El aumento desmedido del precio de la energía está causando serios problemas económicos y ambientales en los países asiáticos, forzando la adopción de diversas medidas que van desde la reducción de la jornada laboral hasta la solicitud de préstamos al Fondo Monetario Internacional.
En Sri Lanka, cuya economía está “colapsada” según el primer ministro Ranil Wickremesinghe, la gente soporta colas de kilómetros para cargar nafta; en la India y Pakistán se cierran escuelas y comercios y los habitantes deben soportar, sin aire acondicionado, temperaturas de más de treinta y siete grados.
Los países de la región están viviendo no sólo la peor crisis energética en años, sino la inquietud e inestabilidad social causada por el impacto del aumento desmedido del costo de vida.
Incluso en países comparativamente ricos como Australia, las preocupaciones económicas comienzan a manifestarse a medida que los consumidores sienten los efectos de las abultadas cuentas de la electricidad y los combustibles. Los precios mayoristas de la electricidad aumentaron un 141% en el primer trimestre de 2022 con respecto al año anterior y por primera vez, los usuarios fueron urgidos por las autoridades a bajar sustancialmente el consumo.
La India, que sufre las consecuencias de una ola de temperaturas muy elevadas, ha decidido -por primera vez desde 2015- importar carbón para abastecer las plantas de generación eléctricas, aumentando de esta manera las emisiones de CO2 que ya la ubican como la tercera nación emisora en el ranking mundial.
Más allá de las realidades económicas específicas de cada uno de los países de la región, es indudable que la actual discordancia entre demanda y consumo de energía está relacionada con dos fenómenos imprevisibles que dominaron y dominan la escena internacional: la pandemia de Covid 19 y la guerra en Ucrania.
Durante 2020 y 2021, la pandemia mantuvo la demanda global de energía inusualmente baja, con las fábricas cerradas o trabajando a medias, las calles y rutas sin autos y los mares sin barcos.
Pero en la medida en que la pandemia comenzó a quedar atrás, la demanda energética dio un salto brusco que empujó hacia arriba los precios del gas y el petróleo.
Y en pleno ascenso de los precios, se produjo la invasión de Ucrania por Rusia, que es el tercer productor mundial de petróleo y el segundo exportador de crudo. Como Estados Unidos y sus aliados de la OTAN impusieron sanciones a Rusia prohibiendo la importación de sus hidrocarburos, muchos países debieron buscar fuentes alternativas de aprovisionamiento, disparando la competencia y por lo tanto los precios.
Los precios del carbón han subido cinco veces con respecto al año pasado, los precios del gas y el petróleo se ha casi decuplicado y estos aumentos han golpeado especialmente a varios países asiáticos emergentes que ven crecer sus cuentas de importación de energía sin que puedan ser compensadas por la exportación de sus productos, en general menos competitivos que los producidos en países desarrollados.
En Sri Lanka, el ministro de Energía ha dicho que el país está a días de quedarse sin combustible, mientras hay colas de hasta 3 kilómetros para cargar nafta e incidentes entre consumidores y la policía por las demoras. Los colegios estatales y privados cierran por dos semanas y los trabajadores estatales tienen el viernes libre por los próximos tres meses.
En Pakistán se redujo la semana laboral de seis a cinco días y los largos cortes diarios de luz han obligado al cierre de shoppings y restaurantes en la capital Karachi. Se estima que la brecha entre demanda y oferta de energía alcanza a unos 5.000 Megavatios, lo que equivale al consumo hogareño de dos millones y medio de habitantes.
Incluso en Australia, un país de elevado nivel de vida y economía relativamente sólida, se han producido cortes de energía que motivaron en algunas regiones como New South Wales -donde esta Sydney- que los consumidores fueran urgidos a no usar electricidad durante dos horas por día.
La presión de los consumidores sobre los gobiernos para resolver la falta de energía ha puesto en escena nuevamente formas más baratas -aunque sucias- de producir energía. Así, el carbón ha reaparecido en la escena de la producción energética y en algunos casos, como la India, ha aumentado su ya elevada participación previa en las plantas generadoras.
El aumento de emisiones de CO2 que traería aparejado un aumento significativo de la quema de carbón en la industria energética podría significar que las metas globales establecidas en los Acuerdos de Paris sobre el aumento de la temperatura del planeta no sean alcanzadas y transformen en irreversibles las consecuencias del cambio climático.
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