Despacito y bien: a 30 años de la fórmula que cambió el rumbo de Biguá en básquetbol

En la década de 1980, el club de Villa Biarritz pasó de jugar en Tercera a ser campeón Federal y Sudamericano.

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24 de diciembre de 2018 a las 05:03

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Dicen que todo comenzó con la llegada del dominicano Víctor Isidro Chacón, era el año 1981 y Biguá jugaba en Tercera de Ascenso, una divisional de la que no podía salir por más intentos que hiciera. Un extranjero en Tercera era mucha ventaja y el equipo de Villa Biarritz lograba ascender a Segunda en 1982, un par de años en el segundo escalón del básquetbol, el primero de adaptación, el segundo de consolidación y ahí estaban, en 1985 jugando un Federal por primera vez en su historia.

Ese ascenso tenía el respaldo económico del Contador Moreira, pero también el trabajo constante de una dirigencia y jugadores comprometidos con la causa. Una vez jugando el Federal comenzaron a llegar esos nombres que los amantes del básquetbol recitan de memoria: Álvaro Tito y Hugo Vázquez los primeros, luego Horacio “Gato” Perdomo, Gustavo Szczygielski, Denis Still el estadounidense que se sumó en aquel viaje a Asunción en 1989 y no se fue más, el Ciego Andrés Blanc y Adolfo “Fito” Medrick.

A todos ellos los vio venir Ricardo “Coco” Brause que jugaba en Biguá desde sus 12 años y por aquel entonces andaba por los veinti largos. “Laburar, no solo dentro de la cancha, en las épocas de Tercera, había que laburar de todo para seguir jugando”, dice el Coco que hizo todo el camino, de Tercera a Primera.

A ese equipo recién ascendido se le suman Tito, quien estaba jugando en Paysandú luego de desvincularse de Peñarol con el cual había sido campeón Federal y en el Sudamericano en 1982, hombre de selección, nombre propio ya. También llegó el pívot Hugo Vázquez proveniente de Verdirrojo, ellos dos más la base de quienes habían logrado el ascenso, lograron mantenerse en Primera. El equipo tenía la base para construir.

En 1987 llega Víctor Hugo Berardi a dirigir a Biguá, y ya ese año el club de Villa Biarritz se consagra vicecampeón de la Liguilla, se orejeaba el dos de la muestra. Francisco “Pancho” Castellanos es de esos dirigentes que son parte del mobilario de un club, comenzó en 1978 y todavía sigue. “Berardi era el entrenador más importante del país en esa época”, dice al referirse a quien ya había sido campeón Federal con Peñarol y Bohemios, además de ser ayudante en la selección.

Tito había estado en las tribunas aquel partido de 1985 que terminó con el ascenso de Biguá a primera, el Contador Moreira le comentó de su proyecto que pretendía terminar con Biguá campeón y Álvaro se convenció.

“Fue todo paulatino y no de golpe”, dice Tito para describir esos primeros años en el Federal. “Se eligió despacio y bien. Se tomaron decisiones acertadas y sin apuro. En 1985 nos costó ganar, al otro año fue mejor. Con la llegada de Víctor y Cacho fue todo yendo por donde se esperaba. Fue organizado y proyectado”, explica el actual entrenador.

Antes de Berardi-Después de Berardi

Víctor Hugo Berardi fue un gran entrenador de básquetbol, pero sobretodo fue un dominador de egos. Capaz de manejar vestuarios donde se acumula mucho talento y personalidad. Biguá nunca volvió a ser el mismo luego de Berardi, que asumió en 1987 en una institución con dos años en primera, y la devolvió en 1992 con tres Federales, un título sudamericano y un vicecampeonato sudamericano. Fue el alquimista capaz de combinar los elementos y formar oro.

Berardi hacía rato que trabaja junto a Cacho Perreta, un exbasquetbolista de cuentos largos y memoria prodigiosa. Cacho había sido jugador, campeón con Bohemios, estuvo 29 años junto a Berardi, desde que lo fuera a buscar cuando dirigía Miramar allá por fines de los años 1970. Aquella charla, en el living de Cacho, el dueño de casa le dijo a Víctor: “Yo cuchara no soy, de esos que no cortan ni pinchan. Si querés un tipo que te digo todo que sí andá a buscar a otro”. Justamente todo lo contrario andaba buscando Berardi.

