observador y analista político encuentra ahora su más reciente exposición habitando el Museo Zorrilla. Allí, Los de afuera son de palo. Multitudes en movimiento reúne buena parte de las creaciones más destacadas de Supervielle, en una muestra que se podrá visitar hasta el próximo 2 de marzo. Sobre su trabajo, la forma en que se encontró con el tema central de su obra y los modos en que está llegó a consolidar su propia voz, habló el artista con El Observador.

En una entrevista reciente te reconocías como “un narrador que pinta”. ¿Por qué?

Fue lo que sentí que mejor me definía cuando mis cuadros empezaron a trascender a mi círculo cercano. Yo me sentía mucho más un narrador que había logrado en la pintura una forma de expresar sus pasiones, locuras, sus formas de ver el mundo. Y eso tiene que ver con mi formación. Cuando era chico quería ser escritor y poeta, fue por lo que terminé en periodismo, admiraba particularmente a Ernest Hemingway. Mi sueño, cuando me leía todas sus novelas, era tener ese tipo de vida, alguien que con la escritura tenía aventuras. Claramente la literatura y el periodismo son primos hermanos, van de la mano, y abracé el periodismo por diversos motivos. Primero, porque no era tan buen escritor, y segundo porque me fascinaba conocer diferentes ámbitos, mundos. En un momento sentí la necesidad de expresar otro tipo de cosas que no se pueden expresar allí, donde se está atado muy al dato y a la realidad. Y fue que en esa búsqueda interior aparecieron esos cartones, esos óleos, después los acrílicos. Sentí que era un narrador que había encontrado en la pintura la posibilidad de contar historias.

¿Cómo se para un artista ante la perspectiva de tomar al fútbol como ámbito de trabajo, teniendo en cuenta el lugar que tiene en Uruguay y también que las expresiones que lo han abordado son tantas y de tantos tipos?

Me paro como el individuo que consume fútbol y que lo tiene tan incorporado a la retina y al paisaje que, tal vez, no tuvo la capacidad de darse cuenta de lo maravilloso que es una tribuna danzante, cantando en coro, moviendo las manos, flameando banderas, con los mismos colores. Es un impacto visual impresionante. Y en mi búsqueda personal de qué retratar, me pareció una expresión contemporánea tan a la vista que nadie la veía. Por un lado sentí la curiosidad de estudiar las tribunas y las multitudes. Yo era uno de ellos. En el Brasileirao a veces me gusta más ir a la cancha a ver las tribunas que el partido. Notaba que había algo que merecía que se pintase. Traté de aproximarme desde el arte y no desde el fútbol mismo, y hay una diferencia. Busqué la expresión plástica, el color, el movimiento, la expresión única, no hay dos hinchadas iguales. Estudiar eso fue un viaje alucinante. Había un filón que valía la pena recorrer. Y el feedback que estoy recibiendo todo el tiempo me abre puertas.

Detectar el fenómeno es algo, pero poder plasmarlo es otra cosa. ¿Cómo funcionó para vos?

Ahí hay una combinación de dos cosas. Primero, de buscarle la vuelta a las obras. Siempre digo que trabajo hasta que siento que el cuadro hace un click. Cuando percibo que la energía que veo en las tribunas está ahí. Trato de buscar eso, y a veces me ha llevado tres meses. Otras veces pasa en unos días, si estoy enchufado. Pero no siempre la combinación de colores es fácil, y no siempre poner una bandera, por ejemplo, es lo ideal. Y después hay una inspiración natural, algún recóndito talento que tenía en algún lado y que logré dejar salir. Cuando lográs transmitir lo que querés decir, es un placer. El éxtasis. Cuando uno pinta, y es algo que he hablado con otros pintores, hay toda una parte del cerebro que se anula y otra que se activa. Y la que se activa hace que no te des cuenta de la dimensión del tiempo. A veces empiezo a pintar a las 11 de la noche, y de repente veo las luces del alba y para mí pasó media hora. Entrás como en un trance y el cuadro avanza muchísimo. Ese estado es el que, calculo yo, es lo que los artistas buscan. Y cuando lo logro, consigo los mejores cuadros. Muchas veces no lo consigo y tengo que trabajar mucho más.

Viendo tu obra se puede detectar la construcción de un estilo propio identificable. ¿Lo sentís así?

