Del 2 al 13 de diciembre del corriente se desarrolló en Madrid la COP 25, es decir la vigésimo quinta Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (Unfccc), firmada en 1992.
Las COP se han realizado anualmente desde 1995. Las más importantes fueron la COP 3 (1997) y la COP 21 (2015), que produjeron respectivamente el Protocolo de Kioto y el Acuerdo de París. La sede de la COP 25 fue asignada sucesivamente a Brasil, Chile y España. Brasil renunció a ser sede de ese evento porque el presidente Bolsonaro no cree en la teoría del calentamiento global antropogénico catastrófico; y el pasado 30 de octubre el presidente Piñera anunció que Chile no albergaría la COP 25 debido a los graves disturbios ocurridos en su país.
La Unfccc se apoya en la labor del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), establecido en 1988. Hasta el momento el IPCC ha publicado cinco Informes de Evaluación (AR): en 1990, 1995, 2001, 2007 y 2014. Se espera que el Sexto Informe de Evaluación (AR6) del IPCC sea publicado en 2022.
Cada AR está compuesto por miles de páginas de informes científicos y por resúmenes para responsables de políticas. En general, los políticos sólo leen, a lo sumo, esos resúmenes, cuya redacción final es en buena parte obra de políticos y burócratas; estos incluso retocan algunos informes científicos, lo que daña la integridad del proceso científico del IPCC. No pocos científicos de renombre (Christopher Landsea, Paul Reiter, Richard Lindzen, etc.) han renunciado al IPCC por esto. El caso de Landsea, experto en huracanes, es sintomático. En su carta de renuncia al IPCC dijo: “Me retiro porque he llegado a la conclusión de que la parte del IPCC en la cual mi experiencia es relevante se ha vuelto politizada”. Dicha politización hace que en los AR se minimicen las incertidumbres de los científicos sobre las causas y los efectos del cambio climático, para alinearlos con la narrativa catastrofista.
La tesis de que el calentamiento moderno (menos de 1 °C desde 1850) es inusual e inexplicable por medio de la variabilidad natural del clima es muy discutible y discutida. Cuidado con las trampas dialécticas: la Unfccc define el “cambio climático” como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana”; así el cambio climático es antropogénico por definición…
En el acto de apertura de la COP 25, António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, dijo lo siguiente, sin sonrojarse: “Para fines de la próxima década [2030] estaremos en uno de dos caminos. Uno es el camino de la rendición, donde hemos caminado sonámbulos más allá del punto de no retorno, poniendo en peligro la salud y la seguridad de todos en este planeta. ¿Realmente queremos ser recordados como la generación que enterró su cabeza en la arena, que jugueteó mientras el planeta ardía?”
¡Tranquilos! Hace 50 millones de años la temperatura de la Tierra era unos 15 °C mayor que hoy y la vida florecía sobre la superficie terrestre. La Tierra no arderá por nuestras emisiones de CO2.
No obstante, no debemos desentendernos del catastrofismo climático. El estadístico y ecologista Bjorn Lomborg ha calculado que, en la improbable hipótesis de que todas las partes del Acuerdo de París cumplan plenamente sus compromisos de emisión de CO2, el costo total del Acuerdo sería del orden de los US$ 100 billones (adivinen de cuáles bolsillos saldrían) y a lo sumo haría una diferencia de 0,2 °C en la temperatura de la Tierra en 2100. El PIB mundial en 2018 fue de US$ 86 billones.
Además, la UNFCCC estableció como su objetivo último “lograr… la estabilización de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impida interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático”. Aquí hay otra trampa. Nadie sabe cuál es la temperatura óptima de la Tierra ni la concentración óptima de CO2 en la atmósfera. De hecho durante la explosión cámbrica (el “Big Bang biológico”), la concentración de CO2 en la atmósfera era de unas 4.000 ppm, diez veces mayor que hoy. Y durante la última Edad de Hielo, que mató a gran parte de las plantas de la Tierra y amenazó la supervivencia de la humanidad, la atmósfera tenía unas 180 ppm de CO2. Probablemente el aumento del nivel de CO2 de 300 a 400 ppm en la era industrial nos haya alejado de un nivel demasiado bajo. Al fin y al cabo, el CO2 no es un gas contaminante, sino el “alimento” de las plantas, algas y bacterias capaces de fotosíntesis, proceso del que depende toda forma de vida en el planeta. El aumento reciente del nivel de CO2 está aumentando la vegetación de la Tierra.
Empero, la “estabilización” pretendida por la Unfccc implica que la humanidad deje de emitir CO2. Y en su discurso ya citado, Guterres dijo que el Acuerdo de París era insuficiente y que debemos alcanzar la “neutralidad climática” (léase: cero emisiones humanas netas de CO2) en 2050. Esto implica, entre otras cosas, dejar de utilizar combustibles fósiles (petróleo, gas natural, carbón, etc.), los que, gracias a su eficiencia energética y su costo relativamente bajo, permitieron el enorme desarrollo económico de los últimos dos siglos. Y, dado que exhalamos CO2, quizás debamos dejar de respirar…
Imaginen el costo total de esa “neutralidad climática”. Parece mucho más probable que la catástrofe que nos amenaza sea económica (si seguimos las recetas del ecologismo radical) que ecológica (si no las seguimos).