Ricardo Peirano

Ricardo Peirano

Reflexiones liberales

Debatir o no debatir: esa es la cuestión

Lo que sí es preocupante, como señalaba Caumont, es que en lugar de disentir y de argumentar por qué uno cree que la otra persona se equivoca o está en el error, se apele a adjetivos, y hasta el agra
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26 de diciembre de 2012 a las 00:00

Debatir o no debatir: esa es la cuestión

Debatir, contraponer ideas, fundamentar opiniones contrapuestas, argumentar cuando uno critica a otro o discrepa con sus posiciones es algo propio de un sistema político maduro, sensato y civilizado. Olvidar los argumentos, procurar descalificar al adversario, crispar la conversación, usar calificativos al barrer es señal de que uno está nervioso o que carece de la necesaria serenidad para entrar en el debate de las ideas y permanecer en el de los epítetos.

A eso se refería una excelente columna del economista Jorge Caumont publicada el lunes pasado en el suplemento Economia&Mercado de El País. Hacía allí referencia al episodio que generaron algunos dichos del Dr. Ernesto Talvi en una conferencia de CERES. Obviamente, el análisis que realizó Talvi sobre la evolución del gasto público, la política salarial, la inflación y la pérdida de competitividad en los últimos meses en Uruguay no cayeron bien ni en el MEF ni en Presidencia. Ello es natural. Nadie tiene el patrimonio de la verdad. Nadie puede ni den considerarse en el Olimpo de la verdad económica. Hay muchas opiniones y es bueno que así sea. Es expresión de una sociedad democrática y es expresión de que allí reina la libertad de expresión. No hay una verdad oficial, a la que todos debamos acatar y rendir pleitesía. Gobernantes y gobernados pueden disentir a través de la prensa, de las redes sociales o de los asados de fin de año. Lo que sí es preocupante, como señalaba Caumont, es que en lugar de disentir y de argumentar por qué uno cree que la otra persona se equivoca o está en el error, se apele a adjetivos, y hasta el agravio personal.

Si el equipo económico o el presidente o quien sea disiente con la visión de Talvi o de otros economistas, lo que hay que hacer es debatir con argumentos. Eso es lo propio de las repúblicas. Lo impropio es adjetivar o atacar, como vemos a diario en la vecina orilla. La presidenta CFK toma la cadena de radio y televisión y arremete contra quienes la critican. En especial, arremete contra periodistas y los critica con nombre y apellido en público.

Las visiones sobre el manejo de la economía no están exentas de diversidad. Hay opiniones de variados colores y hay más de dos bibliotecas. Para rebatir la opinión de alguien que disiente con la política oficial no hace falta llamarlo “antipatriota” ni acusarlo de defender “intereses políticos” ni de hacerlo responsable de “destruir en pocos segundos lo que llevó tanto esfuerzo”, como si una palabra de Talvi fuera una bomba nuclear. Por cierto, que Talvi tiene un indudable prestigio aquí y en el exterior, pero no tiene poderes sobrenaturales.

Pero más allá de quien tenga razón en este caso concreto, cosa que el tiempo dirá, lo importante es sentarse tranquilamente y debatir con argumentos económicos o aún políticos, si se quiere. Las cifras y los análisis de las mismas pueden y deben ser objeto de debate. No hace falta agredir al adversario o descalificarlo. Seguramente hay otros economistas que no forman parte del equipo económico que no comparten lo que dijo Talvi o lo comparten parcialmente y lo pueden manifestar con libertad y sin necesidad de agredir. Seguramente el propio equipo económico se plantea escenarios alternativos y cambia opiniones con el BCU y seguramente dentro del propio equipo hay interesantes discusiones sobre cómo combatir la inflación o cómo evitar la apreciación del peso o cómo orientar el gasto o cómo orientar la política salarial. Sobre esto último, por ejemplo, ya conocemos la reciente disputa entre el MEF y la Federación Obrera de la Bebida que dio lugar a muchos chisporroteos. Al MEF no le pareció adecuado el acuerdo alcanzado en el sector de la bebido y expresó su desacuerdo.

Lo importante es recuperar la capacidad de debatir, de cambiar opiniones y de elevar el nivel de la discusión nacional. Solo de ese modo podremos mejorar la calidad de las políticas públicas. Recurrir al agravio y a la descalificación no conduce a ningún lado, excepto a dañar el clima de respeto personal e institucional que debe prevalecer en el país.

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