El primero que me lo dijo es un pintor que admiro y con el que hablo mucho, que es el Pollo Vázquez. Fue de los primeros que vieron mis cuadros, y hace como diez años le llevé unos cartones a un atelier que tiene en Manantiales, y se puso a mirarlos, sacó una lupa, pasaron minutos que fueron eternos. Y después me dijo: ‘mirá, Daniel, acá detecto más de cincuenta influencias, pero ninguna es mayor que otra. Eso es bueno porque quiere decir que tenés un estilo propio, algo muy difícil de conseguir’. Y lo otro que pasó, que fue increíble porque no fue buscado, es que a veces le hacen entrevistas a personas que tienen un cuadro mío detrás y el teléfono me empieza a sonar. Son personas que los reconocen y me avisan.

En ese sentido, ¿cómo entra la dimensión comercial en tu trabajo? ¿Pensás en ello a la hora de pintar?

Este camino no estaba en mis planes cuando volví a la pintura, a los 40 años. No pensaba a los 53 ser pintor y pintar. Un poco me dejé ayudar por amigos, algunos que están vinculados al arte, como Luis Gomensoro de Tazart, que fue el primero que me llamó para rematar una obra mía. Para mi gran sorpresa, los dos cuadros que se llevó picaron en el remate y se fueron. Y a partir de ahí se fue generando una detrás de la otra. Me llamaron galeristas que quisieron trabajar conmigo, otras personas que me llamaron de forma independiente, me dejo llevar. No tengo en estos momentos una estrategia muy definida, porque lo que más me interesa es pintar. Quiero seguir explorando este mundo, después vendrán otros, pero ahora estoy con las hinchadas y las multitudes porque creo que todavía no se me acabó. Ignacio Iturria me dijo ‘vos tenés que pintar veinte años las tribunas, es lo tuyo, tu filón, le encontraste la vuelta, nadie más lo está haciendo’. Entre los consejos de gente que me aprecia y lo que yo quiero hacer, voy encontrando mi camino.

En el texto que acompaña el catálogo de la muestra, la directora del Museo Zorrilla Cecilia Bertolini dice que el museo tiene que prestarle más atención a las expresiones artísticas que se vinculan con el fútbol. ¿Estás de acuerdo con eso? ¿Los museos tienen que abrirse más?

Ya noto una intención de apertura mayor. Creo que no podés obligar a nadie a ir a un museo, eso es un error. A los museos hay que ir cuando uno tiene ganas de ir. Pero creo que tienen que ser accesibles para que, si tenés la curiosidad, te abran las puertas y no te des contra una reja o con un empleado malhumorado que te ladra. Es una mezcla: los museos tienen que hacer todo para que la gente se acerque, pero no obligar a nadie. Por lo que percibo en el Museo Zorrilla, hay una intención de que se convoque al público, se abran las puertas y se conozca más.

¿Tenés rutinas establecidas de trabajo a la hora de pintar?

Es como la famosa frase de Vargas Llosa y Onetti sobre la literatura. Uno decía que había que tratarla como una dama, y el otro como una amante. Yo a la pintura la trato más como una amante, en el sentido de que, como vivo de otra cosa y tengo horarios estipulados, trato de que mi taller, que es mi comedor, esté pronto para cuando llego de trabajar poder pintar. No tengo una rutina pero trato de estar siempre pintando uno o dos cuadros, porque he llegado a la conclusión de que lo necesito. Y a esta edad siento que el tiempo tiene un peso superlativo en las decisiones. Cómo usás tu tiempo. Me parece que pintar es la mejor forma que tengo de usar el tiempo a esta altura de mi vida. 

¿Qué representan las multitudes para vos?

Soy un gran observador de las multitudes. En general trato de no estar en el medio. Como periodista tuve que cubrir muchos actos políticos, muchas marchas, muchas celebraciones, partidos de fútbol, y me gusta mirar a las multitudes desde afuera y, si se puede, desde arriba. Y eso tiene que ver con mi calidad de narrador y observador. Creo que naturalmente tengo la necesidad de quedarme por fuera de los fenómenos para analizarlos, estudiarlos o disfrutarlos. Siempre me parece interesante cuando vemos a una unidad de gente manifestando o celebrando o haciendo algo en conjunto. No tengo una explicación racional para ese interés. Pero cada multitud es única. No hay dos iguales en toda la historia. 

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