Pocas veces en la historia de EEUU han coincidido tantas crisis de ética en diferentes niveles al mismo tiempo. Para empezar, la enorme mayoría de los estadounidenses cree que
Donald Trump miente. ¿Cómo se puede gobernar sabiendo que la gente, incluso también ahora muchos de quienes lo votaron, cree que el presidente es un Pinocho de lo peor?
Aunque, si hubiera lógica basada en la ficción literaria, Trump debería tener una nariz de mayor longitud que la del personaje creado por Carlo Collodi, con el cual más de uno aprendió a ser mejor persona. Por lo tanto, ahora no es solo cómo se puede gobernar, sino hasta cuándo.
¿Durará los cuatro años en el poder? Habrá que esperar a ver qué resuelve la historia, y la investigación en curso. Al mismo tiempo que la imagen negativa del presidente aumenta, varios escándalos con sexo de por medio han manchado aún más la imagen de Hollywood, la cual, por cierto, nunca fue muy buena en lo referido a las relaciones interpersonales entre quienes tienen el poder y aquellos que buscan un lugar en el estrellato.
Todo el mundo sabía desde hace décadas que en la industria del
cine los acosos y abusos sexuales eran moneda corriente, pero ahora, por una extraña circunstancia que hizo coincidir a la verdad con la necesidad de notoriedad, unos cuantos casos han salido a luz, y otros más vienen en camino.
Pero la crisis de credibilidad no solo afecta a la Casa Blanca y al imperio del cine, sino asimismo a los
deportes universitarios, donde un escándalo mayor está arruinando la reputación de la Asociación Nacional Atlética Universitaria (NCAA), la cual se preciaba de ser prístina, como de varias universidades en las cuales era práctica común pagar a los atletas cuando esta enfáticamente prohibido hacerlo.
Como en el caso de Hollywood, se sabía que esto pasaba, pero ahora se sabe con pruebas de que pasa. Ya la gente no sabe a quién creerle ni en quién confiar. En ese panorama caracterizado por la incredulidad ante lo ocurrido, ahora de lo que se trata, pues es casi lo único que se puede hacer, es impedir que la corrosión afecte a las instituciones de una manera más allá de lo reparable. Por el momento, esa parece ser una meta difícil de conseguir.