Si en 1987 Biguá había orejeado las cartas, un año después cantó truco y contraflor al resto. En 1988 ganó todo lo que jugó: torneo de invierno, Federal y la liguilla clasificatoria al sudamericano de clubes. Fue un bautismo ganador a lo grande. Además de Perreta, ese cuerpo técnico tenía al profe Rubens Valenzuela (actualmente en Barcelona de Ecuador y con destacada trayectoria en el exterior) y al médico Gustavo Huertas. “El eje de cohesión de grupo era Víctor. Una capacidad de manejo de grupo extraordinaria”, define Huertas.

“Víctor era un gran observador”, comienza diciendo Tito, y continúa: “Intuía lo que pasaba dentro y fuera de la cancha. Muy inteligente emocionalmente. Ahora está de moda el manejo de las emociones, el poder de observar. Víctor tenía todo eso y no lo había estudiado. Ese olfato de prever lo que ocurría. Ese olfato de sabio”.

Aquel era otro básquetbol, de pocas rotaciones y caras largas de los jugadores a la hora de salir. Cacho dice que “nadie salía contento de la cancha”, pero que a diferencia de otros entrenadores, los jugadores no podían testear hasta dónde llegaba Berardi, porque ya era un DT consagrado.

Tito también destaca la manera de comunicar las cosas del entrenador: “Nada señorial, sino fluida, fácil, lógica, directa. Una gestualidad en su expresión que otros no lo podían hacer. Obviamente que de básquetbol sabía mucho, pero el manejo de ciertas situaciones, en el día a día fortalecía”.

El primer sudamericano

Era todo nuevo para Biguá, los primeros títulos habrían la posibilidad de competir internacionalmente. En 1989 el Sudamericano fue en Asunción. Días antes de viajar el profe Valenzuela se fue a México a trabajar y su reemplazo fue Gonzalo Barreiro, licenciado en educación física que Berardi y Perreta conocían de Bohemios, Barreiro jugaba al fútbol de salón allí.

Del año 1989 el profe Barreiro no se olvida más: “Fue mi primera experiencia en básquetbol. Al comienzo Víctor, Cacho y los jugadores me dieron una mano bárbara. Con la base de estudio más la colaboración de ese plantel agarré cómo era el funcionamiento. El oficio del básquetbol lo fui aprendiendo de los jugadores, y mucho de los americanos que venían y me comentaban las rutinas que hacían en Estados Unidos”.

Barreiro venía del mundo del fútbol, y en ese 1989 protagonizó un hecho curioso y significativo: “Tuve la dicha de ser campeón Federal con Biguá y del Uruguayo con Progreso, los dos títulos de los deportes más importantes del Uruguay. Eran jornadas bastante largas, salía de Progreso y me venía para Biguá, familiarmente tuve mucho apoyo para ese año tan intenso”.

Sobre Berardi, el profe Barreiro no tiene más que elogios: “Cada vez que me invitan a dar una charla de algo o compartir mi experiencia, siempre resalto la palabra ‘manejo’. En eso Víctor fue un maestro, un adelantado. Aprendí muchísimo. La mayoría eran jugadores consagrados, y manejar un plantel de esas características no era fácil. Me enseñó por ejemplo cómo manejar la presión, aquel Biguá era un equipo que siempre estaba arriba peleando”.

De camino a Asunción, Biguá se refuerza con dos jugadores, Luis Eduardo Pierri, que años después ficharía para el club y un estadounidense llamado Denis Still que jugaba en Atlético Echagüe de Paraná, Entre Ríos. De Still se decía que tenía “músculos hasta en los dientes”, el médico Huertas lo describe como un “5 (pívot) tremendamente grande. Su fuerte era el rebote, no era un jugador técnico”. Perreta profundiza hasta donde llegaba con eso de no ser un jugador técnico. “Le tenía terror a los libres. De repente íbamos perdiendo por dos tantos, y elegíamos sacar de costado antes de que Still tirara dos libres, eran épocas donde podíamos renunciar a los libres”.

