JOSEP LAGO / AFP

El aumento de casos de covid-19 y la discusión que en Uruguay aún no saldamos

Deberíamos asumir que está llegado el momento en el que, más allá de subas puntuales, la decisión de cómo combatir al covid vuelva a ser individual, como cualquier otra enfermedad en la historia

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29 de octubre de 2021 a las 15:53

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Uruguay vio esta semana como la curva de casos de covid-19, que reptaba cerca del suelo hace meses, comenzó un camino ascendente y salió de la zona de confort de los 200 casos nuevos diarios.  Esa suba está empujada, en su gran mayoría, por brotes en escuelas. Cualquiera que haya leído un poco en los últimos tiempos sobre covid-19 lo sabía: el siguiente empuje de la enfermedad sería entre la población no vacunada, que en Uruguay en su abrumadora mayoría son menores de 12 años.

Hasta ahí donde coincidimos todos. Donde no coincidimos es en cómo operar a partir de allí. Porque ese aumento ha generado algunas pocas pero discutibles medidas en el contexto sanitario actual. Por ejemplo, la Intendencia de Lavalleja pidió suspender las clases una semana ante el aumento de casos, y exhortó a suspender cualquier actividad infantil en espacios cerrados. Al menos en ese departamento, los niños, a los que encerramos durante meses por una enfermedad que no los afectaba, ahora vuelven a pagar el pato, en una situación sanitaria que tampoco implica un riesgo para ellos.

El gobierno nacional no ha planteado la posibilidad de nuevas restricciones, y la realidad va en el sentido contrario: el aforo en estadios abiertos subió hasta el 75%, el lunes se abrirán las fronteras para cualquier extranjero con vacunación completa, y en unas semanas llegarán alrededor de 100 mil brasileños para las finales del fútbol sudamericano. El país va rumbo a la normalización total de actividades. Lo que sí advirtió el presidente es que la emergencia sanitaria no se derogará en el medio de una suba de casos, algo que no parece reprochable teniendo en cuenta que las restricciones que quedan son ya bastante pocas y que, incluso con la emergencia derogada, no estaría mal que algunas costumbres adquiridas en tiempos pandémicos se quedaran, como usar tapabocas en centros hospitalarios.

Mientras tanto, los médicos son claros: la posibilidad de que los niños sufran consecuencias graves del covid-19 es bajísima. El único escenario en el que los casos graves de covid infantil podrían aumentar sería en uno de diseminación descontrolada del virus, como el que tuvo Uruguay en marzo, cuando menos del 1% de la población tenía anticuerpos. En ese momento no llegó a los niños porque tenía otras formas de ser eficiente: atacando a los adultos. Pero ese escenario potencial es extremadamente poco probable en Uruguay, porque no hay suficiente gente para que el virus avance como en marzo, gracias al 75% vacunado con dos dosis y al más de 34% con tres (y más de un 30’% con anticuerpos por infección). No hay lugar para que, como pasó en algunas regiones o países con baja vacunación, el virus vuelva a pegar en un nivel tan masivo que llegue a cantidades relevantes de menores no vacunados. O mejor dicho: las probabilidades de que eso ocurra, o que los CTI de adultos vuelvan a estar al borde del colapso, son muy bajas. 

Como todo en la vida, es una cuestión de probabilidad, cálculos de riesgos y análisis de costo beneficio. El mismo análisis que se hace, por ejemplo, para que aún no se vacune a menores de 12 años. Hasta ahora el razonamiento de las autoridades sanitarias es que el riesgo del covid en niños es tan bajo que es incluso inferior al de posibles efectos adversos de la vacuna, que es remoto. Entonces, ¿por qué nos preocupamos tanto porque un niño se contagie de covid? ¿Por qué nos preocupamos de la misma manera con el efecto de otros virus como el VRS, más peligrosos para los niños y que genera más internaciones en cti? En definitiva, ¿a quién queremos cuidar con restricciones?

La experiencia internacional es clara. Las vacunas funcionan, y junto con los recuperados de covid generan un muro de contención para los casos graves, aunque no para las infecciones. Si, podría pasar que nuevas variantes escapen a la protección de la vacuna, o que las células de memoria que dan protección para casos graves bajen en pocos meses. No es, ni de cerca, lo más probable, menos en un escenario como el de Uruguay con alta vacunación de dos y tres dosis.

 Y es ahí donde se encuentra el debate actual. Convivir con el virus, ese concepto que gana terreno y que hace unos meses parecía un sacrilegio, es ni más ni menos que eso. Quienes pretenden mantener o ampliar restricciones buscan lo que en el mundo se llama cero covid, y que la gran mayoría de los países lo han descartado por  impracticable. 

En estos casi dos años de pandemia nos acostumbramos a que los gobiernos centralicen decisiones individuales (afortunadamente Uruguay fue de los que menos se subió a esa ola) y a que algunos especialistas tuvieran más micrófono que nunca para decirnos qué era seguro y que no. Con la situación actual, deberíamos asumir que está llegado el momento en el que, más allá de subas puntuales, la decisión de cómo combatir al covid vuelva a ser individual, como con cualquier otro virus a lo largo de la historia.

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