La tabla la completaba Fito Medrick, para Cacho el mejor extranjero que vino a Uruguay. Szczygielski asegura que se la podías pasar hasta rastrera que siempre iba a definir bien, más en los momentos finales, seguro cómo pocos. Aquel sudamericano se escapó por poco, muy poco, lo ganó Trotamundos de Carabobo por diferencia de tantos, al terminar empatados en puntos con Biguá.

El quinteto definitivo tomó forma para el Federal de 1989 y el de 1990. Perdomo, Szczygielski, Tito, Still y Medrick. Blanc y Diego Nebel como suplentes con bastantes minutos. Se completa el tricampeonato Federal, pero la espina internacional seguía allí. Luego de Asunción vino Quito 1990, en esa ocasión el refuerzo además de Pierri fue Horacio “Tato” López, y Biguá era la selección uruguaya más los extranjeros. Pero fue un tropiezo grande, no salieron las cosas, lejos estuvo el cuadro uruguayo de pelear el título y debió esperar hasta 1992 para la revancha.

Curiosamente a ese sudamericano, Biguá se clasificó habiendo ganado la Liguilla, pero no el Federal. La dirigencia se movió rápido y pidió para organizar aquella edición, última chance para aprovechar aquella generación y completar los éxitos locales con un título internacional. El torneo se jugó en el Cilindro Municipal.

En la serie venció a Ingavi de Bolivia y a Petrox de Chile, y perdió ante Franca de Brasil que venía como bicampeón sudamericano. En la segunda ronda venció a Cesp de San Pablo, Gepu de San Luis de Argentina y esta vez sí pudo con Franca, que terminó segundo.

El plantel de aquel sudamericano lo integraron Perdomo, Pierri, Medrick, Szczygielski, Nebel, Tito, Enrique Cattivelli, Enrique Tucuna, Luis Eduardo Larrosa, Camilo Castro y los extranjeros Mark Stevenson y Oldham.

De aquel 1988 ya pasaron 30 años, aquel grupo se sigue juntando año a año para recordar cuando decidieron entrar a la historia. Pocas cosas unen más a un grupo humano como la gloria compartida. El médico Huertas es el anfitrión y  musicalizador, el Coco Brause el encargado de la parrilla, aquel que no llegó a Biguá porque ya estaba. Aquel que jugó en los dos eras del club, el de antes, cuando estaba en Tercera y en los primeros años del Biguá que se parece al de ahora.

Cacho Perreta es el contador de anécdotas del grupo

El asistente técnico de Biguá, recuerda una anécdota imperdible: Previo al sudamericano de Asunción decidimos ir a Buenos Aires unos días para jugar unos amistosos y aprovechar lo barato que estaba. Al llegar al hotel, Víctor le dice a los jugadores que tengan mucho cuidado a la hora de cambiar dinero en la calle, que mejor lo hagan dentro de un cambio. Aquella tarde quedamos en volver a juntarnos con el plantel a las 17, mientras nosotros íbamos a marcar los pasajes de vuelta a Montevideo.

Salimos del hotel y comenzamos a caminar, cuando desde dentro de un hotel sale un señor y ofrece cambiarnos dinero. Víctor, el mismo que dijo no cambiar en la calle, le pregunta por el precio del cambio y comienza a regatear. Finalmente queda conforme con un precio, el señor va al cambio y vuelve con un rollo de pesos argentinos equivalentes a US$ 500, cuando comenzamos a contar la plata, aparece un segundo individuo que nos empieza a hacer preguntas extrañas, nos ponemos nerviosos y guardamos la plata.

Luego de eso vamos a una tienda de ropa y comenzamos a elegir sacos y camisas, a la hora de pagar, saco ese montón de plata atada con gomita y nos damos cuenta que solamente los billetes de arriba y abajo eran de $ 1.000, el resto eran solamente de $ 1. Nos habían estafado. Pero la cosa no termina ahí, vuelta al hotel, los jugadores ya sabían de esta situación y comenzaron a tomarnos un poco el pelo. Víctor le pide otros US$ 400 a Tito Colom, dirigente de Biguá que había viajado con nosotros. Volvemos a salir a la calle, y de una galería sale un señor que ofrece cambiar plata. Casi me muero cuando Víctor se para y pregunta precio y comienza a regatear de nuevo. Volvimos a cambiar en la calle, pero esta vez con mejor éxito.

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